Se hace la Evita: mujeres, peronismo y política en el primer peronismo
“Se hace la Evita. Las otras primeras damas peronistas (1946 - 1955)” es el último título publicado por Omnívora Editora. El libro está compilado por Carolina Barry, politóloga y especialista en temas sobre el peronismo, el Partido Peronista Femenino y la participación política de las mujeres.
Este libro reúne trabajos realizados por investigadoras e investigadores de todo el país, sobre las "primeras damas" provinciales durante el primer peronismo. El libro vuelve sobre las historias de mujeres poco conocidas de Córdoba, Mendoza, Buenos Aires, Santiago del Estero, Corrientes, entre otras. Son figuras poco estudiadas, de las que hay muy poco material disponible en los archivos públicos, debiendo recurrir las autoras en buena medida a los archivos privados de las familias para tener más información sobre ellas.
“Se hace la Evita…” es una investigación conjunta que analiza el inicio de la era de las "primeras damas" peronistas que marcó la cultura política argentina como un sello propio a lo largo de las décadas. “Las historias analizadas ofrecen un conjunto de miradas sobre las primeras damas, las mujeres, el peronismo y la política, y también, sobre Eva Perón” escribe Carolina Barry en la introducción del libro.
AGENCIA PACO URONDO comparte dos fragmentos del libro, uno sobre Elena Caporale, la esposa de Domingo Mercante, y Esmeralda Carabajal, pareja del gobernador mendocino de la época.
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Fragmento del capítulo “Del piano al balcón” sobre Elena Caporale, esposa de Domingo Mercante, gobernador de la provincia de Buenos Aires:
La provincia de Buenos Aires contó con una situación especial: dos mujeres cumplieron la función de primera dama, una con papeles y la otra sin ellos. Elena Caporale es quien se ajustaba a las características que las primeras damas asumieron en este período y sobre quien tratará este capítulo, sin embargo, hubo otra mujer, Isabel Ernst, que fue mano derecha de Eva Perón desde sus primeros pasos. Aunque sus lugares y ámbitos eran muy distintos, Elena e Isabel se movían en espacios donde se gestionaba poder y el peronismo. Ambas, respondían y estaban cerca de una líder en ciernes, Evita (...) Elena Caporale se había transformado en una figura visible, según ella, por cuestiones del azar. La Vanguardia comenzó a llamarla “la gobernadora”, así como a Eva Perón la llamaba “la presidenta”. Un poco exagerado para Elena, pero no tanto para Eva. Pero lo cierto es que hablaba en público, saludaba desde el balcón de la gobernación o desde un palco improvisado, recibía delegaciones y representaba tanto a su marido como a Eva Perón. Elena también representaba a Evita en diversas ocasiones y daba discursos en su nombre, en los que arengaba a los presentes diciendo: “la mujer argentina está viviendo un momento histórico, no porque haya obtenido conquistas materiales que son siempre secundarias, sino porque ahora ocupa el lugar que le corresponde al lado del hombre, en la dirección de un destino que les es común”
Fragmento del capítulo “Caricatura de Evita o leyenda negra” sobre Esmeralda Carabajal, esposa del gobernador de Mendoza, Brisoli.
No fue, en cualquier caso, “por su cuenta” que doña Esmeralda se embarcó en un camino semejante al de Evita, como algunos testimonios con el interés de minimizar su importancia han apuntado. Su esposo la alentó para que así lo hiciera e impulsó sus proyectos con énfasis. La proximidad de Brisoli con Perón difícilmente permitiría creer que se trataba de una iniciativa desenvuelta a espaldas del gobierno central. En el momento de asumir la gobernación, expresó que era necesario contemplar los “problemas cotidianos, las situaciones personales, muchas necesidades perentorias” que solían quedar al margen del Estado y que requerían una “acción social complementaria”. Eva Perón estaba ofreciendo esa acción social en el plano de la nación y “por irradiación de tan hermoso ejemplo de solidaridad humana y de fraternidad cristiana, se instaurará en nuestra provincia la Obra Social Mendoza, cuya piedra básica está ya colocada, con notoria satisfacción y fundadas esperanzas para las clases menos favorecidas por la fortuna”
¿Podía hacer de Evita mendocina una señora como Esmeralda Carabajal? No es tan evidente lo que la esposa del gobernador supo movilizar en el peronismo local e incluso más ampliamente en los sectores populares de la provincia. La amada Evita era un parámetro insoslayable para el ajuste de imágenes peronistas, pero ella podría haber sido algo parecido a una lejana hada milagrosa, mientras que Carabajal podría haber sido perfectamente la Evita terrenal a la que todo el mundo tenía acceso en sede doméstica. Tal vez lo que algunos catalogaron de burda emulación sea algo más interesante de escrutar si se suspenden los estereotipos de género para repensar su lugar en el peronismo local. Desde el principio, la esposa de Brisoli se presentó como una mujer infatigable. Sus tareas cotidianas se publicitaron en la prensa provincial con gran detalle, incluso antes de que su marido asumiese el cargo. Ante distintos requerimientos, ella gestionaba medicinas de difícil acceso, aceleraba internaciones, promovía traslados o financiaba viajes a Buenos Aires para que los enfermos recibieran una atención especializada. Resolvía problemas de la más diversa índole: cómo se trasladarían algunos grupos de boy scouts a su destino vacacional, qué medallitas se otorgaría a los niños bautizados un domingo cualquiera, cómo se gestionaría la edificación de un barrio obrero para un pequeño gremio. Las crónicas de las giras por el interior de la provincia la mostraban madrugando, durmiendo a la intemperie, afectada por las inclemencias del tiempo y las miserias de la gente.