Psicología y teoría queer: ¿Y si el protopadre era puto?
Por Erik Navarro Cnobel
El psicoanálisis tiene sus propios mitos fundadores, y si no los tiene los inventa. Los mitos cumplen función de metáfora, son ficciones que permiten armar sentido, tienen función, reemplazan lo insignificable, producen efectos, son positivos (foucaultianamente hablando). Sostienen teorías y prácticas. Complejo de Edipo, complejo de castración, diferencia anatómica de los sexos, Tótem y Tabú, etc. Sobre esta última me interesa marcar algunos puntos para estallarlo.
Resumida y universitariamente, el texto de Freud, cuenta el mito del pasaje de la naturaleza a la cultura, en donde en un principio, la horda primitiva estaba compuesta por un protopadre que poseía a todas las mujeres del clan y no dejaba gozar a los protohijos de lo “más preciado” para un hombre: la mujer. Entonces, los protohijos se organizaron y mataron al padre y lo devoraron, incorporándolo. Se produjo la distribución de la riqueza femenina, y todos los protohijos pudieron gozar. Cada tanto se juntaban a celebrar el ritual totémico y la instauración de la ley ya se había dado, no por DNU, sino por asamblea constituyente: “nadie puede tener a todas las mujeres”. Muy resumidamente cuenta eso. Esto, luego, le permitirá pensar a Freud el superyó, la conciencia de culpa y la instauración en el aparato psíquico de la ley. La Metáfora Paterna, decía Lacan, que le permite al niño (niñx) escapar del estrago materno (¡siempre las mujeres!).
El mito freudiano tiene varios supuestos incuestionables: la heterosexualidad del protopadre, la heterosexualidad de los hijos, las mujeres como sujetas pasivas - que están esperando y no hacen nada más que dar placer al macho que quiera estar con ellas-, la heterosexualidad de las mujeres, etc, etc.
Podríamos decir que es un mito, que es una invención de Freud, que no es algo que hay que tomar literal, etc. Todo eso es cierto. Pero, como se ha dicho, el mito ejerce el poder, o, mejor dicho, el poder es ejercido a través del mito. ¿Qué es lo que se reproduce aquí? Se instaura la ley, la norma. ¿A qué costo? ¿Qué norma para el psicoanálisis? Jorge Reitter, en Edipo Gay, nos da una pista: “el psicoanálisis tal como se lo practica y se lo transmite queda, en algunas de sus conceptualizaciones centrales, del lado de los dispositivos de regulación de la heterosexualidad obligatoria” (p. 18). Todos los no-heterosexuales hemos vivido en el dispositivo clínico –espacio que no escapa al mundo social nunca, aunque el analista “haga semblante de objeto a”- violencias de la heteronorma, que son sostenidas por la transferencia.
No sos vos, es tu marco teórico
Preciado, en el Manifiesto Contrasexual piensa en dos temporalidades: la del orden institucional (lenta, muy lenta) y la del acontecimiento. La primera justifica el esencialismo, parece que no hay cambios nunca, las tecnologías sexuales aparecen como fijas, “el orden simbolico”. Dice: “toda tentativa de modificarla será juzgada como una forma de `psicosis colectiva`”, bastante cercano a lo que desde el psicoanálisis (h)orto-doxo llama “la declinación del nombre del padre”. En cambio, la temporalidad del acontecimiento, fractal, es el espacio donde “la verdad natural de la identidad sexual” se escapa. El espacio de intervención (p. 50)
La forma en que el psicoanálisis comienza a pensar a las “nuevas sexualidades”, a lo “diverso” –como gustan decir quienes siempre se han movido en circuitos heteros-, ¿implica que hay que pensarlo para aliviar el sufrimiento o implica introducir en el marco teórico conocido, incuestionable, para poder “entender” que pasa cuando las categorías estallan? Cierto psicoanálisis funciona como el lecho de Procusto. Dice Foucault, en Historia de la sexualidad I, que la “mecánica del poder no pretende suprimirla –a las sexualidades periféricas- sino dándole una realidad analítica, visible y permanente: la hunde en los cuerpos, la desliza bajo conductas, la convierte en principio de clasificación y de inteligibilidad, la constituye en razón de ser y orden natural del desorden”, no para excluir, sino, “más bien, especificación, solidificación regional de cada una de ellas” (p.46).
Freud pensaba que la madurez en la mujer implicaba el pasaje del placer clitorideano al placer vaginal. Preciado nos recuerda que el sexo es una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas erógenas. “La naturaleza humana es un efecto de tecnología social”, que, en tanto, heterosexualizante, “recorta órganos”. No obstante, este recorte, dice Preciado, es “arbitrario”.
Desde cierta corriente psicoanalítica hegemónica se habla del “error común de los transexuales”. Podríamos llamar el “error común de los analistas” el no poder escuchar el sufrimiento más allá de las categorías instituidas. Se habla de “certeza del transexual”, pero no de “certeza cis” ni de “certeza heterosexual”. La norma hace mella en la teoría. Cierto sesgo naturalista pisa la praxis.
El psicologicismo es violento
Escuchamos –y leemos- a uno de los jefes de catedra de psicopatología de la U.B.A., Fabian Naparstek, decir que “la marcha del orgullo gay es cuando los homosexuales se juntan a gozar en la avenida porque no les alcanza la cama” (Introduccion a la clínica con toxicomanías y alcoholismo III, p. 23) -cualquier semejanza con el discurso de la iglesia en el debate sobre la Ley de Matrimonio Igualitario (“El matrimonio gay es una falta de respeto para los católicos. Si quieren estar juntos (los homosexuales) todo bien, pero que no se muestren) no es mera coincidencia-, deshistorizando y desprestigiando toda la lucha de los movimientos LGBTTIQ+.
Leemos a Irene Geiser decir: “Violencia de género, pornografía, abuso sexual infantil y transexualismo son síntomas de nuestra actualidad” (Genero, cuerpo y psicoanálisis, p. 27), haciendo un cocoliche entre dos delitos graves, una tecnología de poder y una subjetividad históricamente violentada. Sumado a que pensar a las personas trans como “síntomas de época” es negar que en la historia de la humanidad lxs travestis y lxs transexuales han existido ¡no nos olvidemos de Heliogábalo!
El psicoanálisis, a nivel teórico, no ha podido pensar a la homosexualidad (masculina) por fuera de la perversión, como muestra Reitter en Edipo Gay.
El psicoanálisis, a nivel teórico y practico, no ha podido pensar a las personas trans por fuera de la psicosis.
No tener en cuenta la experiencia del closet, no vislumbrar los dispositivos de poder que operan en la formación de subjetividad de personas no cis, no heterosexuales, no blancos, no clase media-alta, pensar al Otro como único e invariable de una época, es violento. Es violento en teoría, pero, fundamentalmente, en la práctica. Ejemplo: Cada quien atraviesa el dispositivo del closet como puede. Dice Reitter: “Un gay no se siente perseguido por su gaycidad, en muchos ámbitos lo está; no es, o no es solo un fantasma neurótico”.
¿Cómo teorizar las violencias dentro de la clínica analítica? ¿La transferencia como soporte de las violencias? No vislumbrar al psicoanálisis como dispositivo de poder heteronormador implica reproducir la lógica patriarco-colonial de los cuerpos. ¿Cómo pensar otras formas de abordar el sufrimiento psíquico sin la diferencia anatómica de los sexos en tanto fundante de la subjetividad? ¿Cómo pensar más allá del Falo como significante privilegiado?
Nuevas apuestas
No se trata únicamente de vislumbrar ciertos condicionamientos que están presentes en la praxis del psicoanálisis, ni en los desarrollos teóricos. Solo con eso, somos una resistencia cómoda al poder.
¿Cómo pensar las fórmulas de sexuaciòn más a allá de lo femenino y lo masculino, del “falo-más ala del falo”? ¿Cómo pensar el armado del cuerpo más allá del pene-no pene? ¿Cómo armar otra cartografía corporal? ¿Cómo armar otros mapas del deseo? ¿Cómo pensar lo ciborg de cada cuerpo?
Se trata, también, de generar nuevas conceptualizaciones, nuevos marcos teóricos, que posibiliten una escucha más sensible, no patologizante, que logre tomar lo que “los fallos de la estructura del texto”, al decir de Preciado (Manifiesto Contrasexual, p. 52) tienen para decir. Se trata, creo, que una vez incorporado el padre, matarlo. O, mejor, volverlo puto, draggearlo, queerizarlo, desnormativizarlo… a ver qué pasa.