Nada mejor que casa
Foto: Daniela Amdan
Por Gito Minore
En lo que a mí respecta, estar obligado a no salir casi no me afecta. Para nada. Soy un bicho de encierro. Organicé mi vida de modo tal que, de los siete días de la semana, sólo tres tenga que cumplir horario fuera de casa. Los otros cuatro me los paso enclaustrado, trabajando en la misma habitación que duermo. Modalidad home office que le dicen ahora, pero con menos onda. Gano poco, obvio. Pero me basta para cubrir lo más básico. Prefiero privarme de algunas cosas, y destinar el tiempo y las distancias a mi manera.
A nivel individual, o mejor dicho, si estuviera solo, creo que aún ni me hubiese dado por enterado de que declararon la cuarentena.
Tengo testigos. Karina, por ejemplo. Cada vez que se va con el nene a pasar unos días en lo de sus parientes en Escobar, se empeña en señalarme la importancia de que en su ausencia, al menos día por medio, “levante las cortinas”. Sé que lo dice sin malicia. Que cuando hace hincapié en lo importante que es que la casa se ventile, no lo enuncia porque sí. Lo dice por el olor que queda durante los encierros.
El tema es que no soy yo solo. Somos tres. Tres personalidades juntas. Comiendo, mirando la tele, la compu, durmiendo, despertándose. Encerrados y, para colmo, con semejante calor. Al que más le cuesta adaptarse es al chico. Si todo esto es nuevo para nosotros, imaginen lo que es para él.
Hoy, tipo seis, decidí salir y comprar unas galletitas y alguna pavada que faltaba en la alacena. Como estaba el sol a pleno, Karina sugirió que estaría bueno que el nene salga un poco a la puerta. “A tomar aire”, dijo. Entonces, encerré a la gata en la cocina, me puse la ropa de salir, y abrí haciéndole una seña al nene. Su cara era toda una sonrisa. Salió. Levantó las manos, pegó dos o tres saltos, y respiró también. Instantáneamente doblaron en la esquina tres policías motorizados. Al verlos, se transfiguró y entró corriendo. Yo, que apenas había puesto un pie en la calle, me quedé mirando. Las motos pasaron a toda velocidad. El rugir de los tres motores al unísono, rompió la monotonía del silencio. Cuando se fueron le hice señas para que salga. Sólo meneó negativamente la cabeza.
Repito, si por mí solo fuera, hasta lo vería como el alargue de vacaciones que siempre deseo. Pero no estoy solo. Salí rumbo al súper pensando que hoy es 23 de marzo. La imagen del pibe asustado, entrando corriendo al ver a los patrulleros pasar cerca, no me hizo nada bien. Me lastimó el pecho. Y me puso alerta.