Twin Peaks: cuando el final es una forma de ambigüedad
Por Juan Rapacioli
Ilustración: Maila Suarez
¿Y si todo fuera un sueño? Esa es la pregunta que se materializa cuando el grito de Sheryl Lee (que es y no es Laura Palmer) cierra el último capítulo de la temporada más esperada por los seguidores de lo que ahora se puede ver con claridad es la obra maestra de David Lynch: Twin Peaks. 25 años después de la serie que cambió para siempre a la televisión.
El sueño -el sentido onírico- es el lenguaje que el director estadounidense configuró para la construcción de sus obras, desde su debut con “Cabeza borradora” (1977) hasta “Inland Empire” (2006), pasando por su emblemática “Blue Velvet” (1986), donde inició su relación con Kyle MacLachlan, inmortalizado por su papel del Agente Dale Cooper en la serie, que en esta nueva temporada demuestra unos impresionantes dotes actorales.
Cuando Lynch y Mark Frost estrenaron la serie original, en los 90, el desconcierto fue inmediato: policial con giros metafísicos, melodrama con elementos sobrenaturales, personajes enigmáticos salidos de universos literarios y una pregunta estremecedora con fondo musical sombrío de Angelo Badalamenti: ¿Quién asesinó a Laura Palmer? La hermosa joven que, detrás de una vida perfecta, vivía atormentada por oscuros secretos.
25 años después de esa experiencia que dejó cultores de la serie por todo el mundo, Lynch y Frost volvieron con una temporada de 18 capítulos que pone en cuestión la idea misma de lo que es o puede ser una serie: a medida que la historia avanza el espectador entiende que, en realidad, se trata de una obra cinematográfica dividida en 18 partes. Una pintura en movimiento.
En tiempos de producciones televisivas impecables como Fargo o Better Call Saul -donde los elementos narrativos y estéticos están cuidadosamente ensamblados-, la nueva etapa de Twin Peaks llegó para cuestionar a un público mucho más entrenado en el consumo de ficciones que abordan la fantasía, la política, la violencia y la tecnología, entre otros temas.
Por eso, nadie mejor que Lynch para romper con los esquemas. Si en los 90 la serie desconcertó por combinar el policial con lo sobrenatural, en 2017 fue mucho más allá: realizada bajo el absoluto control del cineasta, esta nueva obra se mueve a partir de la ambigüedad, el extrañamiento, el surrealismo, la ensoñación y la pesadilla kafkiana.
Con diversas líneas narrativas que se van abriendo a medida que la serie avanza, la propuesta de Lynch invita a perderse por los nuevos giros de sus viejas obsesiones: el origen del mal, el tema del doble, el reverso de la normalidad, los mundos posibles dentro del mundo, la encarnación del bien en un personaje (Agente Cooper) y los límites de lo real.
A través de un obsesivo trabajo con la imagen y el sonido, la serie despliega un universo ampliado de la historia original, donde se pueden ver nuevas locaciones y personajes, climas enrarecidos que combinan violencia extrema con emotividad, reflexiones filosóficas y poéticas que desembocan en giros de comedia que siempre guardan un fondo siniestro.
En un rodaje que parece salido de un sueño místico, la serie ofrece algunas joyas para los conocedores del mundo ambiguo de Twin Peaks: la muerte real de los actores de Miguel Ferrer (Albert, el compañero del personaje interpretado por Lynch, Gordon Cole) y de Catherine Coulston, la inolvidable “mujer del tronco”, uno de los símbolos de la serie, así como la aparición del enigmático personaje de Diane, magníficamente interpretado por Laura Dern, una de las musas de Lynch.
Fiel a su estilo, la serie desplegó nuevos personajes desconcertantes como los hermanos Mitchum, dos mafiosos interpretados por Jim Belushi y Robert Knepper; Janey-E Jones, la esposa de Dougie Jones (una versión de Cooper), brillante papel de Naomi Watts, y Tim Roth como un asesino sureño, así como la aparición en un sueño de Monica Bellucci y el breve pero genial papel de Michael Cera como Wally, una especie de joven Marlon Brando.
El Factor Bowie
Desde su aparición en la película Fire Walk With Me (1992) -precuela de la serie original-, donde interpreta al extravagante Agente Phillip Jeffries -compañero de Gordon Cole-, la presencia de David Bowie recorre como un fantasma espacial la serie que sorprendió, en el episodio 14 de esta última temporada, con un homenaje a su impactante figura, clave para el sentido conceptual de la obra meditada por Lynch.
Devenido en una especie de tetera gigante que habita un oscuro mundo paralelo, Jeffries es una pieza central de la historia que, en el anteúltimo capítulo, logra cerrar con maestría muchas de las líneas abiertas a lo largo de la serie que, como no podía ser de otra forma, dividió a la audiencia entre los que reclamaban un sentido más concreto y los que se dejaban llevar por los giros, saltos, climas, quiebres y atmósferas propuestas por Lynch.
Pero la relación con Bowie no se acaba en el plano material: en “Blackstar”, la última obra maestra que el artista británico lanzó antes de su sorpresiva muerte el 10 de enero de 2016, se condensan personajes, obsesiones, simbologías y narrativas que conforman una poética espacial, oscura y sobrenatural que, de alguna manera, guarda una relación con el universo Twin Peaks. Un fuego que camina.
El final
Si bien el capítulo 17 parece cerrar muchas de las piezas que estaban sueltas a lo largo de la temporada, el episodio que sigue -el final- deja en claro que Lynch no busca cerrar ni explicar nada, sino sugerir que las cosas pueden estar sucediendo y no sucediendo a la vez. En una suerte de homenaje al mito de Orfeo y Eurídice, Cooper lleva de la mano a Laura Palmer por el bosque (otro gran protagonista de la serie) y la pierde cuando se da vuelta para mirarla, generando un viaje circular en el tiempo para volver a encontrarla.
En una escena al comienzo de la serie se lo puede ver Gordon Cole -el genial jefe sordo del FBI interpretado por Lynch, sentado en su despacho y, en una de las paredes, un cuadro con el retrato de Franz Kafka. De alguna manera, los largos pasillos que recorre extraviado el agente Cooper por The Black Lodge (dimensión de cortinas rojas) son los pasillos de la interminable burocracia ministerial que recorre angustiado Joseph K., el célebre protagonista de la novela “El proceso”. Si esa opresión pesadillesca recuerda a Kafka, el tema del doble, el tiempo circular, el juego de espejos trae, también, la presencia de Borges: Twin Peaks, un jardín de senderos que se bifurcan.