La afición a los bares también nació en Asendog
Por Norman Petrich | Ilustración: Leo Olivera | Foto original: Raúl Rodriguez
Para la prensa y la mayoría de los habitantes de la nación, la existencia de Asendog es una simple broma de colegiales. Sin embargo, una versión no confirmada indica que colegas del supuesto hijo no reconocido de Félix Luna, geógrafos, políticos, detectives privados y sobre todo cobradores de deudores morosos han intentado dar con su ubicación exacta y han fracasado estrepitosamente.
Por otra parte, y ya metiéndonos en la característica que vamos a tocar hoy para seguir intentando dilucidar si es cierto que en esta gente se encuentra el origen de nuestro ADN, la fama de “bestias bebedoras” de los asendogenses ha logrado cruzar el océano y atraer la atención de muchos turistas escoceses, quienes recorren la provincia de Entre Ríos (donde aparentemente estaría asentada la localidad) en búsqueda del paraíso perdido. Algunos de estos aventureros aseguran haber dado con el pueblo por error y ser los afortunados poseedores de mapas que certifican su existencia. Debo decir que dichos mapas son poco creíbles ya que en sus cuatro puntos cardinales Asendog limita con París, la Boca, Rosario y un frente de tormenta formado por cúmulus limbus. Claro, esto se entiende un poco más al observar que todos los mapas están firmados por “Ico, el meteorólogo valiente”.
"Es el sueño de un cartógrafo en pedo", dirían los habitúes del Grillo Viejo Bar, que de cartografía saben poco (creen que es el nombre científico del truco) pero de estado etílico pueden dar clases honoríficas.
Valió el trago
Asendog es, de por sí, un pueblo creado por engañados inmigrantes venidos de todas partes del mundo y que jamás supieron como regresar a él. Pareciera que todas las cualidades extrañas correspondientes a las distintas colectividades que lo poblaron en sus primeros años se fueron fundiendo para devenir en el raro comportamiento de sus habitantes actuales. Una de las características que las localidades vecinas le suelen reconocer a los asendogenses es que son GRANDES bebedores. Y destaco grandes ya que su reputación de buenos catadores es muy dudosa. “Que no me digan qué tal son sino que vayan viniendo” suelen decir ellos y debo confesar que los he visto participar en concursos de "fondo blanco" (es decir, beber hasta que nada quede en el vaso) vaciando hasta siete copas de aguarrás sin que el cerebro sufriera daños aparentemente irreparables, siendo esta es una buena conclusión para mi hipótesis.
Eso sí, las frases "se tomaron todo", "tomaron de todo" y "tomaron a costa de todos" les cabe perfectamente. Con total justicia, se jactan de ser el pueblo que más alcohol ha consumido en los últimos tres años y sus distribuidores locales, tanto el de beber como el de quemar, exhiben insospechados premios por record en ventas.
“Podrán decir de Asendog que es un pueblo pequeño, que sus habitantes no son numerosos, que a veces uno no encuentra las vituallas más comunes y necesarias para subsistir, pero nunca se atreverán a afirmar que a este pueblito le faltan bares”, afirma nuestra fuente más confiable, Anita Barretegy de Rojas.
“Es que la fe mueve montañas y generalmente vale el trago semejante esfuerzo”, saben decir los asendogenses, quienes la única montaña que vieron en su vida fue una de arena producida por el choque y posterior vuelco de tres camiones que la transportaban, en las afueras del pueblo. La acumulación de arena les pareció tan increíble que la declararon parque municipal. Aún así son personas muy creyentes y esto se debe a una gran persona, el padre "Pocho".
Nadie recuerda su nombre verdadero, y si algún forastero se acercara preguntando por el padre Bermúdez seguro le responderán que se equivocó de comunidad. "Pocho" es una persona distraída y de poca memoria. Fácilmente olvida la localización exacta del lugar al cual debía dirigirse, pero para corregir esa falta tiene una buena solución: utiliza los bares como puntos de referencia. Debido a que asiste en forma asidua a estos lugares (algunos dicen que lo hace para recuperar feligreses, otros para beberse una copita de jerez y el resto que una cosa lleva a la otra) es imposible que los olvide. Es así como lo podrán escuchar preguntando a cuántas cuadras del bar de Ballerón queda la casa de los Gauna o si la familia Gómez vive antes o después de La Mona Bar. Por esta razón el cura es señalado como el iniciador de una costumbre asendogense, la de guiar a los transeúntes ubicándolos por “entre qué bar y bar” queda la dirección requerida.
Las malas lenguas saben acusar al sacerdote asegurando que en las fiestas parroquiales se mama hasta el canario, pero la verdad es que no pueden aceptar que un cura capaz de conciliar una copa con el rezo esté a cargo de la iglesia asendogense y la lleve delante de manera eficiente, con su doble comando.
Hay bares para todos los gustos y en ninguno faltará el porrón bien frío ni los individuos que denotan el estilo del local. Si a usted le gusta el turismo aventura o realiza altos estudios sobre los efectos del alcohol en las personas, estos lugares son los indicados para su experiencia extrema o su investigación (todavía no entiendo cómo nadie del CONICET lo haya intentado). De lo contrario, por consejo médico, no vaya.
El dueño de Zodiaco, conocido como el Botija, es digno acompañante de los habitúes del bar y no se queda atrás en lo que a empinar el vaso se refiere. Ello lo lleva a olvidar con frecuencia el valor exacto de la adición, la cual puede resultarle al cliente más elevada o menos costosa que de costumbre. El pueblo compara estas decisiones con las de los árbitros de fútbol, ya que cobra lo que se le antoja y si uno insinúa que se equivocó, se enoja y te echa. Pero los trasnochadores asendogenses, a pesar de este detalle que ellos toman como una ruleta de la suerte que sabe dar tanto como quitar, nunca dejan de asistir al Zodíaco. Esto no se debe a una unión sentimental ni que el bar despliega una despampanante estructura, o quienes lo frecuentan encuentren algún detalle original que lo distinga de otros bares, sino por el simple hecho de que es el único que mantiene abiertas sus puertas hasta altas horas de la noche durante los días laborales.
No pocas veces, Botija, se ha quedado dormido, parado, detrás del mostrador. Los parroquianos intentarán despertarlo y si no logran resultados positivos, serán ellos mismos los que se cobrarán lo consumido (corriendo, tal vez, con cierta ventaja), pero jamás osarán aprovechar la situación para retirarse sin pagar.
Echando un vistazo rápido podría decirse que los bares asendogenses están llenos de gente perdida por el alcohol, pero con el tiempo uno descubre que llegar a esa rápida conclusión resultaría injusto. Si presta un poco más de atención, descubrirá que las personas que concurren a estas fondas cuentan con una extraordinaria lógica, simple, y hasta me atrevería a decir exquisita. Fiel ejemplo es el "Panza" Salomé, quien a pocos meses de casado obtuvo un permiso de su señora para salir de juerga con sus viejos amigos, con la única condición de que regresara antes de las tres de la mañana y fresco. Como merecía la ocasión, los muchachos pernoctaron en La Candela Bar entre muchos porrones, juegos de cartas, más porrones y el recuerdo constante de Salomé hacia sus compinches de cuál era la hora pautada para regresar. Cuando abandonaron el bar el reloj marcaba las cuatro en punto (una hora más tarde de lo convenido) y fue el mismo "Panza" quien invitó a todos a continuar divirtiéndose en el bar del Botija. Los amigos le recordaron la hora y la promesa realizada, a lo que Salomé respondió sabiamente: -me dijeron que volviera temprano y fresco, es tarde y estoy rechupado ¿Para qué preocuparse por la hora si retar, me van a retar igual?
Respuestas filosóficas como ésta, que bien atraería la atención de Darío Z, no es lo único que el alcohol produce en los asendogenses, también el visitante ocasional puede descubrir una elevación del lenguaje utilizado. Para comprobarlo alcanza con observar al "Toco" Peña, afamado albañil, asador y exarquero de fútbol de la zona, a quien después de una copita de más y una antes de la inconsciencia pura, se lo puede escuchar quejándose de los ruidos provocados por los vecinos, el malestar que en él provoca, y la implicancia que tiene su dormitorio en esta molestia: todo se debe a que su pieza cuenta con una acústica estrepitosamente retumbante. O iniciar una discusión política asegurando que si él fuera intendente dejaría a la mitad del pueblo sin luz y la otra mitad con el servicio de dicho suministro. Los parroquianos participantes del pequeño debate le harán notar que utilizando dicho concepto pocos serán los que quieran votarlo. Peña, muy tranquilo, contestará que él no quiere que lo voten, lo único que quiere es POPULIS.
Dos reglas de oro existen en todos los bares a la hora de procurarse un trago. La primera reza que uno es poco, dos es justo y tres, andá inventando una excusa, si te esperan, porque la noche va a ser larga. La segunda a tener en cuenta, si por la crueldad de las casualidades llega a caer en algunos de estos lugares, es nunca dejar el vaso de cerveza a medio terminar. De lo contrario le pueden reprochar, como lo hizo el “Pequeño” Salomé a su amigo Sergio, de que “hay chicos muriéndose de sed y vos vas a dejar cerveza en el vaso”.
A veces, algunos candidatos a puestos ejecutivos o legislativos se acercan a los bares tratando de conseguir futuros electores, prometiendo nuevas y buenas fuentes de trabajo. Y no es que los habitúes desconfíen de las promesas, hasta es probable que los candidatos no estén mintiendo. La razón que, indefectiblemente, provocará los insultos y gritos de los parroquianos es que esta gente venga a hacer esa propuesta con tanto atrevimiento. “¿Y a estos quién los dejo entrar?” “Esto es una tragedia, así a dónde va a ir a parar el país”; “No hay caso, hay que votar a los otros que por lo menos no vienen con tantas estupideces”, suelen ser las frases con las que expresan su enojo.
El resultado de estos intentos de integración a la vida política es siempre el mismo: el candidato en cuestión debe huir ante la posibilidad de ser desintegrado por una lluvia de botellas arrojadas por la irritada clientela. Y hasta altura me parece innecesario aclarar, pero lo hago para que no quepa la menor duda: todas esas botellas estaban vacías.