Tomás Richards: "La idea ya instalada de que todo es político o que lo personal es político me parece una trampa"
Por Araceli Lacore
APU dialogó con Tomás Richards, escritor y militante, sobre su último libro y el vínculo entre la política y el arte de escribir.
AGENCIA PACO URONDO: Hace un tiempo escribiste el libro Lesiones internas, editado por Azul Francia. Allí contás distintas historias que vuelan entre el realismo y el suspenso. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Tomás Richards: En realidad, al tratarse de una colección de relatos, no hubo un proceso de escritura tan orientado hacia el libro en sí. Yo venía escribiendo y publicando en alguna revista, alguna antología. Entonces llegó un momento en que tenía una cantidad de textos acumulada y me pareció que algo había que hacer con eso. Pero cuando te ponés a leer lo que escribiste hace unos meses junto con lo que escribiste hace unos años la diferencia se nota. Hablo de diferencias de pulso, de cadencia. Entonces, el proceso de armar el libro se trató más que nada en buscar cierta unidad de estilo, de tono, no tanto temática. Seleccionar, corregir, emparejar. La mayoría de los cuentos que quedaron en el libro estaban más o menos probados porque habían salido en alguna revista, ya tenían cierto retorno. Y cuando el corpus estuvo más o menos conformado, lo compartí con algunos escritores amigos. Después apareció Francisca Mauas, gran escritora y editora argentina, y la cosa se convirtió en un libro real.
APU: ¿Hace cuánto y cómo empezaste tu camino en la escritura?
T.R.: Empecé a escribir en la adolescencia. En mi escuela secundaria se hacía bastante hincapié en la literatura, te hacían leer, te enseñaban a redactar ensayos, unos poemas. Esas cosas. Y ahí medio que todos escribían, todos querían expresar su única e irrepetible interioridad. Después la mayoría de esos compañeros fueron dejando de escribir, supongo que es lo normal. Algunos perseveraron: Emiliano Pérez, Juan Morris y la poeta Alejandra Schnorr hoy son autores sólidos, cada uno en lo suyo. Respecto de mí, calculo que bajo el influjo de Jack London mi mente adolescente entendió tempranamente que escribir era más un oficio que un mero ejercicio de expresión.
APU: ¿Leés más de lo que escribís o al revés? ¿Creés en el balance entre lectura y escritura para poder producir?
T.R.: No sé. Leer y escribir ya es medio parte de lo mismo. Uno lee para escribir y escribir es, sin duda, leer. Así como uno nota que no va a alcanzar a leer todo lo que quiere en esta vida, no está ese punto de llegada en mi horizonte en que diga “Bueno, listo, ya escribí todo lo que quería”. En ese sentido no sé qué balance se podría hacer.
APU: ¿Qué autores contemporáneos recomendarías leer?
T.R.: El autor contemporáneo que cualquiera debería leer es Gilbert Chesterton, que escribió todo en Inglaterra hace un siglo, pero lo hizo para los argentinos del siglo XXI. Perón también escribió para este siglo. Los escritores vivos que leo y sigo, además de los que ya nombré, son un montón: Nicolás Mavrakis, Sebastián Robles, Juan Terranova, Hernán Vanoli, Thomas Rifé, Carlos Mackevicius, Patricio Erb, Francisco Marzioni, Sebastián Napolitano, Carlos Godoy, Esteban Montenegro, Nancy Giampaolo, María Lobo, Juan Manuel Strassburger, Diego Vecino, Diego Mazzieri.
APU: Hace poco firmaste nuevamente con Azul Francia para publicar una novela. ¿Qué podés adelantar?
T.R.: Es una novela de iniciación que gira alrededor de un grupo de adolescentes, todos compañeros de colegio, en la Buenos Aires del 2001. El colegio es puntualmente el Lengüitas, al que yo fui, y el detonante es el suicidio de uno de los amigos. La agonía del gobierno de Fernando de la Rúa es un poco el telón de fondo socio-político de la historia, que se llama Todo era fácil.
APU: ¿Escribir es un hecho político?
T.R.: Yo hago política. Es decir, más allá de la escritura tengo una militancia política concreta, con obligaciones y responsabilidades de orden político. Y la verdad casi todo lo pienso desde la política, así que me costaría decir que alguna de las cosas que hago no tenga un sentido político. No cabe duda de que la escritura y la política en general se entrelazan. No es que siempre suceda, pero las palabras, las ideas deberían constituir una parte importante de ambas esferas. Ahora, esa idea ya tan instalada entre los vagos de que todo es político o de que lo personal es político me parece una trampa. Con esa consigna tomar un taxi en vez de un Uber, comprar azúcar de tal o cuál marca o dar de mamar terminan siendo acciones políticas que nos dejan contentos porque estamos moldeando un mundo mejor, y la verdad que no.
Militancia no es cualquier cosa, lo sabe cualquier militante de cualquier vertiente y de cualquier edad. La verdad pienso que hacer política es actuar de modos mucho más concretos en la vida pública, dedicándole una parte de tiempo y de vida a eso en búsqueda de una verdad en general muy escurridiza y cuyos frutos pueden ser muy relativos y muy distantes. La mayoría de las veces no es ni una tarea grata ni cómoda ni tranquilizadora. Todo lo contrario. Si bien es innegable que hay una crisis, un proceso de distanciamiento entre la política y la gente, esa idea de una casta política disfrutando banquetes mientras afuera todo arde es una megaboludez que solamente beneficia a los poderosos dueños del dinero. Por otro lado, una diferencia muy importante entre escribir y hacer política es que la escritura es un acto bastante solitario y la política, en cambio, no se puede pensar ni hacer en soledad.
APU: ¿Qué balance hacés de la industria del libro? ¿Se generan suficientes políticas públicas para promover y sostenerla?
T.R.: Yo no sé mucho de la industria del libro. Publicar es muy engorroso, eso sí. Salvo honrosas excepciones, los editores en general parecen ser gente un tanto abúlica, incapaz incluso de contestar un mail. A la vez hay una serie de editoriales pequeñas que con su trabajo artesanal hacen que exista todo eso que las corporaciones prefieren marginar. Creo que lo que nos falta es más que nada un proyecto de nación. Con un proyecto de nación claro vendrían una idea de cultura, una idea de educación y finalmente una idea de industria editorial. Hay un buen libro de Hernán Vanoli, El amor por la literatura en tiempos de algoritmos, en el que con conocimiento de causa se hacen varias propuestas de políticas públicas para el sector del libro por fuera de los parámetros de consumo y demanda.