Radiohead en Tecnópolis: la victoria de lo alternativo
Por Leandro Suarez
Nos habíamos despertado con una noticia amarga que contrastaba taxativamente con la belleza del sábado soleado: el catastrófico bombardeo a Siria por parte de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. La mañana se manifestó como un sueño extendido, un confuso despertar de emociones encontradas, por un lado estábamos a horas de presenciar la actuación de la banda más influyente a nivel mundial de los últimos veinte años y, por el otro, la tristeza de saber que horas atrás alrededor de cien misiles se habían llevado la vida de miles de inocentes al otro lado del mundo.
Formé parte de uno de los casi diez colectivos repletos que partieron desde la ciudad de Córdoba hacia Villa Martelli en la medianoche del viernes. Se podía sentir la ansiedad plural sólo con mirarnos los unos a los otros. El viaje fue tranquilo, el momento había llegado. Luego de nueve años de espera, la banda de Oxford iba a pisar nuevamente el suelo argentino, esta vez en el día del cumpleaños de su guitarrista Ed O´Brien, aquel que el 24 de marzo de 2009 leyó en un fluido español una sentida dedicatoria a los desaparecidos en la última dictadura cívico militar. El título de la canción en cuestión era “Cómo desaparecer completamente”.
Radiohead es capaz de lo imposible, de eso no hay duda. La franja etaria que la fila para entrar al festival exhibía era de una amplitud enorme. Podías observar tanto adolescentes como adultos con sus hijos en brazos. La historia de esta banda es un monumento que atraviesa las generaciones que fuimos testigos del final del pasado milenio y el comienzo de este.
Una vez adentro del predio, el festival nos mantuvo atentos con una cascada de artistas de distintos géneros y búsquedas musicales. Roco Posca tuvo el desafío de abrir la jornada con su cuarteto de pop-rock, luego llegó el turno de JUNUN, el proyecto donde el compositor Israelí Shye Ben Tzur y el Rajasthan Express colaboran con Johnny Greenwood (primera guitarra en Radiohead) en una mixtura llamativa de música árabe y occidental. Más tarde, y previo a la llegada del plato principal, apareció Steven Ellison AKA. Flying Lotus detonó un avasallante set electrónico acompañado de una puesta visual con una sincronización exacta y contundentes juegos lumínicos.
Poco a poco el campo se fue poblando de almas. El viento calmaba nuestros oídos ávidos de las canciones de Thom Yorke y compañía. Nos volvimos a mirar, nos vimos expectantes, luego de haber esperado nueve años sólo restaba esperar minutos, minutos que fueron eternos. Fue entonces cuando del silencio brotó el acorde suspendido de un piano y los sonidos agudos de Daydreaming, single de su último disco de estudio "A moon shaped pool", dieron comienzo a un viaje donde los seis ingleses abordaron todo su repertorio de matices, dinámicas y texturas.
Conocer las distintas búsquedas estéticas que Radiohead ha emprendido en sus nueve discos es una tarea tan ardua como apasionante. Quizás lo más curioso fue el viraje rotundo hacia un tipo de sonoridad electrónica al lanzar Kid A, una decisión sumamente riesgosa para suceder al disco de rock alternativo más emblemático y vendido de los noventa, OK Computer. Y es aquí donde encontramos la esencia de lo alternativo, que comprende no sólo a un comportamiento que esquiva los órdenes culturales impuestos sino que desobedece con ímpetu los índices de ventas y aleja la búsqueda artística de cualquier estudio de mercado.
El momento más bello de la noche sucedió paradójicamente después del momento más tenso. La obra “The gloaming”, perteneciente al disco “Hail to the thief” había sido interrumpida por un problema de seguridad, una de las vallas del frente estaba cediendo por la presión de la gente. El recital se detuvo veinte minutos. En ese momento donde todos estuvimos alterados, donde nacieron canticos de todo tipo (hasta se pudo escuchar el famoso cántico contra Mauricio Macri), fue en ese preciso momento cuando el líder y vocalista Thom Yorke enmudeció la inmensidad de gritos cantando a capella la misma canción que había sido interrumpida. Fue un canto que apaciguó todo. Logró recomponer el atormentado clima solamente con una línea melódica, lo hizo cantándonos como a niños en sus camas y con una ternura inconmensurable.
La despedida fue con un regalo bastante particular, sonó Creep, el himno indiscutible, una canción con la que el grupo mantiene un amor-odio, el hit que les dio la visibilidad inicial usualmente no suele estar en la lista de temas, el sábado tuvimos la suerte de presenciarla, todo está en su lugar correcto. Cuando hablamos de Radiohead, hablamos indefectiblemente de una cosmovisión alternativa, basta ver el documental “Conocer personas es fácil” donde, en medio del furor beatlemaniaco a la que la banda estaba sometida a fines de los noventa, los integrantes del grupo reflexionan sobre cómo la fama distorsiona lo real, y lo absurdo que se vuelve vivir rodeado de un reconocimiento general exagerado, cámaras y micrófonos.
El sábado fuimos testigos de un fenómeno que nace de la inconformidad conjunta que genera la monotonía de estos tiempos. Este acontecimiento es la victoria de lo alternativo como voz que expresa que el traje de esta sociedad no nos queda del todo cómodo. Radiohead demostró una vez más que esquivar los caminos previsibles tiene sus frutos, que con poesía de gestos surrealistas y con canciones de estructuras rítmicas no lineales se puede atentar contra lo masivo de manera masiva. También demostró que podemos vivir sin mirar de lejos a la tristeza ni a la depresión, porque son elementos que pertenecen a la vida y que hoy son tabú. Lo demostró con una sonoridad y melodías que buscan luminosidad pero sin tenerle miedo a la oscuridad del mundo en el que vivimos.