Punta Alta, la Memoria y sus arte-factos
Una ronda de té por servirse, con el dominó abierto a los eslabones de la tarde vigente. El tocadiscos presto a girar. Una máquina de escribir: el olor olvidado de las cintas de tinta, los tipos que saltan y sellan en rojo y negro. Herramientas de laburo diurno, libros de estudio nocturno. La camiseta de Racing. Una estatuilla de El Zorro, que sigue siendo el justiciero popular de los mediodías o el YouTube.

La cotidianeidad como denominador común del hoy de medio siglo atrás y el presente de Punta Alta, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Una ciudad con 64 mil habitantes, la base naval más importante de la Argentina y -como en todo el país- la cicatriz atroz del terrorismo de Estado.
Seis de sus víctimas forman parte de “Artefactos de la Memoria”, la instalación artística que se propuso reconstruir los cimientos de sus subjetividades. Los nombres: Norberto Eraldo, Daniel Carrá, Miguel Ángel Galizzi, Juan Mateo Nieto, Jorge Mario Tulli y Nancy Cereijo.
Un gentilicio común, una cuna de contrastes: son víctimas locales de un aparato criminal que tuvo en la base de Puerto Belgrano a uno de sus grandes polos ejecutores del sur, junto al V Cuerpo de Ejército de la lindante Bahía Blanca.

Entre el mismo lunes 24 de marzo y el jueves 27, los “Artefactos de la Memoria” se desplegaron en el ingreso a la Biblioteca Popular y Centro Cultural “Juan Bautista Alberdi” de Punta Alta. Como inicio, un video, una reunión de voces en off de familiares y amigos para la reconstrucción de las seis vidas militantes.
El arribo de “Artefactos de la Memoria” fue una de las actividades diagramadas por el Movimiento por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Punta Alta (MoVeJuPA) para conmemorar allí el aniversario 49 del golpe cívico militar que sistematizó el terror y la represión clandestina. El MoVeJuPA nació hace menos de quince años y no le ha sido fácil acercar la temática a sus vecinas y vecinos, en una localidad y una región atravesadas por la idiosincrasia naval de la época primero y la creencia de que estos hechos solo habían ocurrido en las grandes capitales, después.

Aiden Blanco, Aymará Corral Morales y Matías Zambrano, tres estudiantes de la Universidad Nacional de las Artes, gestaron la idea y le dieron forma con la curaduría. Para Matías, profesor de Letras y puntaltense, fue su retorno al pago de infancia. Con la invitación a hacer memoria con los sentidos.
La compartieron en diálogo con el periodista Luciano Bianchinotti, y su proyecto Extra Noticias.
Los objetos -originales o símiles de época- se ordenaron en los desórdenes habituales de la vida, porque seis vidas reconstruían, desde el tironeo clarificador entre ausencias y presencias.

Modos de vivir el arte, la amistad, las lecturas, el trabajo o el estudio. Momentos que no revelan sólo una identidad personal, sino también la colectiva, reconocible en la cercanía de los objetos propios o prestados que pueblan la instalación. No nacieron en cualquier parte, sino aquí, en esta sociedad que lucharon por mejorar.

Recorrer, mirar, incluso volcar a un árbol de papeles la emoción final, son partes de la ruta de toda propuesta de este tipo. La invitación -o acaso más, la recomendación- era extender la interacción con lo expuesto al diálogo táctil con la materialidad superviviente.

Pero en las sillas descansaba tal vez el instante punzante de la experiencia emocional. Sillas en la mesa de té, en la de dibujo o escritura, en la de marroquinería. Por cada silla, un vacío. Un recordatorio de las ausencias, pero también el llamado a ocuparla, para volcarse a la vida, el mundo y el tiempo desde su respaldo compañero.
