Teatro: "Sacro Santo", el deseo de creer en medio de la intemperie
Hipólita, la santa de las pampa, que de niña jué milagrosa, cantidá de milagro cantidá. Pero como una Polvareda que se yeva lo güeno, todo aqueyo ya no má. Su hermano Payo, el gemelo sin done, inventar máquina succionadora, la sangre alucinógena es lo único que les hay. De la noche, del campo oscuro, regresa un mito perdido, con su yegada, pura desangración de sangre santa se verá.
El título “Sacro Santo” condensa la tensión que la obra despliega: dos palabras que parecen sinónimos, pero que en su repetición exagerada revelan un doble subrayado, una devoción amplificada hasta lo grotesco. Lo sacro remite a lo intocable, lo misterioso, lo separado de lo profano. Lo santo, en cambio, lleva directo a la religiosidad popular: la virgencita de los caminos, los gauchitos milagrosos, las promesas cumplidas en los pueblos. Al unirlos, la obra propone un juego entre lo solemne y lo irónico, entre la religión oficial y la fe del pueblo, entre lo venerado y lo cuestionado. El título mismo es un pleonasmo teatral que anuncia la mezcla de devoción, deseo y desgarro que atravesará la escena.
Karl Marx escribió en 1844: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo”. En Sacrosanto, esa sentencia se materializa: los personajes encuentran en la fe un bálsamo que calma, pero también una droga que adormece. No es casual que aparezca la sangre alucinógena: la religión como narcótico se hace literal, se bebe, se inyecta, se chupa.
La metáfora marxista se vuelve carne en la escena. Lo sagrado no solo se cree: se consume, se absorbe hasta la última gota, en un ritual de dependencia y desangramiento.
Si Marx veía en la religión un consuelo, Nietzsche la entendía como represión. En Así habló Zaratustra, advierte que la moral cristiana niega la vida, sofoca el deseo y mutila la potencia humana. Sacrosanto dialoga con esa idea al mostrar cómo el fervor religioso se transforma en límite: lo que se presenta como redención también puede ser prisión.
El deseo aparece encarnado en la luz mala, esa figura del imaginario rural que condensa atracción y peligro. Una chispa en la noche que fascina y aterra, que puede ser pecado o revelación, insecto o espíritu. La luz mala es metáfora psicoanalítica de la pulsión: aquello que insiste, que vuelve, que se nos impone como goce prohibido y a la vez inevitable.
El escenario de la obra no es casual: el campo, con sus silencios y sus soledades, se vuelve terreno fértil para lo milagroso. Allí conviven la fe heredada y las nuevas formas de creencia. Y es en este punto donde la obra resalta una tensión fundamental:
Los evangelistas, con sus discursos de salvación rápida, irrumpen en los pueblos cortando con la tradición. Frente a ellos, la virgencita de los caminos, con sus santuarios improvisados y humildes, mantiene otra lógica: no solo ofrece un sostén espiritual significativo para el ser, sino que además genera comunidad. Sus altares al borde de la ruta, sus flores y velas encendidas, convocan a un encuentro colectivo, tejido de memoria, promesa y cuidado compartido.
Sacro Santo expone así dos formas de religiosidad que conviven y chocan: una que se instala desde afuera con prédicas de orden y disciplina, y otra que brota desde abajo como rito popular, como invención del pueblo para sostenerse en la intemperie.
¿Con qué se drogan las personas? La pregunta atraviesa todo el texto. Sacro Santo responde con una lista abierta: con la fe, con la sangre, con el amor, con el sermón, con el recuerdo de un milagro perdido. La locura aparece como refugio: escuchar a alguien que guíe puede salvar, pero también condenar.
Desde una perspectiva psicoanalítica, esa necesidad se enlaza con la falta estructural del sujeto. Todos buscamos a alguien que nos quiera y algo en lo que creer y en quien creer. El vacío de sentido no se soporta solo: requiere de un Otro, ya sea la figura de un dios, de un líder o de una virgen a la vera del camino. La obra desnuda cómo esa búsqueda, tan humana como inevitable, puede volverse fuente de sostén, pero también de sometimiento y alienación.
Sacro Santo es en sí mismo un ritual: mezcla lo popular con lo filosófico, lo religioso con lo grotesco, y devuelve al público una experiencia que no solo se piensa, sino que se siente en el cuerpo. La sangre, el deseo, la locura y la fe se convierten en materiales teatrales que nos recuerdan que el escenario es también un espacio de consagración y de herejía.
Ficha técnico artística
Dramaturgia: Damián Smajo
Actúan: Mirta Bogdasarian, Leo Martinez, Micaela Rey
Vestuario: Melina Benitez
Escenografía: Melina Benitez, Damián Smajo
Diseño de sonido: Martin D´agostino
Realización de objetos: Mateo Smajo
Maquinaria: Mateo Smajo
Diseño de iluminación: Ricardo Sica
Fotografía: Mauricio Caceres
Diseño gráfico: Mauricio Caceres
Asistencia artística: Julián Quilaqueo
Asistencia de dirección: Eduardo Rey
Producción: Carola Parra
Diseño de movimientos: Jazmín Titiunik
Dirección: Damián Smajo
Lerma 420 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: +5491168016092
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Sábado a las 18:00 h, del 20/09/2025 al 27/09/2025