Pablo Escobar y el diario El Espectador

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Pablo Escobar y el diario El Espectador

21 Enero 2014

Pablo Escobar: El patrón del mal, es la serie que retrata la vida del narcotraficante Pablo Emilio Escobar Gaviria, el hombre que construyó un imperio en base a la comercialización ilegal de drogas y el terror como forma de ejercicio del poder. Como líder del Cartel de Medellín, se enfrentó en una guerra abierta con el Estado colombiano y se valió de la extorsión y los homicidios para hacer valer sus intereses.

Entre los hombres que enfrentaron a Escobar, la serie  destaca al Ministro de Justicia, Rodirgo Lara Bonilla, y al Coronel de la policía, Jaime Ramirez Gómez (que en la serie es representado como Coronel Jimenz). Ambos murieron asesinados por los sicarios de Pablo Escobar.

En el recorrido que ha tenido la emisión argentina de la serie, un personaje que aparece en forma recurrente es el director del diario El Espectador, Guillermo Cano, representado por el actor Germán Quintero.

Lejos de la ficción, desde su columna Libreta de Apuntes, el periodista liberal Gullermo Cano denunció sucesivamente el complejo entramado que relacionaba al narcotráfico con el poder político, la Justicia y las fuerzas de seguridad de Colombia. Sus editoriales, le ganaron el encono del Cartel de Medellín, que bajo las órdenes de Pablo Escobar, decidió ponerle punto final a sus notas periodísticas.

Pero, ¿Qué decían aquellas editoriales que le costaron la vida a Guillermo Cano? Transcribimos dos artículos publicados en su columna Libreta de Apuntes:

Libreta de Apuntes, 6 de noviembre de 1983

¿Dónde están que no los ven?

Hace más de una semana que la Cámara de Representantes, a pesar de iniciales vacilaciones y dilaciones, levantó la presunta inmunidad parlamentaria que dizque protegía al individuo Pablo Escobar Gaviria, en mala hora elegido suplente a la Cámara Baja en papeleta con su protegido, el señor Jairo Ortega.

El susodicho individuo Escobar Gaviria está sub júdice por narcotráfico y sindicado por la justicia de Colombia como presunto autor intelectual, en unión de su primísimo Gustavo Gaviria, de la muerte violenta de dos agentes de seguridad al servicio de la República.

Hace también un poco más de una semana que el juez que investiga el doble y abominable homicidio impartió orden de captura, en cumplimiento del correspondiente auto de detención y ya sin dudas constitucionales respecto a la posible inmunidad parlamentaria, del sujeto antes dos veces mencionado, y es la hora de ahora que Escobar Gaviria, como su primo carnal Gustavo, siguen gozando de cabal libertad como si las órdenes de los jueces no fueran de obligatoria obediencia por parte de las autoridades encargadas de hacer efectivas las capturas de los delincuentes convictos o de los presuntos delincuentes.

Hace mucho más de un mes otro juez de la República dictó auto de detención y expidió la correspondiente boleta de captura contra otro individuo de las mismas calañas y las mismas mañas de los primos Escobar Gaviria, el narcotraficante Carlos Lehder, vinculado dentro y allende de nuestras fronteras al delito de comerciar con estupefacientes y de enriquecerse con esa abominable y punible profesión.

Durante mucho tiempo estos personajes siniestros lograron engañar y embobar a las gentes ingenuas halagándolas con migajas y propinas, con dineros todos calientes, mientras la sociedad, acobardada y en algunos casos engolosinada con los espejismos y atractivos de la vida cómoda del jet-set emergente, veía crecer a su alrededor el imperio de la inmoralidad. Desenmascarados estos grandes personajotes de la mafia del narcotráfico, la justicia, tan lerda y temerosa en el pasado, comenzó a actuar.

Pero sus arranques, de un día para otro, han quedado como paralizados. Se sabe quiénes son y por dónde andan los fugitivos de la justicia; muchas gentes los ven, pero los únicos que no los ven o se hacen que no los ven son los encargados de ponerlos, aunque sea transitoriamente, entre las rejas de una prisión…

En las propias barbas…

La burla a la justicia, al cumplimiento de los mandatos de los jueces de la República, se hace más ofensiva cuando ocurre en las propias barbas de las autoridades. Al señor Lehder lo recibió un notario en su despacho, con cita previa, a hora prefijada, y el sindicado bajo auto de detención se paseó con sus guardaespaldas por las calles de Armenia sin que nadie, ni mucho menos los detectives de DAS o los agentes del F-2 o los policías comunes y corrientes, se dieran por enterado.

El señor Pablo Escobar Gaviria, según dicen las gentes, y cuando la gente lo dice es porque así ha sido, estuvo el viernes de la semana anterior a la que acaba de pasar por sus feudos podridos de Envigado, en componendas políticas, sin que su inexistente derecho de andar ahora libremente por el territorio colombiano se viera en ningún momento perturbado por la incómoda presencia de algún agente del orden.
¿De qué raro y exótico privilegio disfrutan estos traficantes de la droga y mercaderes de la muerte para que contra ellos la justicia no logre avanzar un paso en el esclarecimiento de los delitos que se les atribuyen y de los cuales parecen existir abundantes pruebas? En nuestras cárceles hay muchos delincuentes y hasta no pocos inocentes en quienes sí se han cumplido las órdenes judiciales de captura y detención. Y hasta un puñado de banqueros inescrupulosos, abusadores y estafadores, están en sus celdas de las cárceles colombianas.

Es de conocimiento público, sin embargo, que en este último caso, el de los banqueros, no están todos los que son en la prisión, porque hay varios de ellos con autos detención y órdenes de captura que lograron escapar a todas las redes de seguridad judicial del país para escaparse al extranjero. En el Ecuador, posiblemente, a donde viajan de vez en cuando sus compañeros de andanzas mejor librados, llevándoles quien sabe qué cantidades de ayudas morales y materiales para pasar bien estos voluntarios exilios que en la realidad son fugas planificadas hábilmente para eludir el peso de la burlada ley colombiana.

Casos distintos con perfiles iguales

Porque extrañamente ha venido sucediendo en los últimos meses el fenómeno inexplicable e inexplicado de que los autos de detención y las órdenes de captura expedidas por autoridades competentes contra delincuentes sindicados, no se han cumplido. Ocurren esas omisiones en casos delictivos ocurridos en órbitas diferentes. Los de un caso tienen que ver con el negocio sucio y punible del tráfico de drogas y los delitos que de ese narcotráfico se desprenden. En el otro caso son los defraudadores de la buena fe de los ahorradores colombianos que se han alzado con miles de millones de pesos mediante maniobras fraudulentas y estafas que no por muy hábiles y sofisticadas dejan de ser llanamente eso, estafas, un delito tipificado en nuestros códigos y que merecen con digno castigo. Pero son iguales los resultados con que se enfrenta la justicia en ambos.

Los sindicados de haber incurrido en violaciones de las leyes penales logran evadir la justicia. Vaya, usted, amable lector, persona honesta, honrada, a carta cabal, a salir del país y encontrará un cúmulo de dificultades, de obstáculos para poder hacerlo, una verdadera alambrada de garantías para que no salga si no está a paz y salvo con su país en todos los órdenes. Cometa usted una leve infracción de simple tránsito y verá cómo su tranquilidad y hasta su libertad se verán seriamente comprometidas.
Pero, en cambio, ahí tenemos a algunas de las cabezas visibles de los defraudadores bancarios fugitivos de la justicia, viviendo a pierna suelta, con todas las comodidades en el extranjero sin que su salida del país, a pesar de estar cobijados por autos de detención y órdenes de captura, les haya creado el más leve inconveniente o tropiezo. Y ahí están paseándose por las calles de las ciudades, los padrinos del narcotráfico y del lavado de dólares. Nadie los molesta. Son los intocables. Y esa es una vergüenza para un país que necesita recobrar su fuerza moral perdida y que fue la que le dio en el pasado sus momentos de mayor grandeza.

Nadie pide que se cometa una injusticia contra nadie. Pero la parte sana que aún le queda como reserva a Colombia lo que no puede tolerar es que a la justicia de este país se la convierta en un rey de burlas, que es lo que están haciendo los mafiosos y los defraudadores dejando a los jueces con sus investigaciones colgando de la brocha y permitiendo que se extienda por todo el país la tenebrosa sospecha de que dentro de nuestra propia autoridad, encargada de prevenir y reprimir el delito, existe una organización capaz de garantizarle la libertad al delincuente mediante el expediente de hacerse los de la vista gorda, de los que nada ven estando viéndolo todo, para proteger con su actuación venal o cobarde a los poderosos criminales que tienen mano ancha para pagar el soborno o el dedo pronto para apretar el gatillo mortal…

¿Será posible que alguien, con seriedad, en el alto gobierno, le diga a los colombianos, sedientos y necesitados de pronta y cumplida justicia, que castigue el delito y al delincuente, por qué están libres, continúan libres individuos como los primos Escobar Gaviria, los Lehder, los banqueros y corredores de bolsa defraudadores, los caracterizados ejemplos de la inmoralidad campante?

Mientras la justicia siga cojeando y no llegue, como no está llegando en casos tan graves y delicados como los que conoce la opinión pública, este país difícilmente logrará recuperar su título ennoblecedor de potencia moral y jurídica.

Las órdenes de captura de los jueces que no se han cumplido ante el estupor nacional son una cruel caricatura de la degradación a que hemos llegado, precisamente porque hemos tolerado el imperio de los más deshonestos y de los más inmorales, que con su dinero y sus armas homicidas todo lo corrompen y todo lo contaminan.



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Libreta de Apuntes, 14 de octubre de 1984

El ejército particular del padrino

La semana que termina sorprendió a la opinión pública, tan excitable y excitada en estos días, con la insólita revelación ampliamente desplegada por los medios de comunicación, particularmente la radio y la televisión, de que uno de los más siniestros capos del narcotráfico en Colombia, el extraditable Pablo Escobar Gaviria, posee su propio ejército -cosa que se intuía por los numerosos antecedentes que obran en los prontuarios del congresista suplente que se infiltró en nuestra organización política gracias a su dinero sucio, pero que se había confirmado con plena prueba- que lo mismo sirve al comercio ilegal de los estupefacientes, a las vendettas entre delincuentes, que ahora pasa a aparecer ante la opinión pública como rescatador de secuestrados.

Ya en años anteriores el Clan Ochoa, la otra gran organización sindicada de narcotráfico, empleó sus ejércitos particulares para perseguir y rescatar a una joven de la familia, y fue cuando surgió en el panorama nacional la denominada organización Muerte a Secuestrados -MAS- que, con el paso de los días y en zonas afectadas por la violencia y aun en donde reinaba la paz, adquirió siniestra notoriedad al transformarse de un grupo de gorilas y asesinos, como lo probó el procurador general de la Nación cuando ese organismo decidió investigar a fondo el asunto y hacerle frente al problema.

Ahora el ejército particular del señor Pablo Escobar asume la justicia por sus propias manos y en vez de prestar colaboración con las autoridades obra a espalda de ellas y monta publicidad en que caen ingenuos, para ganarse simpatías, cuando el país debería rechazar sus andanzas que violan casi todo el Código Penal Colombiano.

Afortunadamente la viceministra de Justicia y los comandantes de las Fuerzas Militares del área de Medellín y de Antioquia, donde apareció el ejército particular del narcotraficante, cortaron rápidamente la aureola de héroes que algunos locutores y algunos informadores de la televisión y la radio comenzaban a crea alrededor de los sicarios a sueldo.

Entendemos que los beneficiarios inmediatos de la acción del ejército particular de Pablo Escobar se sienten agradecidos y acepten devolver el favor recibido con “donación de sanitarios para el barrio Medellín sin Tugurios”, barrio del cual se ha servido el narcotraficante para adquirir, con la inversión sucia de sus dineros procedentes del delito, unos votos, los suficientes para permitirle llegar a la nómina congresional, pero el país no puede permitir que se sustituya la autoridad legítima, a la cual, de paso, se la quiere dejar en ridículo haciéndola aparecer como incapaz de realizar lo que hacen los hombres del padrino, en la lucha contra el secuestro. Contra ese abominable delito está la organización institucional colombiana, que ha tenido no pocos y sobresalientes éxitos en combatirlo, sino que es a la cual la opinión pública, la ciudadanía, debe prestarle todo su respaldo.

Los peligros del ejército particular

No sabemos si las gentes se habrán dejado deslumbrar a tal punto por el rescate del joven estudiante antioqueño, por los hombres del narcotraficante, que no se hayan detenido a reflexionar lo que esta situación gravísima plantea para la tranquilidad pública. Según algunas versiones, el rescate del joven tuvo contornos cinematográficos, o por lo menos eso quieren mostrar los publicitadores del golpe. Los hombres -armados hasta los dientes- del padrino llegaron a la zona donde estaba secuestrado el jovencito en dos helicópteros. Léase bien: en dos helicópteros. Eran cuarenta hombres, por lo menos.

Esos helicópteros cuestan una fortuna. ¿Saben los colombianos de dónde saca la plata el señor Pablo Escobar para disponer de esos sofisticados aparatos a su servicio? Ciertamente no del trabajo honrado.En Colombia se podrían contar en los dedos de las manos las personas que poseen una avioneta particular y mucho menos son los que poseen un helicóptero propio. Y entre esos poquísimos las autoridades han podido comprobar que la mayoría son de propiedad de narcotraficantes.

Se dirá, con esa lógica elemental de estos tiempos, donde los valores morales y éticos tanto se han invertido, que es buena cosa que para rescatar secuestrados, que es una obra humanitaria, se utilicen todos los medios posibles, No importa, para eso, la oscura procedencia de los instrumentos empleados.

El fin justifica los medios.

No es de extrañar que en los mismos círculos donde el MAS adquirió apoyo económico y moral esta nueva aparición de temibles delincuentes disfrazados de ovejas sea recibida con entusiasmo delirante y demencial. No saben los peligros que hay detrás de todo esto, o, mejor, prefieren ignorarlos y abrirle los brazos a la proliferación de los ejércitos particulares para convertir a Colombia en el Oeste americano de los tiempos en que la justicia se ejercía por la propia mano del matón más fuerte.

Hoy esos mercenarios que tan bondadosos y generosos se presentan como salvadores de vidas, honras y de bienes, son mirados por algunos con admiración insensata. No se dan cuenta de que son los mismos que realizan los asesinatos -desde las motos- de jueces, de policía, de periodistas, de ciudadanos o de individuos que no son gratos a su negocio punible.

Lavando sus monstruosos pecados

Sería un nuevo desquiciamiento abismal del principio del bien y del mal que se llegara al clímax de lavar los pecados graves cometidos por la mafia porque los guardaespaldas asesinos de los capos rescatan a uno o dos o a tres secuestrados. Convertirlos, además, en héroes, a quienes deben rendírseles honores y reverencias.

La descarada aceptación pública de que una persona tiene a su servicio un equipo armado como fuerza de choque que actúa a espaldas de la autoridad legítima, es un reto que se le hace a la sociedad colombiana que no puede estar tan corrompida ni degenerada como para agradecerle favores a los criminales. Lamentamos mucho tener que decir esto pero no son de ahora tiempos para Robines Hoodes, ni los sicarios de los narcotraficantes ni éstos mismo son gentes que merezcan aureolas de bandidos de bien, que le quieren colocar con toda la fuerza de la publicidad moderna algunos ingenuos o interesados comunicadores de opinión pública.

Se trata, y sobre eso no hay derecho a equivocarse, de enemigos públicos número uno de la sociedad. No sólo causan daño y lesión enorme con el tráfico de los estupefacientes, que destruyen a la juventud y aun a la niñez colombiana, sino que alrededor de su negocio se mueve toda una industria sangrienta de muerte que no puede perdonarse, como el pecado original, con las aguas bautismales de aparatosas operaciones de rescate, cuyos fines verdaderos no son los de combatir ese delito en su verdadera magnitud, sino aprovechar en beneficio propio popularidades mal merecidas.

Corresponde hoy a la sociedad colombiana, a la que se sienta amenazada por el secuestro y la extorsión, a la que con justicia clama por protección y seguridad, solidarizarse y colaborar con las autoridades, de las cuales espera esa protección y seguridad. Y no dejarse encantar por tenebrosos personajes cuyas manos manchadas de sangre y de vicio todo lo corrompen. Así como la violencia llama a la violencia, el crimen llama al crimen. Nada que proceda del estiércol del delito puede ser bueno para una sociedad moralmente digna. Lo que en un instante de ofuscación nos pueda parecer como contribución notable a una buena causa, a poco del deslumbramiento, cuando analizamos serenamente los orígenes de la acción, la encontraremos altamente contaminante y corruptora.

De los ejércitos particulares de los narcotraficantes y similares, ¡líbranos Señor! Porque de ellos sólo podremos esperar, ineludiblemente, el infierno de la descomposición final.