Nuevo libro de "Beto" Casella: ser feliz o ser rico, ¿esas son las cuestiones?
Por Carlos Ulanovsky
Figura de los medios masivos, Bautista “Beto” Casella (periodista, dramaturgo, conductor de radio y televisión) acaba de publicar el libro La felicidad vive en el conurbano (editado por Planeta). Su hipótesis central es que en Morón sur o en Lanús oeste, en Moreno o en Ezeiza (pero también en Macachín, La Pampa o en Tartagal, Salta) está lleno de gente que es capaz de ser “feliz con poco”. Según piensa el conductor del programa Bendita “las risas quedaron para los menos pudientes, los que todavía pueden amasar un sueño”.
Casella nació en 1960 en Villa Luzuriaga, un rincón de San Justo, partido de La Matanza. De la escuela pública, y salteándose la voluntad de su padre que le aconsejó que estudiara para peluquero, ingresó a la escuela TEA en donde estudió periodismo. Del oeste del conurbano saltó a las redacciones de medios importantes y de ahí a las luces de los sets televisivos. Pero fue en el barrio original en donde Casella vió – y nunca lo olvidó – reírse a sus padres y a sus vecinos. Santino, su papá, y Miguelina, su mamá, italianos ambos, llegaron a la Argentina intentando distanciarse del horror de la guerra europea, la postguerra y las hambrunas. “Hay que situarse – menciona Casella – en lo que pasaba en un pueblito del sur de Italia donde casi todo había quedado destrozado y era difícil procurarse el alimento diario”. Y añade:” Para alguien que, como ellos, venían del horror, todo pasa a ser disfrute”.
Los dos ya murieron, pero Beto y sus hermanos mayores Gentile y Rosario, también italianos, aprendieron desde chicos que en una parte importante aquellas sonrisas tuvieron que ver con un país que, tanto al nativo como al inmigrante, ofrecía ocupaciones, posibilidades de progreso y reconocimiento por el esfuerzo realizado. Casella lo llama “paz razonable”, pero era la evidencia que, en esa Argentina, que a sus padres y a tantos como ellos les cambió la vida, cualquiera podía plantearse metas y verlas cumplidas. Santino llegó al país en 1953 en uno de los tantos barcos enviados por el general Perón, en los que miles de inmigrantes pudieron viajar gratis para iniciar una nueva vida. Al año siguiente, por la misma vía pudo llegar su esposa y sus dos hijos. Diecisiete años más adelante, esfuerzo sobre esfuerzo, pudieron llegar a la primera casa propia, en la que Santino y Miguelina vivieron el resto de sus vidas.
La cultura es la sonrisa
El libro no pretende desentrañar ese misterio de la condición humana que es la felicidad, pero pensando en familiares, vecinos, amigos de clase media del conurbano a los que vió reírse, Casella acuña la riesgosa afirmación que cualquiera de ellos, incluídos sus padres, fueron y son más felices que una pareja de millonarios que vive en Beverly Hills.
La tesis merodea alrededor de la idea, tan discutible en la Argentina, de que “la plata no hace la felicidad”. Por su cercanía profesional con personas llenas de fama y colmadas de bienes materiales, el conductor sabe que, cada tanto, los ricos también lloran, e incluso sufren. A eso, el autor del libro llama “la depresión de la prosperidad” y así lo explica: “Alcanzadas esas metas materiales, demostrables, quien puso demasiado en el desarrollo de su profesión, se queda sin sueños, sin proyectos, sin deseos. Es una clase de depresión que solo la padecen los ricos. Por eso comparo entre el semblante de la gente que un domingo a la mañana pasea por el Patio Bullrich y las familias que un domingo por la tarde estacionan su auto al costado de la General Paz. Las risas las vamos a ver en el segundo caso, sí o sí”.
Según Casella ubica la sonrisa más plena, la de sus padres y de otros, durante la década del 60. Entonces, ¿cuándo comenzó a agriarse la expresión promedio de los argentinos? Le queda claro que eso ocurrió en los años 90. “Durante el menemismo llega (para algunos, para pocos) la explosión del consumo, a lo que se suma una brutal desocupación. Y ahí se patentizan, para siempre, las diferencias que siguen hasta hoy”. Describe en el libro: “Una forma de felicidad general en una sociedad igualitaria donde todos usábamos zapatillas Flecha o Pampero. Todo eso se fue al diablo, para poner una metáfora, cuando entraron las zapatillas Adidas. A partir de eso fue ‘pertenecer o no’, lo que conocemos como la desigualdad. Y que yo sepa, la desigualdad borra la sonrisa”.
Las vacas y las penas
Por acumulación de referencias y citas de estudios e investigaciones extranjeras, en varios momentos el libro queda a una página y media de parecerse a un best seller que puebla las góndolas de autoayuda. Esos materiales lo alejan un poco del conurbano real, pero restablece interés hablando de valores que importan y hacen pensar: el deseo, la satisfacción y las frustraciones; la pobreza y la riqueza; el consumo y la austeridad; la fama y el anonimato, lo material y lo espiritual. En otro capítulo, con el olfato que lo caracteriza, Casella presenta aspectos de “el consumo loco de la Argentina feliz”. Es muy significativo reconocer que somos líderes en el consumo exacerbado de ítems superfluos o evitables, y que eso nos transforma en los manirrotos del sur de Latinoamérica. Pero la muestra se debilita ya que la fuente de esas diez conductas dispendiosas es única y en todos los casos proviene del diario Clarín.
En un momento nos instala en un lugar que parece de película: el reino de Bután, un pequeño país asiático, de religión mayoritariamente budista. En los años 70 el rey Jigme Singye Wangchuck estableció que lo que mediría el nivel de vida de ese lugar sería el FNB (siglas de Felicidad Nacional Bruta). Este remoto punto del universo, que limita con China e India, cercano al legendario Himalaya todavía hoy supedita su modelo de bienestar no al Producto Bruto Interno (PBI) sino a este original registro humano que evalúa estándares como bienestar psicológico; uso del tiempo; vitalidad de la comunidad; cultura; salud; educación; diversidad medio ambiental. Entre estadísticas que nos alteran los nervios como el riesgo país o las que registran la aguja de la inflación, más quisiéramos contar con estimaciones como estas.
Bután queda lejos, pero el conurbano queda aquí nomás. El libro está muy bien escrito y es una buena pieza para pensarnos en términos, que con frecuencia nos desvelan, como la riqueza y la felicidad. Tal vez, un productor tan experimentado como Casella podría poner a prueba su presunción organizando lecturas del libro en territorios del conurbano en los que desde hace tiempo los motivos para sonreír escasean bastante.