Perla Suez: “La ficción es como un río”

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Perla Suez: “La ficción es como un río”

22 Noviembre 2020

Por Gito Minore

El pasado sábado 14 de noviembre, la novela El país del diablo, de la escritora argentina Perla Suez resultó ganadora de la 20º edición del Premio Rómulo Gallegos. Entre un total de 214 obras concursantes, el jurado integrado por Laura Antillano (Venezuela), Vicente Battista (Argentina) y Pablo Montoya (Colombia), eligió por unanimidad el libro de Suez, editado por Edhasa.

AGENCIA PACO URONDO conversó con la autora sobre el premio y sobre su trayectoria, en la que se destacan grandes obras para el público infantil.

Perla Suez

AGENCIA PACO URONDO: El país de diablo, la novela con que ganaste este premio transcurre durante la época de la “Campaña del desierto” y tiene una protagonista niña, ¿qué te lleva a contar esta historia que, incluso acá en Argentina, muchos desconocen?

Perla Suez: De alguna manera les voy a contar cómo inicié esta novela, cómo apareció en mí, cómo entró dentro de mí, que fue a través de algo muy aleatorio. Yo estaba en Santiago de Chile, me habían invitado a dar una charla y a la salida pasé por una librería porque quería ver novedades. Entré y un libro me estaba esperando, era Las memorias del Lonko Pascual Coño que era un mapuce muy viejito, que escribió sus memorias en su lengua y fue traducido al español y estaba en bilingüe.

Empecé a leer y quedé prendida, fascinada con esa cosmogonía, con esa cultura de la cual yo no sabía nada. Recuerdo que ni en la escuela, la universidad o en el colegio, nunca nadie me habló de las maravillas culturales del pueblo mapuce y de todos los pueblos originarios de América. Así que empecé a descubrir esa cosmogonía, esa mirada de un mundo tan diferente y yo, que aprecio tanto las culturas y las diferencias culturales, quedé completamente conmovida con su confesión, con su testimonio. Así que a partir de ahí me fui a buscar libros de antropología: leí Mircea Elíade, algo de Lévi-Strauss y encontré un libro maravilloso sobre el desierto. El desierto argentino de la Patagonia.

Entré en esas lecturas, en esas culturas, y dije: “Pero a mí, cuando iba a la escuela, me contaban que los indios eran salvajes, que mataban a los blancos con unas flechas horribles y envenenadas”, y me dije, tengo que contar otra historia. A mí me interesa que la gente, que los lectores, puedan escarbar la tierra desde otro lugar; puedan escarbar las palabras y encontrar otro significado. Así que, después de documentarme y leer un montón de cosas, apareció una imagen que fue creciendo en mí, que es la de una niña de catorce años, mitad blanca, mitad mapuche, que es aceptada por la última toldería que quedó en pie después del intento de exterminio del pueblo mapuce por parte del General Roca en la “Campaña del Desierto”, a finales del siglo XIX. Había algo que se movía dentro de mí como parte de mi autobiografía. Pero yo soy blanca, vengo de la mitad del centro de Europa, mis ancestros (mis bisabuelos y abuelos) escaparon de las garras del Zar Nicolás II, salvando sus vidas. Tengo origen judío, ¿qué me unía tanto a esta niña hermosa, mestiza, que ve cómo matan a la Machi, la sabia de la tribu? A ella la habían alcanzado a iniciar porque tenía todas las cualidades de poder leer el universo. Ella alcanza a ver cómo la matan y cómo exterminan a ese pueblo, esa parte de su aldea.

Yo tenía algunas alternativas, empecé a pensar en ella: ¿Qué le pasa por dentro? ¿Cómo es Lum, que en mapudungun quiere decir “encuentro entre dos entre dos lagunas”? Y eran dos lagunas que trabajaban en mi cabeza, me mordían el cerebro y yo decía “laguna, una laguna en la memoria”. Entonces, ¿qué me une a esta niña y a la cultura mapuce viniendo del Little Europa? Y me di cuenta de que había una cosa fuerte en común que me empujaba a escribir esta historia: la historia del país del diablo. Era fundamentalmente que yo recordaba que de niña me decían que el pueblo judío escapó por el desierto del faraón en Egipto y tuvieron que vagar por el desierto durante muchos años, mucho tiempo, para poder encontrar una tierra donde poder vivir. El desierto es la sangre que tira, la misma sangre que pelea, la que va a pelear Lum por sobrevivir y por qué su pueblo siga existiendo. Entonces, ahí fue cuando entré en la historia, empecé a entrar en esa niña que se encontró de golpe con cinco soldados del General Roca, que eran los que estaban exterminando para quedarse con sus tierras. Bueno, lo evidente era que yo podía haber contado que la violaban y no sé qué. Una historia que es la que vivimos todos los días, y leemos los femicidios en el mundo. Entonces dije no, voy a contar otra historia.

No les voy a adelantar la novela, pero quiero que sepan que hay una parte de mí que está en Lum, así como hay una parte de Lum que recorre su propio camino con mucha libertad. Y que la dejé, como ella domina el desierto, la dejé andar a caballo, montada y persiguiendo a cinco hombres, que en realidad están de regreso de la matanza.

Hasta aquí una introducción de La historia del país del diablo. Le puse ese título porque el General Roca, que mando a exterminar a los indios mapuces en la Araucanía, es decir en la Patagonia, le llamaba así a esa tierra: “El país del diablo”.

APU: Tal como contás, en esta novela hacés pie en el drama de la “Campaña del Desierto”, un capítulo oscuro de nuestra historia, ¿qué función cumple la literatura al traer al presente estos pasajes deliberadamente olvidados?

P.S.: Mis primeras novelas que formaban la Trilogía de Entre Ríos trataban de mis antepasados de Europa, esta novela trata de los antepasados de mi país, Argentina. Toda guerra ha dejado sobrevivientes que son los que tienen la memoria para contar qué pasó. Siempre hubo personas que sobrevivieron y pudimos enterarnos de otra historia, otra verdad, que no es la mentira que nos enseñaron.

La ficción, en definitiva, puede contar precisamente la historia que nunca se contó, la esencia de una cultura que se quiso tapar. Las escritoras nos anticipamos con la ficción; la literatura toma la memoria, la lleva al futuro y no al pasado. En la novela agarro ese pasado, agarro esa época y a esos soldados, pero los miro desde una perspectiva del siglo XXI, desde lo que nos está pasando en un mundo tan oscuro.

APU: Más allá de esta novela para adultos, vos tenés una larga trayectoria en la literatura infantil y juvenil. Una literatura que, si bien en estos últimos treinta años ha logrado bastante reconocimiento, durante mucho tiempo ha sido soslayada, o dejada de lado en cuanto a grandes premios y demás. ¿Sentís que con este galardón que recibiste por una novela, que además tiene una protagonista niña, de alguna manera compensa esa otra falta de reconocimiento?

P. S.: La literatura para niños, con la cual me inicié, y la literatura para adultos, con la cual continué, circulan en mi cabeza y en mi cuerpo entero como un río porque la ficción es como un río y yo, en sentido figurado, siento que estoy parada como en un puente viendo correr el río y a veces me paro en una orilla y a veces en la otra. Pero no tuve nunca la preocupación de estar pensando en que la literatura infantil está ninguneada. Aunque es cierto, también hay una literatura para niños que cae en la ñoñería y en la frivolidad, pero estoy hablando en la literatura para niños de calidad. Nunca sentí que yo estaba haciendo diferencia, no me interesa. Lo que me interesó es trabajar profundamente la historia, como hice con Memorias de Vladimir, que es la historia de un niño que escapa del Zar. Tal como mi abuelo, que lo pusieron en un barco con un gallo. Él viene con un gallo a América, solito, con un tío que prácticamente no lo ve. Es el viaje de él hasta hacerse hombre al pisar tierra junto con su animal. Eso es Memorias de Vladimir. Cuando lo escribí no pensaba si era para niños o era para adultos.

Yo creo que en algún momento hice un clic que fue cuando escribí Letargo, mi primera novela para adultos, que conforma (luego con El arresto y Complot) la trilogía de Entre Ríos. Sentí que tenía que contar ahí la historia de mis ancestros, de mis abuelos, de mi familia. Hay una cosa más intimista en Letargo, que fue ir recorriendo un camino despacio, sin apuro, ya que nadie me corría. No me interesan las luminarias, no me interesaba figurar, el éxito. Me preocupaba entrar profundamente en los personajes, encontrarme con ellos, buscarlos. Que tengan contradicciones, que sean ambivalentes, que no sean ni malos ni buenos, que sean tanto para niños como para jóvenes.

Hasta tengo un cuento que es la historia de un perrito que se llama Espero y al que el año pasado el Banco del Libro de Caracas premió como uno de los libros más hermosos del mundo. Para mí fue otra alegría grande. Espero está incluido en La brujita de papel. Es la historia de un perrito que espera muchas cosas, que no se las voy a contar, pero sé que muchos adultos y viejitos adultos se lo compran para leer. Entonces, ahí hay un cruzamiento con las palabras y con el sentido, que es mi pretensión a la hora de llegar al lector, conmoverlo, a veces de una manera adaptada más para un lenguaje de niños. Eso si uno tiene en cuenta el lenguaje, no es el mismo código. Pero en cuanto a contar con profundidad, lo he tratado de hacer tanto para niños como para adultos. La verdad es que estoy muy agradecida a la vida, a la literatura y a la ficción porque con ella he podido sobrevivir a muchas problemáticas, y sigo creyendo que la literatura, que la ficción, es un camino que nos adelanta, nos hace crecer y avanzar en el conocimiento, en el pensamiento creativo y crítico.

APU: Acabás de definir a la literatura y la ficción como un río. Seguramente en tu formación hubo primeros libros que estuvieron parados en estas dos orillas que decís, entre la literatura infantil y la literatura adulta. ¿Cuáles fueron esas primeras lecturas?

P. S.: Las primeras lecturas que recuerdo fueron los libros que me leyeron mi padre y mi madre cuando todavía no sabía leer. Primero fue el Patito feo, de Andersen, que le pedía a mi madre que me lo lea todas las noches. Después recuerdo las lecturas de mi padre de Juancito caminador, de Raúl González Tuñón.

Después Louisa M. Alcott: agarraba la biblioteca de mi hermano mayor que yo y en vez de leer Mujercitas, leí Hombrecitos. Leí Salgari; El conde de Montecristo de Alejandro Dumas, nunca olvidé el personaje de Edmond Dantès; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Después vinieron los clásicos en diferentes colecciones: Odisea, Eneida. Sumados a los tomos de El tesoro de la juventud y el capítulo del libro de los “¿Por qué?”

APU: ¿Qué opinión tenés sobre los premios literarios?

P. S.: Con respecto a los premios literarios, creo que son fundamentales. Para mí han sido importantísimos, como también para los que están escribiendo y no encuentran editor, y saben que es tan difícil llegar. Creo que los concursos nos abren puertas enormes porque si lo que escribimos conmueve y moviliza a los lectores, podemos tener las puertas abiertas para poder empezar a publicar. Qué decirles que ganar premios importantes son estímulos increíbles para seguir adelante. En realidad, en la literatura uno escribe por gusto, por necesidad o por placer. Yo fundamentalmente porque sin ella no podría sobrevivir en este momento duro y en este mundo oscuro. No solamente esto de la pandemia, sino que estamos en un tiempo de la tierra muy difícil. Entonces me parece que los concursos literarios abren un camino y conducen a que los traductores, los editores de otros continentes, de otros países, puedan acercarse a nuestros libros y, tal vez, llegar a otros continentes y a otros mundos que uno nunca pensó llegar a través de la literatura. Así que creo profundamente y aliento a todos para que se presenten a cuanto concurso importante haya para que puedan acceder a ver publicada su obra alguna vez.

Qué les digo del Rómulo Gallegos, estoy feliz, contenta y orgullosa de recibir uno de los más grandes premios que tiene la América Latina y que tiene la lengua castellana.

APU: Respecto de la coyuntura política, hace pocos días trascendieron una serie de dichos de la actual ministra de Educación refiriéndose despectivamente hacia los docentes, tildándolos de viejos, fracasados y pobres, entre otros agravios y acusándolos de hacer “adoctrinamiento”. Teniendo en cuenta que los docentes son un eslabón para la enseñanza y la difusión de la literatura, ¿qué opinión te merecen los dichos de Soledad Acuña?

P. S.: La verdad que una postura así me deja pasmada. Evidentemente que ese cargo de ministra de Educación no es para una persona que piensa así.