Un fusilado que vive (en el XIX): sobre “Agustina Paz”, de Emilio Jurado Naón

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    Emilio Jurado Naón
RESEÑA

Un fusilado que vive (en el XIX): sobre “Agustina Paz”, de Emilio Jurado Naón

13 Abril 2025

 “La cara del condenado a muerte me desveló”. Así inicia la notable novela de Emilio Jurado Naón. Son los tiempos del gobernador Alejandro Heredia en Tucumán, en el siglo XlX. Los ánimos están revueltos. El exgobernador Francisco Javier López es atrapado por Heredia y está a punto de ser fusilado, aunque a esto lo sabremos después. Heredia considera que la Confederación es el mejor momento de la patria.

La novela ubica los sucesos (pocos sucesos, a decir verdad) en los tiempos de Heredia, pero lo hace de forma indirecta, en sordina, con algunos datos mínimos, casi como el dibujo que boceta la narradora sobre Ángel López, uno de los condenados a muerte por el sangriento gobernador.

Un acierto de la novela es el punto de vista. Está narrada por Agustina Paz, hija del ministro Paz (Tatita… “era el terror”), amigo del gobernador Heredia (“¿domador, bestia indomable, patrón del predio?”). La principal marca de la narradora Paz es la duda. Se trata de una vacilación marcada por el tiempo. La narración se demora en los pocos sucesos, y la lentitud o el foco en el detalle de las acciones y de cómo cambia la luz en los espacios (solo para mencionar algunos ejemplos de la morosidad) se conecta con la necesidad de la espera.

Agustina Paz necesita que las cosas no se precipiten. La demora y sus derivas, la espera y sus efectos, marcan el ritmo y la curva del drama: “Necesitaba que durase la rueda del flete a pesar de su antigüedad, necesitaba que durase el humor sereno, al menos regular, de mi chaperón, el Gregorio; precisaba que durase también la vigilia, la sobriedad del chofer, su capacidad de concentración en el camino si quería llegar al campamento; necesitaba, por sobre todas las cosas, la durabilidad extendida del Angel López, que se extendiera su vida unas horas más al menos…”.

Agustina tiene un propósito y es que el fusilado no lo sea porque ella sabe que su examiga, la vanidosa y aristócrata Margarita (“Yo la quería a Margarita a pesar de todo”), está enamorada de Ángel López, uno de los condenados, y ella quiere que Margarita se case con Ángel López.

Mientras tanto, Agustina habla con Porcia, la sirvienta de los Paz, y percibe en la locución y en sus gestos una impensada devoción por el niño López, el pretendido de Margarita. También leemos el viaje de Agustina hacia las afueras ruinosas de la ciudad de Tucumán. Allí se encuentra con Gregorio (el joven ahijado político de Heredia) y luego con el gobernador Heredia. Después ve, en medio de la podredumbre del gallinero, el cuerpo sucio y maloliente de un reo. Ella sospecha que es López, pero pronto advierte que es José Segundo Roca, el otro condenado. Este habla como un místico, como alguien que está perdido en sus heces y que repite una fabulación indefinida sobre Mama Antula.

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Tapa Agustina Paz

Agustina Paz narra los sucesos con cierta morosidad y su lenta verborrea está signada por el tono poético que contiene la prosa. La novela está poblada de hallazgos lingüísticos, expresiones que se arman con un vocabulario profuso, compuesto por palabras del presente y de un pretendido pasado. Jurado Naón compone un vocabulario hecho de inevitable presente y léxico pretérito. En este sentido, diría que es una novela de lenguaje y no tanto una novela histórica. Aunque los sucesos están ubicados en un tiempo preciso, no es la recuperación del pasado lo que arma la novela sino el entramado estudiado y fenoménico lo que está en el centro de su composición.

En el putrefacto gallinero, Agustina se encuentra con el otro condenado, el exgobernador y poeta Francisco Javier López, tío de Ángel López, el pretendido de Margarita. El mal poeta López –según consigna el texto– le recita en voz alta unos versos difamatorios, que quedan opacados frente a la poesía curtida de la prosa de Emilio Jurado Naón.

Gregorio, el ahijado político del gobernador Heredia, es un abusador y un déspota, alguien que se burla de los condenados y que oficia de villano frente a los enviados a la muerte. Gregorio (“estupido”), Heredia y el aludido gobernador Ibarra (“Contrarios a la metáfora, los castigos de Ibarra eran el ejercicio violento de la literalidad”) forman parte del bando federal, es el bando que captura y mata a los unitarios. La novela apenas menciona este enfrentamiento, pero diría que funciona como telón de fondo de los sucesos amorosos, íntimos y de los actos deleznables, que son el centro narrativo del libro.

El autor compone como si se tratara de una novela histórica, pero el eje son las construcciones verbales. El uso del pasado es clave ya que define los espacios y los tiempos, pero es más importante el tono, el modo con el que Agustina Paz narra y consigna los sucesos. La narradora, procaz y hábil, memoriosa y detallista, deja constancia de sus apreciaciones sobre los personajes y, sobre todo, narra con fluidez lírica y elaborada sintaxis los pocos hechos.

Remarco la escasez de hechos para enfatizar que el corazón literario no es tanto la trama como el magma lingüístico que enhebra la trama. Al referirse al fogón, la narradora dice: "el secreteo de su núcleo rojo". Y al descubrir que Ángel ya ha sido fusilado comenta: “Un grueso vello le había invadido el cutis; la idea tersa que tenía del Ángel se volvió equivocada, al mismo tiempo que se volvía definitiva”. En otro párrafo, alude a la forma del cielo: “cuando la única lumbre que viene del cielo es conceptual, la de las estrellas”.

Agustina refiere a otro hecho que cambiará su vida, pero lo hace de forma alusiva, y el carácter elíptico define el tono de la prosa. En el párrafo final de un capítulo, cuenta que tiene pensado casarse con uno de los condenados a muerte, Segundo Roca: “…sentados todos a la mesa de roble, en la cocina de la casa de mi familia…, con sus caras lamidas por la tersa lengua amarilla del candil, les daría la buena nueva de mi desposorio”.

Por los hallazgos verbales, por la elección del punto de vista, por las reiteradas elipsis, la novela de Emilio Jurado Naón es altamente recomendable para aquellos lectores que no buscan en el pasado la mera enumeración de los sucesos sino esmerada construcción de una pieza hecha de literatura.