Los pobres de hoy son los ratis del mañana
Por Ezequiel Palacio
La ecuación es singular: el pobre de los años noventa es el Vigilador estatal del nuevo neoliberalismo del s. XXI. ¿Qué motivaciones empujan a la gente de escasos recursos a enlistarse en las Fuerzas Armadas o en las distintas policías nacionales? La respuesta es simple, aunque efectiva: el dinero.
En las fuerzas represivas del Estado Argentino, un batallón de desocupados encontró su primer empleo. El batallón de pobres y el batallón de soldados dispuestos a dar la vida por un poco de comida o un salario, se parecen bastante. La lógica es perversa en sí misma. No oficia el oficio, sino la lógica del empleo seguro, del salario fijo. Argentina tiene uno de los ejércitos más parásitos de la región porque básicamente lo que debemos preguntarnos es para qué necesitamos tener uno. Así como muchas personas de nuestra sociedad se preguntan qué hacemos con los pobres o para qué queremos pobres, muchísimas personas hoy nos preguntamos para qué queremos soldados.
Dos batallones, donde uno muere por el disparo reglamentario de la policía bonaerense o federal cuando sale a juntar cartón y aluminio por los barrios y el otro batallón el del pobre convertido en sabueso adiestrado, que come gratis del Estado y cuando se lo necesita en inundaciones, incendios forestales o similares, mira para otro lado.
Cuando en el menemato noventoso Argentina era el alumno aplicado en esta escuela espantosa del entregar soberanía y recursos a cambio de basura, la mitad de la población del país se encontraba por debajo de la línea de pobreza. El índice de desocupación sumergía a 25 millones de argentinos en el indignante procedimiento de comer basura, revolver basura, vender basura, juntar basura.
En ese caos sistemático los adolescentes se volcaron a la fuga del territorio en busca de nuevos horizontes económicos y otro porcentaje se volcó a engrosar las filas de las fuerzas represivas.
Pobres o no tanto, que recibieron una educación intelectual deficiente, salidos de una dictadura cívica-eclesiástica-militar acostumbrados a nada, a comer desperdicios, consumistas de las sobras de una clase media empobrecida pero necia, bruta que por lo bajo y a entre dientes aun soñaba con el regreso de las “botas” para contener la oleada de robos y asesinatos para sacarte las zapatillas o por dos pesos. Los secuestros al boleo; las filas larguísimas para cubrir un puesto de trabajo; el auge del “remisero” antecesor del “Uber” moderno: el laburo del desocupado. Las barriadas yendo a comer a la escuela, formadas en la dependencia del puntero y viciadas en el dominio del transa que vendía falopas mientras la policía custodiaba la cuadra. Rodeadas por el “sálvese quien pueda”, de la opulencia obscena de los que hacían dinero. Con toda esa carga simbólica de desprecio de clase sufrida históricamente en nuestro país, las clases más bajas de nuestra sociedad, se lanzaron en la década de los noventa a asegurarse un empleo: ser policías.
En 1994, Dos Minutos, banda oriunda de Valentín Alsina, barrio obrero convertido en aguantadero de matones, chorros y pungas por igual, cantaba:
“Carlos se vendió al barrio de Lanús,
El barrio que lo vio crecer.
Ya no vino nunca más por el bar de Fabián
Y se olvido de pelearse los domingos en la cancha.
Por la noche patrulla la ciudad
Molestando y levantando a los demás”
En 1997, Flema otra banda nacida en las calles de Avellaneda, hacía lo propio con el tema “Nunca seré policía” del disco “Si el placer es un pecado… bienvenidos al infierno”
En 2011, Damas Gratis, grupo gestado en la otra punta del conurbano: San Fernando; cuenta el mismo fenómeno en “Vos sos un botón”:
“No, no lo puedo creer
Vos ya no sos el vago, ya no sos el atorrante
Al que los pibes lo llamaban el picante
Ahora te llaman botón…”
Dos bandas de punk-rock y una banda de cumbia. Ambos exponentes de la marginalidad social. Los corridos a un costado del sistema exponiendo, hablando de un fenómeno que empezaba a ser cada vez más significativo: el amigo policía, el que va a perseguirnos porque ese rati es del barrio que ahora combate. Años en los que tuvimos que ver como algún amigo de barrio o secundaria se pasaba al bando contrario…
Los pobres, los que fueron empujados por el sistema financiero hacia la ruina social, los que no pudieron ver a sus hijos en la universidad porque no podían solventar esos gastos o porque el sistema universitario argentino es mas excluyente que inclusivo, los padres que perdieron sus trabajos y dignidades, los padres que vieron a sus hijos sometidos en la escuela del control represivo estatal. Los padres de la Copa de Leche en las escuelas o en los punteros políticos.
El hecho es singular en sí mismo. Las policías “necesitaron” aumentar sus filas porque el narcotráfico estaba (y continúa estándolo), fuera del ámbito de control estatal. La organización mafiosa de la venta organizada de drogas siempre superó en número a las policías. El gobernador de la provincia de Buenos Aires de aquél entonces (Eduardo Duhalde) necesitó el control territorial de los cárteles que el narcotráfico comenzaba a administrar.
Ese mismo Duhalde que durante la dictadura cívico-eclesiástico-militar, siendo Intendente de Lomas de Zamora, estuviera vinculado con la Matanza de Pasco. Este mismo Duhalde que fue presidente del país durante 6 meses. El mismo Duhalde de siempre. En esa lógica, el que primero iba a la villa a comprar porro, merca y paco con el tiempo se hizo policía. El embrutecimiento ideológico de adoctrinamiento de las fuerzas represivas es también una decisión política de Estado. Se trata de formar a una masa ignorante, empobrecida, con todo el resentimiento social que el capitalismo genera, en capital humano dispuesto a ejercer orden y control con una nueve milímetros en la cintura y el apoyo estatal para defenderlo.
En este contexto nace un una nueva camada de policías bonaerenses y federales. Hombres en su mayoría de sectores populares o marginales, que vieron en el ser policías, una posibilidad de empleo y salario asegurado: mercenarios, sin educación social, formados en la lógica policial darwiniana del más grande se come al débil. Verticalismo social. Odio de clase. Superioridad racial, sangre azul de excelencia. Respaldo institucional. Como resultado: el gatillo fácil, la desidia al momento de brindar servicio a la comunidad. Connivencia judicial. Desprecio. Y una necesidad de salir a hacer valer su salario con cada manifestación popular y cualquier orden funcional que diga: repriman.
Las policías se preparan, se forman para hacer frente a las manifestaciones populares. A las organizaciones sociales. Al piquete, al corte de ruta y calle. A la olla popular. Reciben instrucciones precisas sobre como contener estos sucesos: con decisiones políticas institucionalizadas. ¿Por qué razón el policía, el gendarme, dispara balas de goma a la altura de la cara en una manifestación popular? Porque sabe que puede hacerlo. Porque aunque el reglamente diga que solo puede disparar de la cintura para abajo, no importa mucho eso. La responsabilidad de formar intelectualmente a sus fuerzas de seguridad es exclusiva del Estado Nacional.
Si el Estado no quisiera tener una policía violenta, asesina, verticalista, coimera, organizadora de la mafia, patotera, extorsiva, abusiva, machista simplemente tomaría la decisión política de no tenerla. La institución sabe que en sus filas abundan los violentos, los desequilibrados emocionales y psicológicos. Y son estos los perritos falderos bien adiestrados que vuelven al barrio humilde con la cabeza en alto porque sienten orgullo de ser ratis. El barrio ya ni los mira. Aunque sabe quiénes son. Les conocen los horarios. Las amistades. Nadie quiere juntarse con el rati, el pitufo, la gorra, el yuta, cana, milico, botón, el chapa, la poli.
Ser pobre y recibir educación en escuelas de formación policial es una contradicción en sí misma. Pero es así como se nutren de efectivos. No existen agentes de tránsito hijos de dueños de empresas. No existen cabos de la bonaerense sobrinos de adinerados. Los polis van a los countries sólo a cuidar las puertas de la clase alta, disfrazados de agentes de seguridad privada porque el sueldo de policía no les alcanza para vivir.
El nuevo protocolo de seguridad impulsado por el gobierno macrista, profundiza las diferencias, polariza sectores y respalda a sus fuerzas represivas. Postula la doctrina Chocobar. Refuerza los vínculos de adoctrinamiento del premio y el castigo. Permite el empleo de la violencia como forma de control social. La instalación del miedo institucional. Como contrapartida exigimos ser gradualistas a la inversa: promover la formación intelectual de las fuerzas de seguridad, someter a todos y cada uno de sus integrantes a capacitaciones y evaluaciones permanentes en cuestiones de género y derechos humanos. Sin estas herramientas, las fuerzas de seguridad solo pueden apoyarse en lo que el Estado les brinda: Arma reglamentaria y cachiporra.