20 de diciembre de 2001: crónica de un día que lo cambió todo
Por Sebastián Cavaro*
A Edgardo Vannucchi y Mariana Renaud
A la memoria de los muertos por la represión del 20/12/2001
Buenos Aires. 20/12/2001. Estallido es la ciudad. El grito sagrado es la ciudad. Territorio quemado es la ciudad. Adrenalina y miedo es la ciudad. Estado de sitio es la ciudad. Territorio en disputa es la ciudad. Bandera argentina es la ciudad. La mano visible del mercado es la ciudad. Parapoliciales es la ciudad. Asesinos uniformados es la ciudad. Los muertos es la ciudad.
3:00. P.M. Lo que arde es la ciudad.
El hormigón de la calle Lima apenas es visible bajo el humo de los gases y de los neumáticos retorciéndose en el fuego. Sobre la 9 de Julio, en cueros, con las remeras mojadas atadas en sus cabezas, como pañuelos palestinos, algunos pibes apedrean a los yuta del gallito.
Buenos Aires en estado de sitio. Un Panky, más parecido a Nina Haggen que a Sid Vicius, grita: Yuta, yuta, yuta hija de puta. Con una remera con el logo de Los Violadores se acerca a pedirnos limones.
El olor en crudo es agudo, penetrante. Va y viene, en oleadas nos recorre. Se nos adhiere al cuerpo. Perdigonazos, humo y los gritos de la revuelta se cuelan por las calles laterales, estallan sobre los edificios.
Entre la épica y el miedo nos juntamos con desconocidos en una esquina a cantar: Qué se vayan todos. Que no quede ni uno solo. Nos miramos, nos reconocemos, son instantes. Todo es muy rápido. Otra vez al ruedo, a correr por la calle Lima en dirección norte.
Los sonidos de la represión y la revuelta cortan el aire. No nos impide escuchar los gritos de un veterano: Hay que violarlos a todos, carajo. A todos…. Apoyados en la pared de falso mármol de un edificio sobre la calle Lima, nos miramos. El hombre se nos acerca, buscando una posible complicidad para tamaño destino de los restos de la democracia representativa.
Sobre la calle Alsina, a unos metros de Lima, un Peugeot 505 plateado, sin patente, estaciona. El vidrio polarizado de la ventanilla trasera está bajo. Se abre la puerta, parecen roperos saliendo de un auto. Rostros disciplinados y sudorosos. Saco gris y anteojos negros para los dos. Pensé que se trataba de cieguitos, dirían Los Twist.
La horda policial se concentra, en formación, sobre la 9 de Julio. Ninguno se baja de la moto. El dispositivo está diseñado para una tarde de purga. Arrancan… Pero algo falla. Arrecian los aplausos y la alegría se enciende en nuestros rostros. Son más de 30 motos de una agrupación del sindicato de motoqueros que taponan la 9 de julio.
Nos adelantamos unos metros por Lima y doblamos por Moreno. Aunque la resaca fantasmal del cotidiano es violentada por el estallido, “el orden de las cosas” es sublevado, lo predecible momentáneamente cancelado, en la calle Salta: marginados aprietan a un oficinista por 2 pesos. Un paseaperros hace imposible la vereda. Carteros sudorosos, deambulan apremiados por vaciar su bolsa. Un veterano que al pasar, murmura: No puede ser. Esto es él desorden. Hay que sacar los tanques…
Un alertador profesional, entusiasta en su metier, nos previene de la inminente llegada de la gendarmería. Su última frase es poderosamente reveladora: Chicos, vayan a su casa.
4: 00. P.M. Autos incendiados, saqueadores corriendo con carritos de supermercados sobre Lima, fotógrafos de trapo húmedo en el rostro, gases trazantes sobre los techos de los colectivos.
Las corridas se prolongan, se expanden en la tarde. La bestia del libremercado necesita sus jueves de sangre.
5:00. P.M. La masacre es la ciudad. Vemos la tele de un bar desde la vereda de la calle Salta. El ojo de la cámara parece clavado en el pavimento de la Avenida de Mayo. Es un segundo donde sólo se ven zapatillas, piernas y pantalones. El cameram corrige. Hace foco en el cadáver de un pibe que yace como ovillado, rodeado de jóvenes de torso desnudo y pupilas desbocadas por los gases y la adrenalina. La cámara se instala sobre los vidrios astillados del HSBC. Los asesinos gatillaron sus armas reglamentarias desde dentro. El pibe tenía 23 años. Era repositor de un supermercado.
7: 30. P.M. Renuncia el presidente Fernando De la Rúa. El que nunca dio la orden…
7: 45. P.M. Un muerto político es trasladado en helicóptero desde el techo de la Casa Rosada. Con destino conocido, el de su rastrera impunidad.
8: 30. P.M. Nos despedimos. Empiezo a caminar hacia mi casa. Ella me espera, es la ciudad.
* Publicada originalmente en Revista Cultura y Política Nº 5/ Mayo 2003. Reescrita en 2021.