Nuestro encuentro con Yorio y Jálics
Por Fernando López y Graciela Díaz
Era la sanguinaria dictadura cívico militar, la represión pegaba muy fuerte sobre sectores obreros, estudiantiles, militantes y también religiosos. Entre estos últimos, la represión y el hostigamiento había caído (en los sectores católicos) sobre laicos, algunos obispos y muchos curas comprometidos con las causas populares.
En ese contexto, en algunas parroquias cuyos párrocos compartían ese compromiso, se desarrollaban actividades para tratar de mitigar el enorme dolor de los despidos, el hostigamiento, las desapariciones, la censura y varias pestes más que se abatían sobre la sociedad argentina.
En la parroquia San Francisco Solano, ubicada en Villa Luro en la ciudad de Buenos Aires, su párroco el padre Jorge Vernazza que había sido uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, hacía su trabajo pastoral y colaboraba junto al padre Ricciardelli en la parroquia Madre del Pueblo en la villa de Bajo Flores, frente a la hoy cancha de San Lorenzo.
Por ese entonces, un grupo de jóvenes de alrededor de 20 años de edad colaborábamos en las actividades que se desarrollaban en San Francisco Solano. Algunos desde varios años atrás, otros éramos más nuevitos, y todos en mayor o menor medida le dábamos una mano al padre Vernazza en su tarea pastoral. Pero también en nuestras reuniones hablábamos de política, de amigos, conocidos, familiares que habían desaparecido, se habían exiliado o estaban “guardados”.
Un domingo, mientras transcurría la misa de las 11, uno de los más antiguos integrantes del grupo, escuchó el timbre del teléfono en la secretaría; al atender, una voz que no se identificó preguntó qué había que tomar para llegar a la parroquia desde Constitución. Brevemente se lo explicó y el interlocutor cortó. En ese momento, no le dio mayor importancia. Al rededor de las 13, estábamos charlando con el padre Vernazza, mi novia (luego mi esposa) y yo en la oficinita de él, cuando tocaron el timbre y me tocó a mí abrir la puerta de calle. Me encontré con dos hombres, uno morocho más joven y uno rubio mayor ambos con larga barba y muy mal vestidos, tanto que a primera impresión me parecieron linyeras. El más joven me dijo, urgido, “dejame pasar, por favor”, y yo sin entender nada así lo hice. El padre Vernazza al escuchar esa voz saltó como un resorte y salió al patio ver a los dos hombres. Entre lágrimas y abrazos fuimos testigos de ese encuentro. Nosotros no entendíamos mucho, pero enseguida nos dimos cuenta que estos dos curas (que no conocíamos) eran los padres Yorio y Jálics. Contaron entrecortadamente que los habían liberado dejándolos tirados en el Gran Buenos Aires, y ellos habían llamado para ver cómo viajaban hasta la parroquia. También mencionaron que en el lugar donde habían estado escuchaban retazos de un discurso militar y de gente que cantaba una canción patria. Luego de presenciar ese relato breve, con mi novia nos retiramos shockeados por lo que vimos y escuchamos en esos minutos.
Días posteriores, en conversaciones con el padre Vernazza, nos comentó que Yorio y Jálics le habían referido que, por lo antedicho más otras sospechas, ellos habían estado en la ESMA en manos de los marinos. Con lo cual, no habrían estado en una quinta de Moreno (o por lo menos no todo su cautiverio), tal como se expresa en la interesantísima nota a Aldo Duzdevic sobre el libro Salvados por Francisco.
Esta anécdota personal la contamos como un pequeñísimo aporte a la memoria colectiva.
Un tiempo después, atando cabos, pudimos saber quién era la o las personas que habían pedido telefónicamente ese dato.