"Una presencia ideal", de Eduardo Berti: en el corazón de las tinieblas
Por Sergio Kisielewsky
¿Qué tiene en común el trabajo en un hospital con enfermos terminales y el oficio de un escritor? Quizás en este libro estén las respuestas acerca de los valores que posee el sentido de la palabra altruismo en su máxima expresión. Entrevistas a los trabajadores de la salud que asisten a personas en los últimos instantes de su vida es todo un desafío que Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) lo asume con transparencia e hidalguía pues son personas que no eligieron un camino fácil para ganarse el sustento diario.
Todo transcurre en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario de Rouen en Francia y cada página es un testimonio de cómo se vive, valga la paradoja, la cercanía de la muerte y el efecto que produce en parientes y personal de la salud que son los que en definitiva brindan su testimonio a corazón abierto.
Médicos, enfermeras, camilleros, auxiliares, pasantes y residentes son la voz cantante de un relato coral que pone en foco una situación límite por excelencia, la cercanía del fin de la vida. Ese es el elemento que potencia la escritura, la voz de los protagonistas de toda una red de contención para los que permanecen internados, las confesiones que en otro contexto no se harían y la trama ese hilo de seda irrompible que construye el escritor sobre los vínculos humanos en esta etapa no deseada de la vida. Imposible no maravillarse con la puesta en práctica de lo que en verdad es ayudar, proteger y contener al otro aún en los momentos de duda, decaimiento y voracidad que arrastra cada situación familiar, de pareja o de lazos entre padres e hijos.
Son pequeñas grandes historias que pueden dar pie a un abordaje cinematográfico, a un diario íntimo o a una novela de largo aliento pues aquí el desgarro con la impronta coloquial que da la traducción de Claudia Ramón Schwartzman adquiere un vuelo intransferible, el trazo de Berti da en el centro de la solidaridad humana, en todo su cabal dimensión y también en su complejidad y por qué no en sus lógicas limitaciones. Cabe mencionar algunos ejemplos como el de Nadia que le aplica la jeringa a su propio abuelo y de un instante a otro envejece, mientras su zeide rejuvenece veinte años o el hermano de la médica que quiso ser escritor y falleció joven. También se cuenta la travesía de un admirador de una actriz muy famosa de la década del 50 que insiste en visitarla o los dos hermanos que se presentan juntos para el cierre final de sus vidas. Son apenas algunos ejemplos de un torbellino de situaciones, escenas y conflictos donde el lector agradece que la escritura contenga un abordaje empático con una situación por momentos insostenible. Como el paciente que hace reír a los médicos y los músicos que dan conciertos en las habitaciones. También está la secretaria que redacta informes pero no conoce a los pacientes o la alegría de la enfermera por estar embarazada y atender a las familias a como dé lugar. Uno de los hombres internados descubre que una médica siempre va al baño a secarse las lágrimas y le dice: “Hace tiempo que quiero decirle que me gusta cuando está así, al borde de las lágrimas. Si, es bueno ver la emoción de un médico. Es agradable porque es humano, y, sobre todo porque tranquiliza a los familiares y amigos. Sabe a lo que me refiero, ¿no?”.
La obra no pone en el centro que hay un muerto cada tres días sino que hay vida, hay latidos entre la persona que está internada y todo un círculo a su alrededor, un conjunto que no es homogéneo y es allí donde se descubre la dimensión de las personas, en una situación que nadie de ellos eligió, excepto los que deben atender a esos seres humanos como si le quedaran cincuenta años de vida.
No son personajes los que construye el autor sino ejemplos de vida, de pasión por ayudar al prójimo, de narrar toda su generosidad a costa de su propia integridad física y emocional.
Desde que en 1988 Eduardo Berti publicó Spinetta: Crónica e iluminaciones no cesó de publicar. Entre sus libros se destacan las novelas La sombra del púgil, El país imaginado y Un padre extranjero. También publicó ensayos, micro cuentos y antologías. Reside en Francia hace veinte años y es miembro del Grupo Oulipo que en la tierra de Baudelaire es un arriesgado colectivo que bucea en las nuevas formas de encarar el oficio de escribir.