"Los dispositivos del anti-comunismo y del anti-fascismo son lo que mantiene el mundo liberal andando"
Por Santiago Asorey
Esteban Montenegro, autor de "Pampa y estepa", conversó con AGENCIA PACO URONDO sobre su primer libro en el cual propone “una lectura intempestiva de La comunidad organizada de Juan Domingo Perón”, en diálogo con el filósofo ruso Aleksandr Dugin. Los límites de la política en la hegemónia liberal, el aporte de la Cuarta Teoría Política, la vigencia del pensamiento de Juan Domingo Perón y la estrategia política del liberalismo en la actualidad, entre otros temas.
APU: Su libro propone una lectura muy crítica de los límites que establece la cosmovisión globalista liberal, inclusive a nuestro campo popular, para construir políticamente. Hace hincapié en ir más allá de la discusión de la matriz económica del ordenamiento social y apunta a centrarnos en recuperar una discusión existencial. ¿Por qué es importante esta pregunta existencial hoy?
EM: Preguntarse por el sentido de la existencia, políticamente hablando, es importante porque si no lo hacemos nos limitamos a considerar al hombre como un sujeto de rendimiento en volúmenes de consumo y, en ese caso, no tenemos nada que discutir con el liberalismo, sino tan solo en cuanto a los medios relativos a un mismo fin. La pregunta, entonces, es si realmente consideramos que el horizonte político anhelado consiste solo en volver más “inclusiva” una sociedad de meros consumidores. En ese caso, no nos diferenciaríamos tanto de Macri o de Milei porque coincidiríamos en que “la economía es el destino” y en que la política es una sierva obediente de la acumulación privada. El problema de hacia qué valores o hacia qué sentido se ordena la vida en sociedad queda, en tal caso, “privatizado” (“cada uno es libre de elegir su forma de vida y sus creencias”) y, por tanto, ocupado por el mercado, que propiciará la forma de vida más hedonista, es decir, la que más consuma y aceite la reproducción del Capital. Si el único “desafío” político ante este orden de cosas es “repartir” o “agrandar la torta” u otorgar más “beneficios” o “derechos”, eso significa asumir tácitamente que todos queremos lo mismo y que elegir entre un partido u otro es como elegir entre distintas tarjetas de crédito para comprar las mismas cosas. El preguntar existencial responde: ¿más riqueza es la solución a todos los problemas? ¿qué tipo de hombre estamos promoviendo al aceptar esta clase de orden social? ¿ese hombre tiene algo que ver con nosotros? ¿no hay otro mundo posible, por el cual luchar, en el cual nosotros podamos vernos reflejados cabalmente?
APU: Por otro lado, ¿qué aportes puede hacer la Cuarta teoría política de Dugin a nuestra mirada peronista, específicamente, al cuerpo doctrinario de Perón en La comunidad organizada?
EM: La Cuarta Teoría Política parte de un análisis del resultado de la contienda político-ideológica del siglo XX en el que el texto de La comunidad organizada estaba inmerso y, por tanto, no podía anticipar en su desenlace. Básicamente, puede contribuir a situar los lineamientos esenciales de aquel texto fundacional en el contexto del siglo XXI. A mi juicio, sería necesario, a fin de retomar lo allí sentado con actitud prospectiva, analizar críticamente el texto mismo, y confrontarlo con la experiencia histórica del propio movimiento nacional desde el año 49 en adelante. En mi libro solamente apunto algunas claves de lectura posibles en ese sentido para articular desde el marco teórico ofrecido por Dugin. Señalando solo el punto esencial, podemos decir que en tanto el fundamento de La comunidad organizada es clásico y no moderno, y hasta formula una fuerte crítica filosófica de la modernidad, por ser su sujeto el pueblo, en tanto comunidad, y no la clase, el Estado o la raza, y por ser sus pensadores de referencia Aristóteles y Platón antes que Nietzsche, Hegel o Marx, el peronismo histórico no puede ser emparentado con las posiciones del comunismo o del fascismo. Es decir, se lo puede considerar un antecedente inmediato, quizá el principal, de una futura Cuarta Teoría Política iberoamericana.
APU: Usted hacen mención a la vigencia de Dasein de Heidegger para pensar el sujeto político de la actualidad. ¿Podría desarrollar esta idea?
EM: Creo que no ha habido una verdadera comprensión del sujeto revolucionario en ninguna de las teorías políticas de la modernidad. En todas ellas, el revolucionario es visto como un medio: para alcanzar la libertad respecto de alguna identidad colectiva, , en el liberalismo. Para liberar al proletariado como signo del género humano en su conjunto, en caso del comunismo; para liberar al Estado o a la propia raza de cualquier “influjo” debilitante del extranjero, en caso del fascismo/nazismo. Pero el auténtico sujeto revolucionario es aquel que encarna la revolución personalmente hablando, de raíz. Esto significa que es aquel que realiza, ontológicamente, una radicalización del sentido común (cf. Prólogo a “Ser y Tiempo”) gracias a la cual destella para su comunidad popular y para su generación, la autenticidad del propio ser-en-el-mundo. Existir auténticamente nos compromete enteros y, por tanto, no nos vuelve instrumentos de nada ni de nadie. Precisamente por ello, nos permite ser un pilar de la liberación social y nacional también. Pero la heroicidad ya no es considerada el mejor instrumento para la liberación, es la liberación misma, realizada en nosotros mismos, y es el fundamento absoluto de toda otra liberación posible o deseable. El Dasein auténtico es la mejor versión posible de nosotros mismos, la que no retrocede ante la posibilidad de la muerte y que se funda en una decisión absoluta y sin garantías de éxito. Por eso, en mi libro sitúo las posibilidades más auténticas de nuestro Dasein en los militantes de la Resistencia (1955-1973) y en los héroes de Malvinas. Esta forma de encarar el problema del sujeto político otorga un corte transversal donde lo fundamental no es el criterio ideológico que acontece al nivel de la representación (fundamental para el sujeto moderno) sino en un plano existencial, donde lo importante y lo que divide aguas es la actitud y el temple anímico que nos abre la posibilidad de un mundo propio y no la actitud condescendiente ante un mundo enajenado, donde uno debe entre-tenerse para no enfrentar la realidad y obrar en consecuencia.
APU: Uno de los argumentos centrales del libro hace alusión a necesidad de vencer al planteo liberal que propone agitar el miedo al comunismo y al fascismo…
EM: Los dispositivos del anti-comunismo y del anti-fascismo son lo que mantiene el mundo liberal andando. En eso consiste, precisamente, la “conducción pendular” del liberalismo. Gracias a ella, los servicios de inteligencia occidentales lograron su cometido de vencer en el siglo XX a la oposición social(ista) y a la oposición nacional(ista), evitando su confluencia y síntesis. ¿Cómo? Enfrentándolas entre sí de manera real o aparente. Pueden preguntarle a algún italiano, o investigar, qué fue la “estrategia de la tensión”.
Pero en Argentina sobran ejemplos también. A los nacionalistas y a los conservadores se los convenció de que la amenaza medular para la civilización occidental residía no en el nihilismo intrínseco de la sociedad de mercado y su relativismo, sino en el ateísmo rojo de la izquierda comunista revolucionaria. Y así fueron, gratuitamente, fuerza de choque en la “guerra anti-subversiva” en la que caía comprendida cualquier causa de los trabajadores. A los comunistas, se los convenció de que el enemigo principal era la “amenaza fascista”, y de que debían plegarse a defender la democracia liberal y la república, como ocurrió en Argentina con la Unión Democrática, o bien de que cualquier compromiso con la liberación nacional era sinónimo de fascismo y de que todo ejército nacional, toda iglesia, todo nacionalismo y todo sentimiento religioso, eran por necesidad recursos del gran Capital. Anti-fascismo para el socialista, anti-comunismo para el nacionalista. Con ese doble chantaje, el liberalismo logró alternativamente unirse a uno de sus adversarios para derrotar al otro, hasta eliminarlos a ambos. Para quien preste algo de atención, todos los desarrollos teóricos y prácticos más importantes del movimiento nacional desde el 55 hasta el 73, tendieron a romper ese cerco.
APU: ¿Qué elementos propone Aleksandr Dugin para entender al populismo hoy como resistencia frente a la hegemonía neoliberal? ¿Cuál es el horizonte de los populismos y que desafíos tendrán?
EM: Vivimos en el reinado absoluto del liberalismo, a pesar (y quizá a causa de) su crisis y reinvención permanente. Eso significa que sus aparentes críticos, sean “populistas de izquierda” o “populistas de derecha”, no han demostrado ser opciones revolucionarias reales, mucho menos comunistas unos y fascistas los otros, aunque mutuamente se tengan por tales. Son liberales de derecha unos (“libertarios”) y liberales de izquierda los otros (“progresistas”). Si el “centro” del sistema hoy se puede caracterizar de derecha o conservador en lo económico (defensor del libre mercado global) y de izquierda o progresista en materia de valores, a nada conduce una crítica que sea de izquierda en lo económico pero progresista en materia de valores (“populismo de izquierda”, sucursal Soros), o una que sea conservadora en materia de valores pero también en lo ecónomico (“populismo de derecha”, sucursal Bannon). Menos que menos, conducirá a algo la riña entre ellos. Creemos que el “espíritu” de la doctrina del peronismo histórico, confrontado con el presente, no podría asociarse a ninguna de las posiciones en juego: ni con las meramente imaginadas e inexistentes (del fascismo o el comunismo), ni con las pseudo-críticas (de los populismos/liberales de izquierda o de derecha) ni con la efectivamente reinante (tiranía del “centro”, el liberalismo integral, que es de “derecha” en lo económico y de “izquierda” en los valores) y, por tanto, debería estar firmemente contra todas ellas. La posición a asumir debiera ser la de un populismo integral, conservador en materia de valores y revolucionario en materia económica, social y política. Cabe aclarar, sin embargo, que estas denominaciones son meramente analíticas y no intentan ser en absoluto seña de identidad. Estamos tomando prestado términos de un lenguaje perimido para mapear una situación nueva de manera más o menos clara. Pero yo, al menos, no tengo ninguna intención de hacer uso de la etiqueta de “populismo” y mucho menos de las de “izquierda/derecha”, “progresista/conservador”. ¿Las invasiones a Medio Oriente con “perspectiva de género” y “energías renovables” que nos cabe esperar de Biden serán progresistas o conservadoras, de izquierda o de derecha? Seguir utilizando estas categorías es un signo de estrechez mental inaudito. Pero decir que uno no es “ni de izquierda ni de derecha”, sin aclarar en relación a qué, tampoco explica nada a esta altura.
APU: Por último, lo saco un poco del libro para pensar algunos elementos del panorama internacional. ¿Considera que la derrota de Donald Trump debilita la idea de que la hegemonía liberal globalista se encuentra en un proceso de profundización de su crisis?
EM: El liberalismo por definición es un orden político y social nihilista que fagocita las fuerzas éticas de los pueblos hasta la última gota en función de la reproducción ampliada del Capital y los convierte, en el transcurso de ello, en hedonistas sin alma ni capacidad de movilización por alguna otra causa. Llegado ese punto, en el cual está Occidente, todas las oposiciones y rebeliones políticas son papeles de una misma gran obra teatral, donde ninguna voz disonante se sale del libreto, donde los grandes líderes “revolucionarios” son millonarios, viven en barrios de lujo y se llaman a prudente silencio una vez cumplido su papel protagónico, so pena de perder incluso el de actor de reparto. Este hecho creo que no aliviana la crisis de representación política, sino que la agrava. El liberalismo juega siempre con fuego (se reproduce a sí mismo a partir de la materia de sus propias crisis), pero siempre por interpósita persona de sus dobles de riesgo, en alternancia de acuerdo a la “ley de la competencia” y la “cotización” de los políticos profesionales, las grandes corporaciones y bancos, etc. El error es creer que esta dinámica conducirá, alguna vez, a un impasse, compromiso momentáneo u orden de algún tipo. Es entropía pura. Si EE.UU. es el buque insignia de Occidente y está a punto de fracturarse, no cabe esperar algo distinto para el resto de sus émulos. Lo bueno de esto es que si los tiempos se aceleran demasiado y los papeles “representativos” se gastan pronto antes de que haya recambio, hay un riesgo sistémico real y una situación potencialmente caótica e insurreccional. Ese es el gran miedo del sistema ante la coyuntura actual, por eso se acentúan sus rasgos represivos a través de la imposición de una corrección política cada vez más asfixiante, el control de la opinión a través de las redes sociales, el encarcelamiento preventivo de disidentes y su calificación como “terroristas domésticos”, el uso de la pandemia como excusa atenuante de medidas antipopulares, etc.