Los ritmos de Puerto Madryn en tiempos electorales
Fotografías: Carolina Laztra
Por Sergio Kaminker y Alejandro Cannizzaro *
Las ciudades tienen ritmos, velocidades que ocasionalmente se ven alteradas por algunos hechos puntuales. En una ciudad turística como Puerto Madryn, la llegada de las ballenas en junio, por ejemplo, altera su movimiento habitual. El flujo de personas que se trasladan en la ciudad se acelera y agrega vértigo a un sitio lento, en el que las siestas siguen teniendo mucho de sagrado. Luego las ballenas siguen su camino y al año próximo la historia se repite. Madryn no tiene sorpresas o eso creemos quienes la habitamos. Todos aquí podríamos adivinar el futuro… hasta que las elecciones llegan y lo rompen todo.
Como sucede en todo el país, allí los tiempos parecen ser otros, se acortan. Las obras se apuran, se inauguran, se hacen visibles y la ciudad parece activa, más intervenida que nunca y nuestras demandas sencillas parecen ser escuchadas. Los espacios públicos se mejoran, florecen las plazas saludables, se pintan los juegos y hasta se arregla esa hamaca que lleva años rechinando, medio rota y riesgosa para los pibes y pibas del barrio. Se inauguran y licitan obras que llevaban años archivadas, se presentan grandes y bonitas soluciones y se nos habla de la presencia del Estado en el barrio. Esta imagen es común en el panorama electoral de casi todas nuestras ciudades, pero se hace más notorio en pequeñas y medianas urbes donde las velocidades son otras.
En las grandes áreas metropolitanas de nuestro país, las distancias son largas y los movimientos se cuentan por millones al día, por lo que es esperable y común viajar más de una hora para ir a trabajar, subirse a más de un medio de transporte público y perder una parte importante de nuestra vida en esos desplazamientos. En cambio, en una ciudad como Puerto Madryn, de cerca de 100 mil habitantes, menos de lo que concentra una comuna porteña, uno esperaría tener otra dinámica, o por lo menos llegar más rápido de un sitio a otro.
Ciudades de esta escala (intermedias o no metropolitanas, según el gusto del lector) contienen experiencias, velocidades y ritmos diversos, muy distintos, pero desiguales. De norte a sur, hay menos de 20 kilómetros que se pueden o suelen hacer en menos de 30 minutos de auto. De este a oeste hay menos de 6 kilómetros, en auto se tarda 10 minutos, pero en colectivo se suele tardar más de 50, sin contar la espera. Justamente, es el oeste de la ciudad, el área donde viven los sectores populares. En cambio, es el este, la costa, en especial del centro al sur, donde viven los sectores más privilegiados.
Los tiempos de espera en una ciudad como la nuestra no se viven cotidianamente en todas las esferas de nuestra vida. Los ritmos son vividos con menor intensidad, en el mercado de barrio, en el supermercado, en el comercio en general, ni hablar en los servicios públicos. No nos suele importar esperar la conversación del comerciante con el vecino, nuestra ansiedad queda relegada cuando comprendemos el contexto y que, efectivamente, contamos con mayores tiempos en nuestra vida cotidiana para cualquier cosa que queramos hacer, aunque a veces creamos que no alcanza.
Ahora bien, los tiempos de la política, de la gestión y de la resolución de los problemas públicos parecen ser otros. Como en todos lados, el acceso a servicios, las grandes obras, la infraestructura demandan tiempos de espera largos, paciencia y mucha lucha en diversas oportunidades por parte de la población.
Sin embargo, los escenarios de poca obra pública, de inmovilidad y de falta de presencia estatal, se ven transformados por una multiplicidad de iniciativas pequeñas, grandes anuncios de obras y promesas de mejora acompañadas por una retórica de presencia estable en el territorio por parte de quienes hoy (y en los últimos 8 años) gobiernan la ciudad. Si una gestión se evaluara por la dinámica de sus últimos 30 días, los oficialismos, como el de Puerto Madryn, arrasarían en las urnas cual Perón retornado del exilio. Sin embargo, es difícil mostrar la novedad y capacidad de resolución cuando, en 8 años, todos los problemas han empeorado. Los heredados, los propios y, por qué no, los generados desde afuera.
Los principales problemas de nuestra ciudad los podemos englobar en 3, las desigualdades, el acceso a infraestructura y servicios básicos y el horizonte de sentido, de futuro, de buena parte de la población local, en especial aquellos y aquellas próximos o recientemente ingresados al mundo laboral. Pero también muchos y muchas que ya llevaban décadas de trabajo en comercios o en distintas empresas y hoy tienen sus persianas bajas como sucedió con Cerámica San Lorenzo que cerró en febrero de 2017 dejando en la calle a 140 empleados.
Lamentablemente, a pesar de acelerar las intervenciones, de mostrar presencias y de entablar diálogos con más actores, los tiempos electorales escenifican los conflictos pero no permiten su resolución. Nadie suele transformar la forma de diseñar e implementar la política pública en medio de una contienda electoral. Porque hacer tiene consecuencias. Hacer es pagar el costo de perder apoyos por tocar intereses a pocas semanas, días u horas. Finalizar con la desigualdad depende de mejorar la distribución de los recursos. Es decir, de usar parte de esos recursos en un lugar y no en otro. Y los votos suelen cuidarse con mayor recelo que a quienes los emiten.
Por ello, tan solo hay un falso debate en torno a los mismos problemas y aquellos que gobiernan hoy, que aplaudieron a funcionarios nacionales que no resolvieron un solo problema en la ciudad, sólo pueden volver a ganar si los problemas que no resolvieron siguen pendientes y, mejor aún, si no se vislumbra resolución. Allí la presencia del Estado es constante y el vínculo puede ser la diferencia en la vida cotidiana.
Hace tiempo que muchos pensamos que las formas que adquirió el neoliberalismo no son las que creímos originalmente, no son un Estado ausente, no es el abandono de los sectores que no le sirven, sino que, por el contrario, debemos revisar la presencia, estable, en diversas formas que ha adquirido el Estado en el territorio, en especial en los barrios populares. La violencia, el control, el maltrato y el uso indiscriminado de la falta de horizonte de sentido, conjugado a las largas esperas por el acceso al agua, la electricidad y el gas en forma digna se vuelven el coctel que asegura la continuidad, la forma no dictatorial de un régimen de exclusión en una democracia liberal.
Así, mientras la desigualdad crece, los déficits de infraestructura proliferan, volvemos de a poco a nuestra vida de ritmo lento y de siesta sagrada. Las ballenas vienen y van. Sólo nos queda esperar a volver a tener más períodos electorales. Allí, si nada verdaderamente cambia volverán a acelerar nuestros gobernantes locales, invertir en los barrios, arreglar las plazas (ni hablemos de las escuelas). Nos vemos el lunes.
*Sociólogo y trabaja en el Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas del CONICET. Alejandro Cannizzaroes periodista y trabaja en el área de comunicación de CONICET en Puerto Madryn.