Por las buenas o por las malas (reflexiones para una coyuntura compleja), por Jorge Coscia
Por Jorge Coscia
Si algo ha caracterizado el accionar político de las clases dominantes y los grupos económicos concentrados internacionales en América Latina, es que los define una estrategia voraz de poder, que se vale de la táctica que consideran adecuada según cada circunstancia histórica o regional, para desplazar a los gobiernos que amenacen a sus intereses. En la primera mitad del Siglo XX, fueron el fraude, el voto condicionado o los golpes de Estado. En la segunda, con la imposición de modelos democráticos de voto universal obligatorio, apelaron al golpe militar y a la represión indiscriminada y criminal, bajo el paraguas de la Guerra Fría y la política exterior norteamericana. En la segunda mitad del siglo XX se valieron de la cooptación de dirigentes de movimientos y partidos populares para su causa. El Menemismo es uno de los mejores ejemplos de esa metodología. Un transfuguismo en gran escala, en el que las fuerzas políticas eran reorientadas al servicio de los regímenes económicos que antes combatían.
En el nuevo siglo, con el resurgimiento de movimientos populares de emancipación y justicia social en todo el continente, se impuso para desestabilizarlos la metodología del lawfare. Una estrategia basada en dos poderes, uno institucional, la Justicia y el otro privado de relativo prestigio, los medios concentrados de comunicación, con la finalidad de demoler a los gobiernos populares.
La estrategia ya había sido sugerida a comienzos de los ochenta, cuando los poderes promotores de golpes de Estado comprendieron que podían ganar elecciones mediante acciones duras de difamación y omisión comunicacional, coordinadas con sectores del poder judicial dispuestos a la maniobra. Esa pinza mediática y “legal” demostró su eficacia en Brasil, Ecuador y Argentina con las persecuciones y prisiones de referentes como Lula, Cristina, Correa y muchxs otrxs dirigentes políticos y sociales. Una generación que en su juventud preveía la prisión o la muerte por su compromiso político, conoció en su madurez el riesgo de las nuevas formas represivas del establishment. El juicio penal y la condena por acciones que iban de las tapas de los diarios a los tribunales corrompidos de la justicia servicial al sistema. Este último método incluye el beneficio de construir hegemonías en amplios sectores de la población que se vuelcan a adherir a proyectos que terminan destruyendo el sistema de bienestar que los amparó y elevó social y económicamente durante los gobiernos populares.
Cabe aclarar que la Historia no es esquemática en relación a los métodos mencionados. Por ejemplo en el golpe contra Hipólito Yrigoyen, los medios de comunicación de la época, como el diario Crítica, actuaron como artillería de demolición previa al golpe del 6 de septiembre de 1930, amparando luego más de una década de fraude, conocida como la Década Infame.
Esta metodología se repetiría en los golpes de Estado de la segunda mitad del Siglo XX. Ablande mediático parta facilitar consensos sociales que facilitaran abordaje del pòder. El “juego” tuvo sus riesgos para algunos de los “infames” cómplices, como sucediera con el dueño de Crítica, que terminó con su diario cerrado por el golpista José Félix Uriburu, bautizado por sus pares como “Von Pepe” por su admiración al autoritarismo prusiano. Von Pepe sería reemplazado por Agustín P Justo, quien sostendría con fraude y astucia hasta su muerte el orden conservador de la semicolonia del Imperio Británico, que fuera la Argentina de esa década.
En el presente, parecieran haber vuelto los métodos combinados de acción anti popular. En Bolivia, los medios liberales abonaron el ancestral racismo y promovieron la rebelión en las calles contra Evo Morales. Por esa grieta se ha filtrado la vieja metodología golpista más directa con rebeliones de uniformados de las fuerzas de seguridad y el ejército. En Venezuela el intento se encuentra en una suerte de interludio, por la cohesión de las fuerzas armadas lograda por el chavismo.
Una experiencia a tener en cuenta en el complejo panorama que rodea el retorno de un gobierno popular en la Argentina. Es importante recuperar para las fuerzas armadas una política coherente de defensa nacional con conciencia de su rol estratégico. No debemos olvidar que al peronismo lo fundó un coronel y que lo derrocaron generales y almirantes. (Se impone repensar el tema y ayudaría releer a Arturo Jauretche y a Jorge Abelardo Ramos que escribieron sobre el papel central de las Fuerzas Armadas nacionales en la Historia y su doble carácter de ejércitos liberadores o de ocupación alternativamente).
Otra conflictividad se expresa paralelamente, aunque en sentido contrario a los descriptos, en las rebeliones populares de Ecuador y Chile. Expresan el hartazgo de la población con las políticas neoliberales de sendos gobiernos. No es improbable que Brasil siga ese camino de continuar el desmantelamiento del Estado benefactor y la economía productiva construida por Lula y su partido. En Argentina ese hartazgo se ha orientado de una equilibrada manera sin levantamientos populares. La razón anida en la cohesión opositora del Movimiento Nacional que dio cauce pacífico al descontento con la victoria de la formula de les Fernández el 27 de Octubre.
La alternancia entre gobiernos populares y neoliberales, pareciera haber entrado en un proceso de aceleración con ciclos más cortos producto de la profunda crisis de el capitalismo voraz y su incapacidad de conformar mayorías perdurables que lo voten y lo sostengan. Lo que logran con sus aliados económicos, mediáticos y judiciales, pareciera no poder servirles demasiado en sus espantosas y fallidas gestiones de gobierno. Estamos en presencia de un empate entre la necesidad de consolidar proyectos nacionales, populares, progresistas y de unidad continental y el reagrupamiento regional de las fuerzas reaccionarias y balcanizadoras del neoliberalismo más cipayo. Ese empate presenta nuevos desafíos y riesgos. La alianza neoliberal se conforma mediante un frente político y económico conformado por el capitalismo financiero internacional, agentes locales, productores concentrados ligados al negocio agroexportador, la gran minería, los medios de comunicación concentrados y periodistas, jueces y fiscales mercenarios conformando verdaderos grupos de tareas, que promueven, según el caso particular de cada país, a empresarios devenidos en políticos como Mauricio Macri o Rafael Piñera, derechistas mesiánicos como Jair Bolsonaro o Luis Camacho y dirigentes tránsfugas como Michel Temer o Lenín Moreno. Cuentan además con el respaldo político internacional dispuesto a disciplinar a los Estados rebeldes con declaraciones o acciones más agresivas, mirando la violencia en Chile y Bolivia con una benevolente tolerancia que nunca tuvieron con Venezuela.
El problema se ha definido históricamente en un macro escenario signado por la política internacional y sus coyunturas. La multipolaridad global excita los ánimos hegemónicos. Se requieren alianzas y construcciones acordes con ese escenario. La debilidad y el carácter inviable a corto plazo del modelo de injusticia abren una vez más la posibilidad de mancomunar nuestros objetivos con los liderazgos populares de América Latina y con los países no alienados a ninguna hegemonía externa. El accionar de Alberto Fernández no podía ser en ese sentido más alentador. Los partidos reaccionarios están perdiendo en las urnas por la imposibilidad de aceptación popular efectiva de sus modelos y el éxito de gestiones de gobierno como las de Lula o de Evo Morales en Bolivia, los lleva nuevamente al camino de la desestabilización y el golpe de Estado. La situación podría agravarse aún más. ¿Qué ocurriría si el presidente Jair Bolsonaro se valiera de la conflictividad regional para general un casus beli que distraiga de los problemas que su política local le genera? Las hipótesis de conflicto armado regional retornaron antes de que pudieran preverse. Por ello es clave el fortalecimiento de lazos con el hermano pueblo de Brasil que se expresa en el liderazgo de Lula como anticuerpo a la irracionalidad neoliberal. También requiere de prudencia y de no identificar a Bolsonaro de manera simplista como expresión monolítica del Ejército de Brasil. Se necesitará una política exterior que combine claridad en el conocimiento de nuestros intereses con una realpolitik que eluda las provocaciones en lugar de la destreza políglota de la Cancillería cipaya del macrismo, experta en vernisages y aniversarios de embajadas, como idea vacua aunque no ingenua, de pertenecer al mundo.
Más pronto que tarde debería ingresar el pensamiento estratégico nacional y latinoamericanista a nuestras escuelas de formación militar y diplomática.
Lo cierto es que en América Latina, la antinomia entre los movimientos nacionales y populares y los poderes reaccionarios y cipayos ha retomado una intensidad comparable al de los años de la Guerra fría. El “patio trasero” pareciera estar retomando para Washington un interés que reemplaza en parte sus violentos afanes en el devastado Medio Oriente. Las disputas sudamericanas tienen hoy sino las viejas lógicas ideológicas de la Guerra Fría, el viejo olor a petróleo y los nuevos aromas de minerales como el Litio y las reservas acuíferas. Por ello es clave la consolidación argentina de una nueva mayoría que permita desmantelar la maquinaria implacable del lawfare y del retorno de las concepciones represivas en las fuerzas de seguridad y las Fuerzas armadas y orientar estas últimas a un plan estratégico de Defensa Nacional para la paz y la integración regional, pero que también resista el probable aislamiento que se avizora y que por momentos recuerda el escenario de 1973. Bolivia nos enseña que ni siquiera alcanza, como no alcanzó durante el kirchnerismo, con resultados económicos de inclusión social y de crecimiento cuando se activa el plan demoledor de los poderes concentrados. Será decisivo el modo en que el nuevo gobierno dispute racionalmente y sin sobre actuaciones la lógica cultural, comunicacional y judicial que actúa de quinta columna para la desestabilización de la democracia. La unidad política lograda que ganó las elecciones debe expandirse a un modelo de unidad nacional de los sectores del trabajo, productivos y sociales. Un intenso esfuerzo político cultural de reconstrucción del sentido común en nuestra sociedad se impone para poder enfrentar a quienes pretenden el poder por las buenas o por las malas, para sus mezquinos y reaccionarios intereses.