Tim Burton: cultor de la clase B
Por Daniel Mundo | Ilustración: Nora Patrich y Gato Nieva
Mi primera idea para esta nota era escribir sobre una película de porno soft de un director muy conocido en la década de 1960, Radley Metzger. Su película se llama Little Mother y es una especie de biopic erótico sobre Eva Perón. De hecho, toda esa producción de pseudo pornografía que antecede al porno duro pertenece a la clase B: bajo o cero presupuesto, filmado casi artesanalmente en unos pocos días o unas pocas horas, de factura desprolija, con un criterio de belleza diferente al que impone la industria cinematográfica. Pero reemplacé este tema por otro que está como en sus antípodas: Tim Burton.
Si hay un personaje en el mundo del cine que costaría ubicar como perteneciente a ese… ¿a ese qué, subgénero? ¿submundo?, que llamamos clase B es Burton, director reconocido que produce en el corazón del cine más mainstream. Y sin embargo, me imagino que Burton es un cultor del cine bizarro. Me voy a explicar.
Cuando estuve en Los Ángeles tuve la suerte de que en el museo de la ciudad había una muestra especial sobre Burton. ¿Qué se exponía allí? De todo. Lo que más me llamó la atención, recuerdo, fue el traje de Batman. Visto ahí, colgado en una percha, parecía un traje de cotillón enclenque. Y eso que su Batman es todo lo contrario que el Batman de Kane, su diseñador gráfico. Es que entre 1939 y 1989 no solo había pasado medio siglo.
Tal vez hoy el cine de clase B tendría una gatera propia en los videoclubes de barrio que proliferaron hará unos 30 años en Buenos Aires. ¿La tenían en aquella época? No recuerdo. Y como hoy este negocio está casi extinguido, no sé si podré chequearlo. De hecho, los escasos locales que sobreviven, que se cuentan con los dedos de una mano, parecen salidos de una película de terror de clase B. Son como lugares fantasmas que nos recuerdan un mundo que desapareció. Jamás las películas de Burton serían colocadas en esa gatera.
Me podrán decir: el cine de clase B proviene de las clases populares. Y Tim Burton, que es popular, seguro que no pertenece a las clases populares. Sí, estoy haciendo un jueguito de palabras tonto con el término popular. ¿Por qué? Porque lo que se llama cultura popular fue siendo infectado desde el siglo XIX y principalmente durante el siglo pasado por la industria cultural. Como la industria quiere siempre anexar nuevos mercados, ampliar su poderío y su ganancia, para ello avanza sobre cualquier territorio. Acosa a lo popular e intenta colonizarlo, y de alguna manera lo logra. No siempre. La industria se apropia de lo que le hace resistencia (o trata de apropiárselo), lo adorna con el brillito suficiente como para seducir al espectador, y saca al mercado productos que rememoran con nostalgia el cine de clase B. El maestro en este tipo de cine industrial es el posmoderno Tarantino, gran ironizador de los cómics, los cowboys y los mafiosos que empiezan su película burlándose de cómo los franceses llaman a la Big Mac. Pero no es de Tarantino del que quiero hablar ahora, solo que Tarantino me permite agregar un ingrediente típico de las producciones bizarras: lo exagerado y desmesurado de la historia que empuja el argumento hasta lo inverosímil. Tim Burton, a su manera, también practica este tipo de apropiación.
Cuando el cómic de Batman apareció en 1939, estoy seguro que el campo literario lo consideraría una producción de clase B. En nuestro país, toda esa literatura popular encarnada en los folletines decimonónicos, las experiencias circenses, los cines populares de los años veinte, los cómics, las revistas de chimentos, etc., recién en la década del setenta se convirtieron en objeto de investigación y análisis. Por poco tiempo. Las cátedras libres en Filosofía y Letras duraron lo que un suspiro, y hubo que esperar a que pasara el tsunami de la dictadura para que esos saberes populares se hicieran su propia casa de estudios. La llamaron Ciencias de la Comunicación. Pero tampoco es de esto de lo que quiero escribir.
El extraño mundo de Jack, El cadáver de la novia, Alicia en el país de las maravillas, La fábrica de chocolate, son claros representantes de esa apropiación de historias populares, pasados por el mágico crisol que le da la industria. El sumun de esto ocurre con la película de Burton, Ed Wood.
Ed Wood es un ignoto director de films de clase B. De hecho, sus películas son bastante difíciles de ver para un espectador promedio como yo. Lentas, desproporcionadas, con escenas insólitas que en lugar de darte miedo te hacen reír, hay que sentarse con cierta predisposición anímica para terminar de ver cualquiera de sus películas. De hecho, supieron darle un reconocimiento al peor director en toda la historia del cine. ¿Por qué Burton filma una película sobre él?
Considero que esta película, que desvirtúa y “embellece” una realidad al borde de la pobreza, con un personaje que todo el tiempo lucha por un mínimo de dinero para filmar su próxima película, que es rechazado una y otra vez, quiere ser como un manifiesto de Burton, y una guía de dónde ubicar su propia producción artística. Claramente se trata de una duplicación de la realidad. Claramente Burton quisiera identificarse con ese personaje estrafalario que le encantaba todo lo que filmaba y nunca repetía una toma para mejorarla. Esa ingenuidad de captar lo cotidiano para convertirlo en espectáculo es lo que se pierde entre un cine y el otro. Pero con esa pérdida es todo un mundo el que se desmorona. Es el mundo de la falla, de lo grotesco, de los héroes anónimos, de los personajes funambulescos.
Con esto no estoy diciendo que el cine de clase B sea imposible de filmar en la actualidad. Ni siquiera estoy diciendo que esta especie de traducción o apropiación que hace la industria del espectáculo de lo popular sea una nueva desviación ideológica o algo por el estilo. Esa idea de que la industria es mala ya no funciona. Lo que estoy planteando es más modesto, y tal vez este suplemento pueda clarificarlo: ¿dónde, en qué acciones o producciones estéticas irrumpe hoy esta estética grotesca que en otro momento pertenecía a lo popular y llamábamos clase B?