El factor psicosocial en la defensa nacional: polarización extrema, revoluciones de colores e injerencia externa
Por Juan Francisco Rasso*
La Ley 23. 554, define a la Defensa Nacional como “la integración y la acción coordinada de todas las fuerzas de la Nación para la solución de aquellos conflictos que requieran el empleo de las Fuerzas Armadas, en forma disuasiva o efectiva, para enfrentar las agresiones de origen externo.” Y le asigna por finalidad: “garantizar de modo permanente la soberanía e independencia de la Nación Argentina, su integridad territorial y capacidad de autodeterminación; proteger la vida y la libertad de sus habitantes.”
En su Art. 3°, agrega que esta se concreta en un conjunto de planes y acciones tendientes a prevenir o superar los conflictos que esas agresiones generen, tanto en tiempo de paz como de guerra, conducir todos los aspectos de la vida de la Nación durante el hecho bélico, así como consolidar la paz, concluida la contienda.
De estas definiciones, podemos tomar, primero que circunscribe la defensa nacional a los conflictos que requieran el empleo del instrumento militar (para enfrentar las agresiones de origen externo), aunque ello también implica “la integración y la acción coordinada de todas las fuerzas de la Nación”. Luego en lo que hace a su finalidad, además de velar por la integridad territorial, vemos que deberá garantizar la soberanía independencia y autodeterminación de la Nación Argentina. En adición, se aclara que la Defensa Nacional atañe a los conflictos, que tienen lugar tanto en épocas de guerra, como de paz.
Por lo tanto, el texto de la ley, más allá de establecer tajantemente la distinción entre defensa nacional y seguridad interior, y con las limitaciones propias de contar ya con treinta y tres años de antigüedad, podría dar lugar a interpretaciones e implementaciones, suficientemente amplias, del concepto de Defensa Nacional.
Cierto es que, mucho más restrictivo, resultó el decreto 727/2006 reglamentario de la ley, que establece por ejemplo que “las Fuerzas Armadas, instrumento militar de la defensa nacional, serán empleadas ante agresiones de origen externo perpetradas por fuerzas armadas pertenecientes a otro/s Estado/s” y que “se entenderá como "agresión de origen externo" el uso de la fuerza armada por un Estado contra la soberanía, la integridad territorial o la independencia política de nuestro país, o en cualquier otra forma que sea incompatible con la Carta de las Naciones Unidas.”
Allí lo más restrictivo se expresa en el concepto de agresión de origen externo, limitado al uso de la fuerza, por parte de las instituciones regulares de otro Estado. Aunque de nuevo aquí podemos remitirnos a la necesidad de integrar y coordinar, todas las fuerzas de nuestra nación, en tiempos de paz, antes de llegar, o previniendo la posibilidad de alcanzar esa expresión de ultima ratio, del conflicto.
De cualquier manera la necesidad de contar con una concepción amplia de la defensa nacional, surge incluso a partir de reconocer que en la actualidad los conflictos armados, atraviesan (al menos) su 4ta generación: “el concepto de cuarta generación de guerra describe un conjunto de fenómenos y procesos que implican cambios radicales en la naturaleza de conflicto contemporáneo, en el tipo de actores involucrados, los medios y espacios de su desarrollo”. (1)
Es decir, básicamente, la guerra moderna suele tipificarse según “generaciones de guerra”, donde cada una reúne ciertas características específicas, y cada generación evoluciona hacia nuevas formas que pueden cambiar, o responden a los cambios, en la naturaleza del conflicto. Particularmente las generaciones de guerra se miden según el espacio, el tiempo, o la dimensión donde se libra el conflicto, tendiente a una mayor dispersión de generación, en generación; los cambios en la tecnología implicada o disponible, y las ideas o concepción que se tengan sobre “el arte de la guerra”.
A partir de la cuarta generación de guerras, es que tiene lugar un cambio espacial del frente del enemigo, y de los centros de gravedad del conflicto, el campo de batalla, puede incluir en realidad a toda la sociedad del enemigo. A partir de aquí, todo podría ser un objetivo: economía, infraestructura, incluso espacio urbano del oponente quedan implicados. “Un componente clave de la cuarta generación es colapsar al enemigo en lugar de destruirlo físicamente.” (1)
Ahora bien, estas definiciones que refieren al conflicto armado, bien pueden y deben servir de base para interpretar la naturaleza permanente conflictiva en el sistema internacional, en términos de competencias posicionales y de distribución del poder, aun en tiempos de paz. No debería olvidarse, que sí la guerra es la continuación de la política por otros medios, la paz es el periodo entre guerras en el que se convive bajo los términos impuestos por el vencedor de la última contienda.
Es por eso que aquí, la intención es la de llamar la atención, desde una perspectiva de defensa nacional, sobre las disputas de poder que puedan darse en torno al factor psico-social. En principio esto no constituiría ninguna novedad, en tanto pueden reconocerse como factores clásicos de poder a resguardar: el Político (política interna y política exterior), el Económico, Militar y el Psicosocial. Si la guerra es la continuación de la Política, esta es la actividad donde se pretende influir en la distribución del poder. La política internacional supone la interacción de los factores de poder entre actores, Estatales, (principalmente) y No Estatales, la defensa nacional en función de garantizar la autodeterminación, debería suponer entonces, el resguardo (y fortalecimiento) de los factores de poder propios, que por supuesto, también se interrelacionan entre sí.
El factor Pisco Social, postulamos aquí, puede cumplir un papel crucial en términos de la preservación de la unidad e integridad nacional y por lo tanto, puede volverse un “objetivo” por parte de un enemigo, en la intención de “colapsar” a una nación, incidiendo en consecuencia en su poder político, y económico, sin necesidad de recurrir al instrumento militar.
La idea de “la mente” de la población civil como objetivo, tampoco es nueva, ya que puede remitirse, al menos, al contexto de la guerra fría. De igual forma, como herencia de esa configuración de poder mundial, es que asistimos en el presente a una división internacional entre países desarrollados y sub-desarrollados. Entre los primeros se encuentran las “potencias”, actores siempre muy atentos a las posiciones de poder relativas, en competencia permanente entre sí, mientras que los segundos no es que sean ajenos a estas disputas por el poder internacional, sino que permanecen como “objeto” de esa competencia, y acaso gran parte de la dinámica de poder entre las potencias, depende de que permanezcan en su condición de “sub-desarrollo”, o en su defecto sean “integrados” a ese esquema internacional, en la medida en que no incidan en términos de competencia.
Y aquí es donde postulamos, se puede incluir al factor psicosocial. Por un lado, entre las múltiples dimensiones de dependencia, que signan al “mundo en desarrollo”, económica, tecnológica, financiera, etc., también puede incluirse a la dependencia epistemológica, intelectual, científica o cultural. Elementos más generales como el neoliberalismo en el plano económico, o más particulares, como el paradigma del decrecimiento, o la perspectiva geo-cultural cosmopolita, pueden ir siendo gradualmente incorporados cognoscitivamente en la sociedad civil, a través de universidades, políticas educativas en nivel medio e inicial, medios de comunicación, el activismo de ONGs, criterios editoriales, producciones audiovisuales, industrias culturales, hasta conformar una suerte de pensamiento único y donde cualquier disidencia sea catalogada como no valida, “antisistémica”, terminando una Nación por restringir sus posibilidades de pensamiento creativo y productivo, auto-limitándose en sus posibilidades de crecimiento, e incidiendo por supuesto, en forma análoga en los factores político, económico y militar.
Por otro lado, el factor psicosocial, puede ser el ámbito donde se generen tramas más densas, o complejas, que atravesando tensiones, procesos de fuerte polarización política, agudizando clivajes sociales, formaciones identitarias, o choques culturales, devengan en la generalización del caos social-político, en ocasiones incluso en guerra civil, con obvias consecuencias en el plano económico, y finalmente en la obsolencia o dependencia militar, aletargando su condición atraso, dependencia y en definitiva “sub-desarrollo”.
En este sentido, existen trabajos como el del autor ruso Andrew Korybko, “Guerras Hibridas: Una Aproximación Indirecta al Cambio de Régimen” (2015). Quien intenta un enfoque integral a un fenómeno que se aproxima a lo que venimos señalando. Inspirado en los acontecimientos de tuvieron lugar varios países del medio-oriente, y luego en Ucrania, el autor define a la guerra hibrida como una combinación entre revoluciones de colores y guerras no convencionales. En las primeras se combinan, herramientas de propaganda, estudios psicológicos y el uso de redes sociales, con el fin de exacerbar desacuerdos, provocar masivas manifestaciones, a partir de reivindicaciones abstractas o una situación de conflicto interno, que funcione como la primera chispa. En ocasiones, cuando estos instrumentos no resulten suficientes, se avanza hacia el estadio de la guerra no convencional, en la que se utilizan fuerzas no regulares.
Ya William Lind, en su famoso artículo publicado en el Marine Corps Gazette (1989), mencionaba que las operaciones psicológicas presentaban el potencial para convertirse en el arma operacional y estratégica dominante, asumiendo la forma de intervención mediática / informativa. De esta forma el principal objetivo a atacar seria el apoyo de la población del enemigo al propio gobierno, “las noticias televisadas se convertirán en un arma operativa más poderosa que las divisiones armadas”.
Korybko (2015), por su parte, se vale de un esquema de cinco anillos, para explicar los centros de gravedad que mantienen a una fuerza adversaria unidad. En el caso de las revoluciones de colores, hay dos blancos principales: la sociedad y el individuo, y para cada uno puede organizarse un esquema de cinco anillos. Para la sociedad, este se compone de: Liderazgos, Fuerzas Armadas/Policías, Elite nacional, Medios (internacionales) y Población. Cuando en cambio, el objetivo a cooptar es el individúo, los anillos a atacar son: Familia, Trabajo, Vecindario, Religión, País. Se apunta que tanto las revoluciones de colores, como la guerra no convencional ejercen un papel específico en “la estrategia de la dominación total del espectro”. Ambas sirven a propósitos complementarios, toda vez que las primeras apuntan a la dominación intangible y la segunda, a la dominación tangible.
Del mismo modo, también podríamos considerar, de acuerdo a lo señalado en varias oportunidades por el autor francés Thierry Meyssan que este tipo de maniobras exceden el objetivo del cambio de régimen, sino que en realidad apuntan a destruir las capacidades estatales allí donde se implementan. Este periodista especializado, enmarca su explicación en lo que él llama la “Doctrina Rumsfeld-Cebrowski” (por el ex Secretario de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, y el Almirante Arthur Cebrowski, a cargo de distintos grupos de tareas y de la impartición de cursos para altos oficiales) que básicamente establece que para garantizar la primacía estadounidense, debía organizarse el mundo de acuerdo a un criterio de -integrados y no integrados- a la economía globalizada (estos últimos claro permanecerían en condición de atraso, caos, guerras civiles, estados fallidos, etc.) y que para garantizar el proyecto se debía, entre otras cosas, trasformar la misión de las FFAA de los Estados Unidos. La explicitación cartográfica de esta doctrina, se ha llegado a conocer como el Mapa de Barnett (Thomas P.M), quien en realidad fue asistente de Cebrowski. <En ese mapa, en realidad, la Argentina (y Brasil) permanecen dentro de los integrados>.
Retomando el hilo argumental de este apartado, podemos reparar en que en los últimos años, en la región sudamericana y el caribe, tuvieron lugar episodios, que bien pueden enmarcarse dentro de los paramentos de las “revoluciones de colores”, y en algunos casos, ya cerca de la guerra no convencional. Desde revueltas callejeras en Brasil (2014-2016) que terminaron en golpes parlamentarios, a los años que se llevan ya de conflicto en Venezuela, con distintas escaladas que la han ubicado en los bordes de la guerra civil, a la fuerte revuelta social en Chile el año pasado, también por procesos análogos en Bolivia, con cambios de gobierno incluidos (ahora revertido o encauzado), a los procesos en Colombia, Nicaragua, y ahora Cuba. Podemos agregar que estando en el gobierno fuerzas de derecha, las revueltas han venido por izquierda, pero también se dio el proceso inverso, con gobierno de izquierda, y rebeliones por derecha. En todos los casos, bien valdría plantear la hipótesis de que no se traten de episodios que se desaten estrictamente, de forma espontánea.
En cualquier caso, hemos aquí intentado repasar algunos argumentos que dan cuenta de la importancia de volver a poner en consideración, desde una perspectiva de defensa nacional amplia, al factor psicosocial, en el que pueden ponerse en juego diversas maniobras, que terminan por condicionar la unidad, la independencia y sobre todo la autodeterminación nacional.
*Licenciado en Ciencia Política; Magister en Estrategia y Geopolítica.