Por localidades agotadas
Por Ezequiel Palacio
El mundo de los artistas está atravesando un momento de crisis único. No existe un culpable. El mundo se puso raro y mortalmente contagioso. Lo cierto es que en las barriadas, un incontable número de artistas no tienen modo alguno de generar ingresos económicos. Algunos se organizan en asambleas para exigir a los municipios algún tipo de respuesta ante la necesidad imperiosa.
Por otra parte, otros artistas ofrecen sus producciones de forma virtual. Es un recurso disponible. A precio simbólico ofrecen un link donde disfrutar de un show grabado con anterioridad o bien realizado para ese fin. Para esto se debe contar con materiales técnicos que permitan una grabación de calidad. No todos los artistas disponen de esta posibilidad. Acceder a esa tecnología deja afuera a un sinfín de artistas.
En cierto punto, la producción y el consumo de arte siguen siendo elitistas. Quien tiene los medios sobrevive y el que no, reclama en el municipio. En este sentido, consultamos a varios referentes y pensadores culturales, rectores universitarios, estudiantes, artistas y docentes sobre cuáles podrían ser las estrategias y políticas culturales que favorezcan la reactivación del sector artístico en el país.
Jorge Calzoni, Ingeniero Civil y rector de la Universidad Nacional de Avellaneda, dijo al respecto: "Somos contemporáneos de un momento bisagra, vivimos días que ingresarán en la historia con nombre propio. No sabemos cuándo, ni cómo terminará. Sí es seguro que la mayoría de los países y los pueblos tendrán que realizar un gran esfuerzo para recuperar lo que este virus se llevará, tanto en personas, como en recursos y formas de vida".
Hace unas semanas trescientos docentes universitarios de carreras de artes y cultura, firmaron una solicitada en la que decían: "No sabemos cuándo terminará este flagelo, lo que estamos seguros es que la mayoría de las actividades culturales, serán las últimas en poder reanudarse. Ya que la cultura es encuentro, con cuerpos nucleados en ese ritual que es ver, con otros, una obra de teatro, participar de un recital de música, bailar en peñas y encuentros o ver colectivamente en un cine una película”.
Podemos definir esta situación como paradojal: por un lado la cultura aparece como un recurso central en esta emergencia, los consumos digitales han crecido de manera sostenida, plataformas de contenidos, televisión abierta o paga, redes sociales, son el gran entretenimiento de la mayoría de la población confinada. La cultura, vía pantallas, está en el centro de nuestra cotidianeidad, entra en nuestras casas para reconfortarnos y aliviarnos en la emergencia.
Al mismo tiempo que esto sucede, miles de artistas, creadores, productores culturales están sin posibilidad de trabajo, al límite de la subsistencia. Lo que además agrava la situación es que las actividades culturales en teatros, cines, salas de conciertos, galerías, museos, centros culturales, estarán entre las últimas en volver a funcionar.
En las crisis, como se demostró en el 2001, los consumos culturales son los que más rápido se restringen. Pero también es cierto que cuando la economía crece, son los más rápidos se recomponen, entre el 2005 y el 2009 casi duplicaron el crecimiento de la economía en general.
Pero será necesario, que cuando salgamos de esta emergencia seamos capaces de aprender de lo que esta experiencia dejo al descubierto: la enorme fragilidad con la que se desarrollan los proyectos culturales en nuestro país.
Los docentes de las universidades de todo el país que firmaron la solicitada mencionada, sostienen: “Tendremos que definir si queremos que la cultura se siga moviendo en dos dimensiones: la de los grandes conglomerados internacionales, que nos uniformizan con contenidos y modelos globalizados y que se quedan, en un proceso de concentración continua, con los mayores beneficios económicos; o por el contrario podremos salir en la defensa de una cultura independiente, popular, federal, creativa, talentosa, que necesita que el Estado (sin condicionar contenidos) la sostenga”.
La salida de la pandemia nos pondrá frente a la encrucijada acerca de qué país queremos, será el momento de remover los dogmas neoliberales que tanto daño produjeron al país y a las personas. Resolver si la prioridad será la renta financiera o las mujeres y hombres que lo habitan. Para quienes queremos un país igualitario, libre y soberano, la cultura deberá estar como uno de los ejes de esa reconstrucción.
Por su parte, Amorina Martínez, miembro fundadora del Museo vivo de Carnaval Metropolitano, técnica en Realización Musical con Medios Electroacústicos (UNQUI) y estudiante de la Licenciatura en Gestión Cultural de la UNDAV, nos comentó lo siguiente: "Sin dudas esta pandemia traerá muchos cambios de paradigmas y el entorno cultural no quedará exento de ello. Quedó demostrado que en este tiempo hicimos un mal uso de la globalización, o al menos, primaron los intereses económicos sobre los humanitarios. La salida de esta pandemia debe ser una salida comunitaria, transversal y con un gran sentido de respeto por la diversidad, no veo otra opción posible. Los Estados, los sectores privados y las ONG deben trabajar de manera transversal, pero siempre, poniendo sobre la mesa sus tensiones y sus intereses y de esta manera la disputa por los valores van a quedar en evidencia. En definitiva es ahí y desde esa puja de intereses donde se constituirán los valores de la sociedad que queremos.
El escritor y docente, Víctor Vich asegura: “La tarea de un gestor cultural es identificar los imaginarios hegemónicos que sostienen cierto orden de cosas, buscar deconstruir y desestabilizar esos imaginarios para a partir de ahí promover otras representaciones sociales”. Para él, esto sólo puede hacerlo la cultura imbricada con otros sectores pero no podría hacerlo desde la visión autónoma. Yo le agregaría que para lograr eso, hay que empezar a pensar de abajo hacia arriba. Los sectores populares son los que más entienden el sentido comunitario y desde allí es la única manera de recuperar una sociedad más equitativa y más justa.
La cultura atraviesa todas las disciplinas y es por eso que se debe dimensionar el poder que tiene por sobre todas las cosas. Hay que repensar los modos del hacer cultural en lo social para volver a tejer el entramado socio - cultural pero no sólo como un instrumento o recurso de acción, sino como eje fundamental de forma de vida.
La cultura debe tomar la relevancia que se merece como factor de transformación social y acá es en donde las artes y en especial las industrias culturales deben dejar de pensarse como mero factor de entretenimiento, y retomar la responsabilidad social que algún momento tuvo acompañando movimientos como las producciones de cine de Raymundo Gleyzer o el teatro obrero, donde el contenido de las artes vuelvan a ser un camino o, tal vez, la hoja en blanco para rediseñar los valores culturales que queremos defender.