Saint - Simon, Flora Tristán: socialismo y feminismo proletario
Por Juan Carlos Venturini
Por varios motivos el trabajo de Hernán Díaz resulta notable. El principal de ellos es que, apartándose de varias ideas consagradas del marxismo tradicional, demuele dos textos canónicos de esta tradición.
Por un lado, el conocido artículo de Lenin "Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo", de 1913, donde el líder ruso denostaba a ese socialismo originario como "utópico", pero, peor aún, lo ridiculizaba por "maldecir" o "condenar" a la sociedad capitalista y "soñar" con su destrucción. El autor niega con solvencia estas diatribas inconsistentes del viejo líder: "En nuestra lectura, el socialismo originario fue un lento y penoso trabajo de elaboración teórica y práctica, que implicó por lo menos a tres generaciones de militantes que... actuaron a partir de la realidad que veían ante sus ojos, y los conceptos y las organizaciones que crearon se fueron depurando al calor de los éxitos y fracasos". Ni sueños ni maldiciones; ensayos, aciertos y errores, en un sacrificado movimiento de lucha contra la injusticia.
Por otra parte el autor se refiere al difundido opúsculo de Engels "Del socialismo utópico al socialismo científico" afirmando que este texto fijó para siempre la equivocada calificación de utópico para designar al socialismo primitivo (anterior a la revolución de 1848), concluyendo que "el texto de Engels no fue un incentivo sino, al contrario, un impedimento para el conocimiento de los orígenes del socialismo".
No debería ser echada en saco roto esta importante prevención: siempre se corre el peligro de que autores consagrados, por su brillantez, por su autoridad, o simplemente por su éxito coyuntural, oculten la realidad en vez de revelarla. De manera que, imprevistamente, construyan una anteojera de prejuicios, medias verdades y deformaciones, que se alzan como una nueva muralla de obstáculos para la correcta comprensión de la verdad histórica. La afirmación insostenible de que el socialismo primitivo era un socialismo “utópico” se hizo para reafirmar el carácter “científico” del socialismo moderno posterior. Apelativo que, en mi opinión, también resultó inapropiado, como veremos luego.
Este alejamiento necesario le permite al autor, apelando a la lectura minuciosa de la obra de estos iniciadores, destacar la importancia de la trayectoria y de la elaboración política de Saint Simon, como el principal precursor del futuro movimiento socialista. El autor afirma que la posteridad ha sido particularmente injusta con Saint Simon. Respecto a las otras dos mentadas fuentes del marxismo, la filosofía alemana y la economía política inglesa, se reconocen a Hegel y a Adam Smith como indiscutidos padres fundadores. Pero la herencia política del socialismo francés, ha sido permanentemente disminuida u olvidada. “Ninguneada”, diríamos en modismo coloquial rioplatense. Queda así expuesta, según el autor, el aspecto más débil del cuerpo teórico elaborado por el marxismo. Es en el terreno de la acción política concreta que la tradición socialista mostrará sus más notorias debilidades, recorriendo diversas rutas, muchas veces fracasadas, desde la insurrección armada hasta la acción reformista parlamentaria. El reciente resultado de las elecciones primarias en Francia, donde el sectarismo criminal de socialistas, comunistas y trotskistas, permitieron que ¡por un punto! pasase al balotaje la fascista Le Pen, en lugar del izquierdista Mélenchon, es un indicador grave en este sentido.
Saint Simon, los heroicos esfuerzos de un precursor
Lejos de los prejuicios heredados, Díaz, demuestra que la elaboración política de Saint Simon podría ser criticada, no por lo utópica, sino por su contrario, por ser demasiado empírica, práctica, buscando encontrar soluciones viables a las crecientes desigualdades existentes. Primitivamente Saint Simon se dirigía a la clase productora, industrial, para elevar sus propuestas, a la que contraponía a las clase privilegiadas representadas por la nobleza y el clero. Muy lentamente fue percibiendo una diferenciación, la aparición de una nueva clase, los proletarios, separada en sus intereses de los propietarios. Hasta comprender que para impulsar sus propuestas de reforma social debía apoyarse en “la clase más pobre y más numerosa” como aludía a la naciente clase obrera.
El autor caracteriza como socialismo maduro a la elaboración de Marx y Engels a partir del “Manifiesto Comunista”, de 1848. Pero en su trabajo demuestra que muchos de los conceptos consagrados por el famoso programa tienen antecedentes directos en la elaboración de Saint Simon. En 1831 sus discípulos afirman: “La explotación del hombre por el hombre, que hemos mostrado en el pasado bajo su forma más directa, más grosera, la esclavitud, se continúa en un muy alto grado en las relaciones de los propietarios y los trabajadores, de los patrones y de los asalariados” (Doctrine de Saint Simon, 1831). Señalan tambien una sucesión histórica: “Transformación sucesiva de la explotación del hombre por el hombre y del derecho de propiedad. Amo, esclavo. Patricio, plebeyo. Señor, siervo. Ocioso, trabajador”. La afirmación remite casi en forma literal al comienzo del Manifiesto de 1848.
La palabra “socialismo” va a surgir en 1832 para denominar al movimiento asociativo proletario y luego para darle fisonomía a la aspiración social del futuro. Saint-Simon bregó desde un primer momento por la necesidad de “asociarse” para los trabajadores y de alli provino el término. Saint-Simon desarrolló una crítica muy severa a los liberales de su época en párrafos que remiten a la época actual: “en la sociedad actual rigen el desorden, la confusión y la anarquía y la moral individualista amenaza con destruir lo que se está construyendo”. Contra el individualismo de los liberales surge el concepto de la asociación. El estado se transformará en “asociación de los trabajadores”, predice.
El Manifiesto Comunista hizo célebre el apotegma “a cada uno según se necesidad, de cada uno segun su capacidad” que proviene directamente de una afirmación previa de Proudhom: “A cada uno según su capacidad, a cada capacidad según sus obras”.
La importancia en establecer esta continuidad consiste en evitar considerar a la historia como un mero resultado de la ación de los grandes hombres y rescatar el esfuerzo de la lucha colectiva. El autor recalca: “Aunque se suele considerar que la obra de Marx nació exclusivamente de su genio, ni los programas políticos ni las revoluciones científicas nacen por generación espontánea clausurando el pasado definitivamente, sino que se reelaboran volviendo a tejer la trama del pensamiento con los hilos legados por los antecesores”.
Flora Tristán, el inicio del feminismo proletario
Otro mérito no menor del trabajo es la reivindicación de otra figura señera mas olvidada aún: la de la peruana Flora Tristán. Tal vez los memoriosos recordarán, de la escuela primaria, el nombre del general “español” (peruano) derrotado en las batallas de Tucumán y Salta: Pío Tristán, tío de nuestra heroína que, de niña, se trasladó a Europa y se convirtió en una enorme luchadora social.
La cultura anglosajona, que nos inculcó el cine hollywoodense, nos hizo creer que las luchas feministas comenzaron por las sufragistas inglesas a fines del siglo XIX. Pero por lo menos cincuenta años antes, la militancia de las primeras socialistas obreras, en primer lugar de Flora Tristan, colocaron los derechos de la mujer como parte del programa liberador de toda la clase trabajadora. Flora Tristan desarrolló una enérgica labor de agitación y propaganda en Francia. En Lyon, Marsella y Toulouse logra organizar grupos persistentes de seguidores. Sus ideas fundamentales las expresa en su libro “La Unión Obrera” enarbolando la consigna: “Hermanos, unámonos” que remite al “Proletarios del mundo, uníos” del futuro Manifiesto Comunista. Flora Tristán se reúne con representantes de todos los núcleos socialistas europeos. Su temprana muerte en 1844 frustra su labor que es continuada por sus seguidoras más activas: Eléonore Blanc, y sobre todo por Pauline Roland, quien en plena revolución de 1848 organizará y dirigirá el sindicato de maestros.
Ni utópico ni científico
Antes habíamos coincidido con la afirmación de Hernán Díaz de que el calificativo de utópico para el socialismo primitivo, enrostrado, sobre todo por Enguels, era falso. Tanto en el caso de Saint Simon, como en el de Flora Tristán, su prédica y su labor representaron un enorme esfuerzo teórico y práctico para combatir la explotación del capitalismo incipiente, buscando soluciones viables y, sobre todo, apelando a la organización de los trabajadores que luego se irá decantando en sindicatos y partidos. Marx y Engels se apoyaron en las organizaciones existentes. Para elaborar sus ideas partieron de los conceptos y tradiciones previas. Como se sabe, la redacción del Manifiesto Comunista les fué encomendado por organizaciones sindicales que les exigian premura ante las demoras en el trabajo.
Pero habría que agregar que, si el socialismo primitivo no fue utópico, tampoco fue “científico” el socialismo posterior. Aparte del opúsculo ya citado, Engels, desarrolla en muchas oportunidades la idea de que hay “leyes” que rigen el desarrollo de la historia. Esta idea cientificista nefasta fué abundantemente aprovechada por la burocracia estalinista posterior, para defender el “comunismo” reaccionario que terminó enterrando a la URSS. Stalin se vanagloriaba de defender a la ciencia y al progreso histórico. Trotsky posteriormente pretendió enmendar la falta postulando que la contrarrevolución burocrática era un “accidente histórico”, sin comprender que toda la historia es una cadena continua de esos accidentes imprevistos. Que no hay leyes que rijan la evolución histórica. Que lo único cierto es la permanente lucha de los pueblos por su liberación, y que sus éxitos y fracasos dependen exclusivamente de su convicción, de su heroísmo y de su voluntad. Y también del azar.
Cuando el grueso de la izquierda y el socialismo argentino apoyó al imperialismo contra Perón, en 1945, no respondían a ningún mandato científico ni a ninguna ley, sino a una persistente tradición cultural de cipayismo que abjura del amor a su Patria. Cipayismo que hay que combatir. Y que sigue presente en porciones tanto de la derecha como de la izquierda.
Nuestro destino no está escrito. Ni para bien ni para mal. Depende en gran parte de nosotros mismos. Por eso la militancia sigue siendo apasionante.