Siempre timonea el lenguaje: entrevista al escritor Juan Bautista Duizeide
Por Silvina Gianibelli
Juan Bautista Duizeide es piloto de marina, periodista cultural y narrador. Ejerce la docencia en talleres literarios en el Delta. Como crítico literario ha estudiado minuciosamente la obra de Haroldo Conti, Federico Moura y Luis Alberto Spinetta. Abordajes literarios, editado por Adriana Hidalgo, es su última curaduría sobre cuentos del mar en donde el tiempo y las geografías convergen en un desafío conceptual de una mirada holística de la literatura.
AGENCIA PACO URONDO: Un navegante como vos, vive la literatura como una aventura, ¿también cómo un naufragio?
Juan Bautista Duizeide: La pregunta me hace acordar a la Canción desesperada de Pablo Neruda. “Todo en ti fue naufragio…”. Supongo que eso podría decirse de mí. Uno de mis libros favoritos, del explorador Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, se titula Naufragios y comentarios. No me gusta mucho referirme a la literatura, una institución que parece creada para domar obras, autores, lectores, basándose en el tráfico de influencias, la publicidad, el snobismo, la ignorancia. Prefiero hablar de escrituras, de lecturas. Siempre, ambas, consideradas como aventura. En cuanto a la navegación, lamentablemente no puedo escapar al contexto. Nuestro país, a causa de la entrega menemista no revertida por ningún gobierno, hace mucho que renunció a tener marina mercante, marina de guerra, prefectura. Por no disponer de buques cargueros de ultramar, como sí hubo hasta los ‘90, buques de distintos tipos que cubrían casi la totalidad de las rutas mundiales de navegación, la Argentina pierde al año 7.000 millones de dólares en concepto de fletes. Son muchos dólares que deben ser pagados a compañías extranjeras. Se trata del segundo gasto de nuestra balanza. Además, hay que tener en cuenta la cantidad de puestos de trabajo embarcados que se pierden y la cantidad de puestos de trabajo en tierra por cada uno de esos embarcados. Para comprender la magnitud del despojo, vale mencionar que el 90% de nuestro comercio exterior se realiza por vía marítima. La marina de guerra y la prefectura -cumplidas sus funciones durante la etapa exterminadora del genocidio - subsisten como entidades burocratizadas y burocratizantes. No cumplen prácticamente con ninguna de las funciones para las que se supone fueron creadas y de acuerdo con las cuales se supone que se recluta, instruye, adiestra y equipa a sus integrantes. No velan por el ejercicio de la soberanía en el mar, no previenen ni combaten de modo adecuado la contaminación, no combaten de manera contundente la depredación llevada a cabo sobre todo por pesqueros ilegales chinos, japoneses, taiwaneses, españoles, no realizan de manera sostenida y eficaz asistencia y salvataje a embarcaciones en problemas, ejercen de manera bastante laxa, administrativa diría, el control del tráfico fluvial y marítimo. Perdida la posibilidad de trabajar en buques de ultramar con bandera argentina, hace muchísimos años que no navego como oficio. Resta la llamada navegación deportiva. Etiqueta que intenta englobar una realidad bastante diversa en la que no todo es “deporte”. Por ejemplo, yo me resisto a calificar así lo que hago, sea a remo, a vela o a motor. En ese mundo hay superabundancia de gente que no entiende nada. Que confunde el poder adquisitivo para comprar embarcaciones o indumentaria con ser navegante, que confunde la exhibición de “títulos” emitidos por la prefectura con saber. Pero en este caso hay una gran ventaja respecto a la literatura, existe una instancia superior que desenmascara a los farsantes: el mar. La ventaja de la escritura es que, tal como se admitía a los navegantes en la época de los grandes descubrimientos, puede cultivar la deriva, el perderse, el naufragio.
APU: Dos caras de la misma moneda, ¿quién timonea a quién?
J.B.D.: Siempre timonea el lenguaje. En la escritura y la lectura esto resulta obvio. Pero navegar es también, básicamente, lenguaje. Ojo: diferenciemos lo que es un navegante de lo que es un beachcomber, palabra anglosajona sin traducción precisa al castellano. Un navegante es alguien capaz de articular una serie de operaciones complejas que implican lenguajes: sean el de la cartografía y su traducción al territorio, el de la navegación por estima o el de la navegación astronómica y sus sucedáneos electrónicos. En las maniobras, que son lo más “físico” de la navegación, está sin embargo implicado muy dramáticamente el lenguaje. Un vocabulario sumamente específico, preciso, veloz. Tan indispensable que en cualquier estudio profesional de náutica hay una materia -que lleva un año entero- relacionada con la terminología. Porque al momento de actuar no hay tiempo de explicaciones. Por supuesto no es el caso de alguien que entra al mar desde la playa a pescar, y a lo sumo se alejará quince millas, casi siempre menos. Con saber cruzar la rompiente de ida y vuelta y que no se le pare el motor de la lancha le alcanza. Pero sólo en un país tan negado a su territorialidad acuática se le puede ocurrir a alguien que quien realiza tal actividad es un navegante y no un pescador playero. El mundo de la navegación profesional le ha prestado un verosímil poderoso a muchas escrituras. También a la mía. En la Argentina, que geográficamente es una especie de isla, por aberraciones políticas y culturales resulta una excepcionalidad. No es que cuente cosas que me han sucedido a bordo, sino que el conocimiento de ese ámbito me permite imaginar, poetizar. Porque un peligro que acecha a quienes tratan de escribir desde o sobre mundos que no conocen, es la tendencia a documentar. Como si tuvieran que estar todo el tiempo justificándose ante lo real. Pero los temas que intento abordar desde ese ámbito son siempre los mismos: la vida, la muerte, el misterio, la incomunicación, las opresiones de una clase social sobre otras y de unas naciones sobre otras, las injusticias, la fragilidad, la memoria, el olvido, eso que, todavía, seguimos llamando amor.
APU: Algo así como “entre la literatura y la vida: elijo la vida”. ¿Cómo descubriste a Conti?
J.B.D.: Aunque creo entender esa disyuntiva de Conti entre literatura y vida, no la comparto en absoluto. Para mí escritura y lectura son partes centrales de mi vida. Sobre todo, la lectura. Es la única actividad que desde los cinco años vengo haciendo sin interrupciones. Hubo períodos, a veces de años, durante los cuales no navegué o no escribí. Pero leer, leí siempre. Y como lector curioso fue que me encontré con Haroldo Conti. Aún no había cumplido los veinte. Después de habitar cinco años una isla bajo régimen militar -el Liceo Naval Almirante Brown- estudiaba en la Buenos Aires de fines del Proceso de Reorganización Nacional. Había ingresado a la Escuela Nacional de Náutica para ser piloto de la marina mercante. Vivir en una pensión rasposa de 25 de Mayo entre Córdoba y Viamonte era una libertad de sueño en una ciudad que intentaba reverdecer luego de la masacre. Mi familia -como tantas por aquella época de capitalización financiera y deuda externa- se había fundido. Los horarios no me permitían trabajar al mismo tiempo que cursaba. Y un prurito de clase nos impedía -tanto a mí como a mis mayores- solicitar una beca. A veces, el dinero apenas me alcanzaba para comer, a veces ni siquiera. Sin embargo, apartaba un poco para comprar libros. Los únicos a mi alcance eran las ofertas de Corrientes: Cuentos claros, de Antonio di Benedetto; El estuche del cocodrilo, de Daniel Moyano; Siberia blues, de Néstor Sánchez; El Che Amor, de Alberto Szpunberg; Himalaya o La moral de los pájaros, de Miguel Ángel Bustos. Sí: parece mentira, pero las primeras ediciones de semejantes obras estaban casi regaladas. Al parecer, nadie quería acordarse de sus autores. Desaparecidos, exiliados, despreciados. Una tarde, hurgando entre la pila que una librería había dispuesto en unos tablones sobre la vereda, encontré un título que me llamó la atención: Sudeste. ¿Quién sería ese Haroldo Conti? Jamás había oído hablar de él. Me gustó mucho la tapa: un cuadro en el que se veía una vivienda típica de nuestro Delta, que aún no conocía. Abrí ese volumen y leí la primera página. Me saltó a la cara el río. El río vivo como nunca. Con sus islas, su luz, sus mareas, sus corrientes, sus peces, sus pájaros, su gente. No recuerdo si aquella noche comí. Si recuerdo que a la escasa luz de mi habitación leí hasta quedar dormido. ¿Qué era eso que me costaba comprender como novela y sin embargo me había quitado el sueño? Se trataba -tampoco eso lo sabía- del inicio de un camino y de una hermandad. Me llevó años y lecturas desandar, en las páginas y en el territorio, la Odisea del Boga. Comprender cómo pueden poesía, narrativa, mitología, historias, historia, entrelazarse por obra de un lenguaje. Me llevó años acercarme a Haroldo: era como si nunca hubiera sido. No estaban sus libros en las librerías, si alguien contestaba a mis preguntas lo hacía, aún, hablando en voz muy baja. Como si fuera peligroso. Lentamente fueron llegando, gracias a mis pesquisas insistentes y al trabajo como piloto que me permitió comprarlos, La balada del álamo Carolina, Alrededor de la jaula, Todos los veranos, Con otra gente, En vida. Más adelante, participé en una muestra dedicada al autor de Sudeste, luego en el documental Homo Viator dirigido por Miguel Mato, coordiné talleres de lectura dedicados a su obra, escribí el librito de ensayos Alrededor de Haroldo Conti. Pero el homenaje íntimo fue llevarme en mis navegaciones aquel ejemplar de Sudeste que me refundó como lector. Así anduvo Haroldo entre las olas gigantes del Banco Burdwood, navegó el Estrecho de Magallanes, dobló el Cabo de Hornos, fondeó en la Bahía de Paita, al sur de Perú.
APU: Y casi que en “la Isla de Haroldo” como le llamás, la sensibilidad y la precisión conceptual conducen a alguna escritura de algún haibun, la condición perfecta para contar…
J.B.D.: Llamo a este lugar “la isla de Haroldo” porque efectivamente aquí se encuentra su casita isleña, a unos doscientos metros. Pero en esta misma isla vivió también -durante uno de sus muchos exilios- el gran narrador guatemalteco Miguel Ángel Asturias, en una casa llamada Shangri La. Y no tan lejos se encuentran el lugar donde Roberto Arlt pidió que arrojaran sus cenizas, la casa de Sarmiento, la de César Bruto, la de Alberto Muñoz… El Delta entero es un territorio tramado por la literatura. Ya desde su nombre, que alude a la forma de una letra griega. Para que esto no se olvidara, Sarmiento siempre decía y escribía “la” Delta. Ignoro si podría hablar de algún influjo especial / espacial, pero es cierto que empecé a explorar el haiku a partir de que me instalé junto a mi compañera en esta isla. Llevaba décadas leyendo a los haishin, pero nunca había intentado escribir un solo haiku. En estos años completé dos haibun. Ese género que combina prosa y haikus, del cual es maestro Matsuo Basho, un poeta admirado por Conti, cuya sensibilidad para la huella de las estaciones sobre la luz, los animales, las plantas, el ánimo resulta bastante similar. Los haibun que escribí y no publiqué son Las razones del agua, una serie de impresiones de lo que es vivir en la isla, y De isla en isla, un viaje de invierno, que refiere el último viaje que hice a bordo del velero La Sanmartiniana, zarpando de Ushuaia a Isla de los Estados y de Isla de los Estados rumbo a la Bahía San Sebastián, en el NE de la Isla Grande de Tierra del Fuego.
APU: Siempre la poesía en su síntesis es capitana, ¿cómo fue la experiencia de abordar a esos poetas contemporáneos tan amados del rock: Spinetta y Moura?
J.B.D.: En ambos casos se trató de trabajos. Pero fueron trabajos de amor. Me dieron la excusa perfecta para repasar durante meses, durante años, la obra de estas dos figuras muy admiradas y queridas por mí. Lo que intenté fue mirarlas desde la cultura, la historia, la política. Y no lo contrario, mirar esas dimensiones de lo humano desde el rock. Algo que supongo en otra etapa fue no sólo posible, sino innovador y liberador. Me parece que tal vez como cultura el rock haya dado de sí lo más importante y sea momento de variar la perspectiva.
APU: Vuelvo a la navegación que es el índice de esta nueva compilación que se llama: “Abordajes literarios” editada por Adriana Hidalgo, bajo tu curaduría.
J.B.D.: Es la segunda antología que realizo en torno al mar. Hace unos años se publicó Cuentos de navegantes. Aunque pertenecen al mismo género, el concepto es muy distinto. En aquella antología solamente podía incluir cuentos; en ésta, hay cuentos, fragmentos de novelas, poemas, textos religiosos, históricos, publicitarios. Escribí un ensayo que abre el libro. Y otro ensayo, más breve, precede cada una de las diez secciones en las que se divide: De madera, de acero, de palabras; Navegar es preciso; Navegación y voluntad de dominio; Vórtices, galernas, calmas, abismos; Corazones de agua; Llegar; Lenguas de mar; Derivas; Naufragios; Hazañas; Volver. Me fascina armar antologías. Muchos de los escritores que más admiro han hecho antologías: Borges y Walsh, sin ir más lejos. Me parece una forma de intervención cultural y política muy especial. Sobre la problemática del mar, en este caso, claro, pero también un modo de intervención estética y de intervención estético – política respecto del lenguaje. Un campo donde hay mucho en disputa contra la corrección política, el punitivismo, la pérdida de la dimensión metafórica, la desertificación del lenguaje a partir de la literalidad y la pérdida de sus funciones, sus resonancias, sus iridiscencias.
APU: Claro, digo conceptual porque el punto de vista es cinematográfico: Tolstoi, Mallarmé… y tantos otros…
J.B.D.: Más allá de que algunos textos puedan parecer en principios más cinematográficos que otros, lo cinematográfico en esta antología es la concepción: una obra de montaje. Ese principio nuevo -aunque con raíces en la literatura y el arte de los siglos precedentes, tal como señaló en sus ensayos Sergei Eisenstein- que el cine legó a las artes del siglo XX.
APU: ¿Cómo surgió la convocatoria de este proyecto tan novedoso?
J.B.D.: Solicité una entrevista con el editor Fabián Lebenglik, le expuse el proyecto, me escuchó muy atentamente, y ya en ese primer encuentro le puso el título, que me pareció buenísimo: Abordajes literarios. La editorial no contaba con una antología dedicada al mundo de los mares y la navegación. Y yo tenía una serie de ventajas comparativas para emprender ese trabajo: conocimiento en tanto profesional, experiencia en muchos mares y en distintos tipos de barcos, estudio y reflexión acerca de las obras literarias relacionadas con el mar, posibilidad de traducir del inglés, el francés y el italiano. Además, había ya publicado un par de novelas de ambiente marítimo y había hecho una antología para Alfaguara que anduvo muy bien: Cuentos de navegantes. Sin la intención de generar alguna querella entre colegas editores, me parece importante remarcar las diferencias de concepto entre uno y otro libro. Alfaguara hace antologías para vender en los kioscos de los aeropuertos; Adriana Hidalgo, para las librerías.
APU: Tus talleres combinan el agua y las historias… ¿cómo atraviesa la pandemia un espíritu tan libre como el tuyo, tan Contiano?
J.B.D.: Lamentablemente, el 2020 fue -para mí también- el año del zoom. No dejo de ser consciente, sin embargo, que pasar la cuarentena en esta isla, con muchas posibilidades de transitar al aire libre, y sin dejar de navegar, fue un privilegio.
APU: Hace mucho tiempo que acompañás seguimientos literarios, ¿cuáles son las revelaciones que descubriste en el último tiempo de las nuevas formas de narrar?
J.B.D.: A veces, en las escrituras de los otros, aparecen formas con ciertos matices de novedad, aunque creo que las grandes innovaciones -Cervantes, Melville, Joyce, Guimaraes Rosa, Borges- han quedado atrás. Ayudar a que esos matices se definan, crezcan, den lo mejor de sí, me resulta muy satisfactorio. Pero lo más interesante es el ejercicio de abandono del ego para que otra voz suene y otros armónicos resuenen. Intento percibir hacia dónde va una escritura y acompañarla a eludir los lugares comunes: el intento de agradar o de desagradar a toda costa -que al fin y al cabo son lo mismo-, el escándalo o la transgresión como mandato y no como resultado de una mirada del mundo y un trabajo con la forma, las modas, los principios de autoridad.
APU: Después de esta charla me queda volver a navegar sobre las aguas de los cuentos, sigo insistiéndote que se vive como una película…
J.B.D.: Quizá sea porque vivo las antologías como un montaje.
Para conseguir el libro: https://adrianahidalgo.com/libro/abordajes-literariosjuan-bautista-duizeide-compilador/