Gustavo Molfino: orgánico y clandestino

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Gustavo Molfino: orgánico y clandestino

07 Septiembre 2020

Por Jorge Cornejo | La foto principal es inédita. Gustavo Molfino combatiendo en el ejército sandinista, en Nicaragua

Un joven de diecisiete años se pasea por el aeropuerto de Panamá; hace tiempo para volver a tomar el vuelo de Iberia que lo regresará a Madrid. Tanto de ida como de vuelta, el avión hace escala en Cuba. En el aeropuerto de La Habana, el joven es identificado por un agente cubano que lo lleva a una habitación. Una vez ahí, el agente le pide los microfilms y los microcasettes y le da información o instrucciones. Es el año 1979, y el joven hará este trayecto todos los fines de semanas durante seis meses. Este mismo muchacho también aparece en el Líbano, en un campamento montonero de instrucción, mencionado por el escritor Pablo Robledo en el libro Montoneros y Palestina. Así fue como di con él, pero todavía no tenía un nombre. Hasta que un amigo me sugirió que leyera Fuimos Soldados de Larraquy. Ahí emergió el nombre de ese adolescente que, con documentación falsa y clandestinamente, llevaba información de Madrid a Cuba. Ese joven es hoy un hombre que habla desde el pragmatismo y los ideales revolucionarios. Cada pregunta supone un torrente de información difícil de procesar en unas pocas páginas.

Ese hombre se llama Gustavo Carlos Molfino y nació hace 58 años en la ciudad de Resistencia. Los avatares familiares de un abuelo que decide partir de la provincia de Buenos Aires, para llevarse a toda su tropa, primero a Paraguay y luego al Chaco, decidieron que Gustavo fuera el menor de 6 hermanos y el único que naciera en el Chaco. 

¿Qué lleva a un adolescente a involucrarse con la lucha armada de los 70, cuáles son los parámetros o el contexto que impulsan a alguien a dejar todo por un ideal? Molfino me escucha detrás del teléfono y ante mi primer silencio aclara el panorama.
 

Sí, soy joven. En mi familia eran todos mayores. Mi viejo murió muy joven con treinta y nueve años. Yo tenía un año cuando él muere y mi hermano mayor tenía trece o catorce. Entonces mi casa giró alrededor de mi vieja. Mis hermanos se dividieron entre militantes del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo) y el sindicalismo en el caso de mi hermana Alejandra, pero más allegada al ERP. Y después está mi hermana Marcela, que está desaparecida, compañera de Guillermo Amarilla, también secuestrado, y yo que con el tiempo mi incorporo a Montoneros. Pero los militantes eran todos ellos. Yo palpé todo desde muy chico. Tenía ocho o nueve años y viví no solo las peleas entre PRT y Montoneros o peronismo/antiperonismo, sino también las tres A, los atentados a mi casa. Todo eso lo viví, lo miré. Recuerdo cuando allanaban la sede del diario El Mundo en Resistencia; mi hermano Miguel Ángel era corresponsal del diario. Yo palpé todo eso… Siempre tuve un delirio con la lucha armada. Algo que me fascinaba, yo era muy chico y le decía a mi hermano Miguel Ángel que quería ir a Tucumán. Cosas de la edad, de las que yo vivía, del Che Guevara y toda la historia setentista. No existía otra cosa en mi casa que eso. Por ejemplo, mi hermana Alejandra militaba en Ctera, pero muy allegada a lo que era PRT. Mi hermana Lili también era de la juventud guevarista, ligada al PRT; mi hermano José, muy superficialmente, pero también allegado al PRT. Y por el otro lado estaba mi hermana Marcela ella empezó como PB (Peronismo de Base) y cuando lo conoció a Guillermo Amarilla se pasó a la JP (Juventud Peronista).

(En la foto Gustavo y su madre. Fue tomada en una casa de la organización, en Madrid, año 1979, mientras escribían cartas denunciando la dictadura en Argentina)

El fusil y la tacuara. El comienzo.

A comienzos del 75 la dictadura subterránea de las tres A y los militares cebando las armas hace que la familia Molfino se disperse. La hermana Marcela y su pareja Guillermo Amarilla pasan de Salta a Tucumán, siempre clandestinos. El hermano mayor de Gustavo, Miguel Ángel, si bien ya no milita en el PRT desde el 74, vive semiclandestino en Buenos Aires. La hermana Lili junto con su pareja también reside en Buenos Aires. En el Chaco solo quedan José, y Gustavo junto a su madre. La situación no da para mucho más y Marcela y Guillermo les piden que se muden con ellos a Capital. 

Vivimos en Nazca y Av. Rivadavia. Con todo un régimen híper clandestino. Yo intenté ir al colegio secundario pero sólo fui medio año porque había una persecución muy grande. En las escuelas secundarias en esa época entraban a los colegios y pedían documentos a los chicos en el aula, y cuando veían que alguien titubeaba en dar el domicilio, te esperaban afuera. Yo tenía domicilio en el barrio Montserrat, pero en realidad vivía en Nazca 24. Era un quilombo. Entonces a mediados de año decido dejar el colegio porque ya era insostenible.

En este momento de la charla se pierde la llamada. Mientras busco otra vez el número, voy recogiendo pedazos de un relato compulsivo. Pienso qué hace un adolescente fuera del colegio, viviendo en la semiclandestinidad a los quince años. Con una familia perseguida y militante las opciones se abren como una necesidad recíproca. Me atiende de nuevo y quiero saber, para poder comenzar de una vez, cómo entró a Montoneros.

Llega el momento en que mi hermana y mi cuñado nos aconsejan salir del país y nos vamos para Francia. Mi hermana Alejandra fue detenida en el 76, estuvo un año presa en Devoto y le dieron la opción para salir del país. Ella se va a Francia y entonces ahí decidimos irnos con mi vieja. Nos instalamos en París. Ahí estuvimos un tiempo en el CAIS (Comité Argentino de Información y Solidaridad) que era el centro de los exiliados argentinos en Francia. A mediados del 78 llegan mi hermana Marcela y Guillermo. Al poco tiempo, mi cuñado va a Roma, justo era la etapa del lanzamiento del MPM (Movimiento Peronista Montonero); mi hermana se quedó en París porque estaba embarazada y allí tuvo un hijo. Todo quedaba en familia. Para finales de ese mismo año, en un momento mi hermana me pregunta si me quería incorporar a la organización. No dudé en lo más mínimo. Tampoco recuerdo haberle preguntado a mi vieja si quería o si podía. Imagínate que tenía dieciséis años. Nunca, en ningún momento hubo un planteo de que no fuese así. A partir de ese momento, a principios del 79 me traslado a Madrid. Allí me presentan a la que va a hacer mi responsable política, María Inés Raverta, “Juliana” y me dicen cuál iba a hacer mi tarea específica. Yo me incorporo a una estructura de enlace; enlace entre la conducción nacional y los cuadros intermedios. Mi jefe un poco más superior era Roberto Perdía. Mi tarea fue de las más locas en el sentido de que me enseñaron a confeccionar documentos falsos, DNI, pasaportes, libretas de familia y partidas de nacimiento: todo lo que necesitaba un compañero para trasladarse. Había compañeros con hijos, entonces había que armar el grupo familiar con toda la documentación. También aprendí como llevar la documentación de un país a otro. Estaban los “embutes”, escondites que fabricaba para llevar la documentación. Por ejemplo, desarmaba una caja de música y veía donde podía ir un pasaporte, un DNI o un fajo de dinero sin que obstruyera el mecanismo. En todo ese tiempo yo ya me muevo con documentación falsa. Dejo mi identidad en París y paso a ser orgánico y clandestino. Esto implicaba un montón de cosas. Un costo muy alto para un adolescente. No podía tener relaciones humanas por fuera de la organización. Es decir, si yo conocía a una argentina en la calle no podía hablar, no podía relacionarme. Y con un español lo menos posible. Era vivir una situación muy especial, aceptando esas reglas del juego. Era una cuestión de seguridad básica. Aunque vivíamos en el exterior no dejábamos de ser una estructura clandestina y muy ligada con la conducción nacional de Montoneros. Yo estaba pegado al segundo jefe de Montoneros.
Y así, de repente, un joven casi sin militancia previa, participa como enlace entre las bases y la conducción montonera, una de las organizaciones armadas más poderosas de América Latina. ¿Puede haber una noción real de lo que estaba viviendo? Molfino no duda a este respecto.
Sí. Vamos por parte. Había una cuestión de idealización muy grande desde lo que era mi juventud. Un convencimiento muy grande del lugar que estaba ocupando y una responsabilidad mayúscula. Quizás no tenía idea de la edad que estaba teniendo, por el nivel de responsabilidad que asumía. Pero a su vez las cosas iban in crescendo en cuanto a responsabilidades. Y evidentemente fue así con el paso de los meses. Y digo con el paso de los meses porque yo arranco orgánico en Montoneros a finales del año 78 y comienzos del año 79. Antes yo era un hermano de militantes. Yo asumo la responsabilidad de estar, bancando absolutamente todas las decisiones históricas de la organización. Sabiendo lo que éramos, sabiendo lo que venía y lo que nos jugábamos también.

Ligas Agrarias. Salvar a los compañeros

Después de tres años de dictadura, en el 79, los asesinatos y las desapariciones eran moneda corriente en la Argentina. Diversas organizaciones se hacían eco de esta situación, algunas pocas lo denunciaban. Mencionamos a la Comisión Interamericana de los Derecho Humanos (CIDH), que es una de las organizaciones que cuenta con material suficiente para denunciar internacionalmente lo que estaba sucediendo. Las persecuciones a militantes eran cada vez más certeras y encarnizadas. En este contexto un grupo de militantes de Ligas Agrarias pudieron esconderse durante meses en el monte chaqueño y luego escaparon a Buenos Aires. Pero no era suficiente para salvarlos, necesitaban documentos, pasajes y dinero para salir de la Argentina. Sobre esta situación, Molfino cuenta: 

Osvaldo Lovey, uno de los máximos responsables de Ligas Agrarias, le pide al pelado (Perdía) si yo podía ingresar a la Argentina para sacar a los compañeros. Es decir, venir clandestino, buscarlos y hacerles toda la documentación para que estos compañeros lograran salir del país. Me plantean la situación y yo digo que sí. En principio no lo dudé. Después… Era venir al epicentro de la persecución de la dictadura.
A pesar de todo dije que sí. Preparé el viaje, la valija de documentación, todo. Esa valija era de cuero y la fabricaban en México los compañeros. Tenía doble fondo y en las paredes había pasaportes, DNI y partidas de nacimientos en blanco. Había sellos de goma en blanco y todo lo necesario para armar la documentación y las cartillas sobre cómo hacerlo. Y en una patineta, en una parte del mecanismo de las ruedas, que tenía un resorte, ahí venía adentro, escondido, un sello metálico. Este sello metálico se ponía entre la foto y el papel, se apretaba con una pinza y quedaba marcado sobre relieve el pasaporte. Estaba todo listo, tenía la documentación y el presupuesto suficiente para los pasajes, y para la salida de los compañeros. 

Recuerdo que hice un vuelo Madrid-Río de Janeiro. En Río hago otro vuelo a San Pablo y acá cambio de identidad, rompo el pasaporte y desde ese momento tengo otra identidad. Luego me tomo un vuelo a Asunción (Paraguay) y allí evalúo sacar un pasaje para entrar a la Argentina por Clorinda, por la empresa La Internacional. El viaje era desde Asunción hasta Formosa. Recuerdo que saqué el pasaje y en un momento titubeé, y tuve mucho miedo de entrar. Desisto de la entrada, digo: “no me banco entrar, vuelo a Madrid”. Recuerdo esa noche en Asunción. Caminé, fui a cenar y dormí pensando que a la vuelta de mi viaje iban a salir muchos compañeros y compañeras con sus hijos. Entonces primó la necesidad de rescatar a estos compañeros. Al otro día, a las seis de la tarde, subí al colectivo y regresé a la Argentina. En Buenos Aires hice todo lo que tenía que hacer. En ese viaje no solo estuve con los compañeros de Ligas Agrarias, tuve una cita con un compañero que también era chaqueño que tiempo después desaparece en la contraofensiva. También vi a mi hermana Marcela y a mi cuñado Guillermo Amarilla que ya estaban viviendo en el país, clandestinos, en el marco de la contraofensiva. Ellos sabían que venía alguien desde Madrid con cosas para ellos. Les dijeron “va Benjamín” y cuando mi hermana me ve en la cita casi se muere de alegría. Estuvimos un rato, me acuerdo patente. Paseamos, ella estaba con su hijo mayor, Mauricio, que tenía tres años. Yo le pedí luego para hablar, más políticamente con Guillermo, y me dio una cita al otro día cerca de la Facultad de Medicina. Nos juntamos en un barcito lleno de estudiantes. Para mí era todo como vivir una gran película en tiempo real. Y sabiendo, claramente, los riesgos que corríamos, pero con todos los sentidos en eso. 


Beirut. Las peores noticias

Luego del operativo con Ligas Agrarias, Molfino regresa a Madrid. Allí sigue el decurso de los acontecimientos. Tiene que completar la formación militante, siempre en el contexto de la contraofensiva. Sus compañeros de Ligas Agrarias deben viajar al Líbano. Ahora, él también forma parte de este grupo. Le pregunto cómo vivió la rigidez y la disciplina de la preparación militar:

Al Líbano llegué con diecisiete años y cumplí los dieciocho en Beirut. En cuanto a la rigidez, ya tenía algo de experiencia por la vida clandestina que llevábamos con mi vieja cuando vivíamos en Nazca y Rivadavia, a mis catorce años. Vivíamos en una casa clandestina donde había armas cortas y granadas y si venía la patota sabíamos qué tenía hacer cada uno. Cuando paso a trabajar en la estructura de comunicaciones en Madrid teníamos un régimen híper estricto. En el Líbano, sacando a Quique Lovey, no sabían ni siquiera mi nombre legal. Yo pasé a ser Facundo un día y fui Facundo. Él lo sabía por un acercamiento familiar. Incluso cuando estábamos en Beirut, el 19 de octubre nos llega un télex contando que habían secuestrado a una pareja de compañeros. Quique Lovey, que nos solía juntar en unas de las carpas entre las plantaciones de naranjas, comienza a decir algo que mi impactó. Nos cuenta del secuestro de esos compañeros, que son muy allegados a nosotros y me miró. Pensé: es mi hermana y mi cuñado. En ese momento nadie sabía quién era yo y me la tuve que morfar. Me callé la boca. Al día siguiente hablamos con Lovey y me contó algunos detalles. De todos modos, ya veníamos de varias caídas en septiembre. Las primeras caídas fueron las de Croatto y Mendizábal. Ya veníamos de una situación complicada. Eran golpes que uno recibía, pero a su vez te endurecían. También los sentías y tenías ganas de llorar, pasaban mil cosas. Patente recuerdo que siguió la actividad normal en Beirut, luego llego a Madrid y me estaba esperando mi vieja. Me abrazó y nos pusimos a llorar, fue la primera vez que lloré.

Contraofensiva y Lima

En Italia, en 1978, se lanza el Movimiento Peronista Montonero (MPM). A partir de ese momento, la conducción define que hay que lanzar al año siguiente una contraofensiva completa contra la dictadura militar para acelerar su retiro del gobierno. Ese fue el objetivo de la contraofensiva. Molfino termina una idea comenzada al inicio de la llamada telefónica. Porfío sobre qué fue la contraofensiva y sí la instrucción militar en el Líbano se ceñía solo al objetivo de entrar a la Argentina. Contraofensiva no fueron solo los que entraban a hacer operaciones, ya sea militares o de interferencias de radios, sino que se ponía a toda la organización Montoneros en función de una nueva categorización de la etapa. Entonces estábamos involucrados desde los que venían a hacer interferencias, las Tropas Especiales de Infantería (TEI) y hasta los que venían para realizar tareas políticas —como el caso de mi cuñado y mi hermana— o como mí caso que era “correo” internacional o dentro del Argentina. Todos estábamos dentro de la contraofensiva.

Una de mis últimas tareas en Montoneros fue el viaje a Perú en enero del año 80. Me convoca mi jefe, María Inés (Raverta). Tenía que armar una base en un país latinoamericano. ¿Por qué? Con el tiempo me entero que en Lima iba a haber una reunión de la conducción de Montoneros con compañeros que venían de Centroamérica, Panamá y México que llegaban a Lima y desde allí viajaban para la Argentina. Y también compañeros que salían de Argentina hasta Lima y volvían a regresar al país. Todo esto en el marco de la contraofensiva. Todos los compañeros que venían para Lima recibían instrucciones, pasaportes nuevos y dinero. Una de las cosas que yo hacía en Lima era eso, armar los embutes de los compañeros. Todos los compañeros que aceptamos, en ese momento, la nueva etapa de Montoneros, la contraofensiva del 79, estábamos en función de esa nueva etapa. Es importante aclarar esto. Porque, incluso, se da en el juicio y lo declaro. Toda la organización estaba en función de la contraofensiva, cada cual en su tarea. Lo del Líbano era para eso, para completar mi formación, alucinantemente buena. Hacías un curso militar y otro curso político. El curso político, en mi caso, lo hice en Madrid. También nos enseñaron a realizar interferencias con el uso de transmisores. Era lo que se llamaba cuadros integrales, tenías que tener nociones militares y técnicas. Es decir, tenías que estar donde la organización te necesitara. Cuando mi incorporo en el 79 ni se me ocurría que me iban a decir que tenía que ingresar a la Argentina a rescatar a unos compañeros. Nadie me dijo vos vas a estar solo para esto. Se hizo eso, me lo plantearon y yo dije que sí, como también podría haber dicho que no. Esto está clarísimo.

La historia de los Molfino es la historia de la militancia en la Argentina, en el sentido más justo de la palabra. A Lima, tres meses después del ingreso de Molfino llega su madre, Noemí Esther Gianetti de Molfino quien ya era enormemente conocida, por su militancia en la denuncia a la dictadura militar. En uno de los operativos gestado por el Batallón 601, la patota irrumpe en la casa donde se hospedaban y secuestran a Noemí. Luego será llevada hasta Madrid donde finalmente es asesinada. En ese mismo operativo fue secuestrada, la responsable inmediata de Molfino, la teniente montonera María Inés Raverta, Juliana.

Ejército Sandinista. Vuelta de la democracia en Argentina

Después de Lima y todos los secuestros y asesinatos, regresé a Madrid. En toda la etapa de investigación del asesinato de mi vieja, la dictadura militar presionaba mucho al gobierno español, y por supuesto nos presionaban a nosotros. En la casa que teníamos, había algo así como una casa pública, y allí sufrí muchos hostigamientos. Entonces los compañeros me aconsejan que ya es hora de dejar Madrid, que podía ir para Cuba o Nicaragua. Yo decido Nicaragua, me llamaba la atención la revolución incipiente y la propuesta era interesante. Me traslado a Nicaragua a principios del 81 para incorporarme al Ejército Sandinista. Participé en el área de inteligencia y luego me trasladé a la frontera con Honduras. Estuve un año. Luego llegué a Managua y me quedé otro año más para regresar finalmente a Madrid hasta el retorno de la democracia.

En diciembre del 83 Gustavo Molfino se acerca hasta la embajada Argentina en Madrid y pide su pasaporte. Pero fue recién a mediados del 84 que el gobierno de Alfonsín lo habilita a regresar al país. En ese momento Molfino tiene veintidós años. En el año 89 ingresa a trabajar en prensa para el bloque justicialista. Y recién en 2007 arranca como fotógrafo, oficio que ya venía ejerciendo desde chico, con una camarita Kodak Fiesta en su niñez y una Zenit de la URSS en su adolescencia. Este militante incansable que durante los peores años del terrorismo de estado confeccionaba salvoconductos para sus compañeros se impuso una nueva tarea con la llegada de la democracia y de los juicios a los genocidas. 

Siempre veía que en muchos de los juicios se hacían fotos a los familiares, a los compañeros, pero siempre dije que faltaban primeros planos de los genocidas. Porque hasta ahora se conocían las caras de los más conocidos, Videla, Masera, Astiz, el tigre Acosta. Pero de estos tipos que fueron operativos y ejecutores de las órdenes no había mucho. Entonces dije voy a comenzar a hacer un registro. Esta decisión fue la pesadilla de muchos genocidas sueltos que violaban su prisión domiciliaria. El primer fotografiado, y quizás el caso más emblemático, fue Jorge Gerónimo Capitán, acusado por crímenes de lesa humanidad durante el Operativo Independencia, a quien se le revocó la prisión domiciliaria después de que se constatara, gracias a las fotos, que el genocida daba largas caminatas. Después de este caso vinieron otros. Molfino intercala su trabajo como fotógrafo del Congreso de la Nación con el de fotógrafo de genocidas. 

La causa contraofensiva

Gustavo Molfino ingresa a Montoneros cuando se ya se había definido la caracterización de una nueva etapa. Se estima que alrededor de 95 militantes montoneros, que participaron de esta nueva etapa, sufrieron secuestros, torturas y asesinatos. Y con el advenimiento de la democracia la contraofensiva se transformó en una causa judicial que busca juzgar a los genocidas y poner luz sobre esa etapa, silenciada y demonizada muchas veces. En qué etapa se encuentra hoy los juicios de la causa Contraofensiva. 

Lleva más de un año y medio de juicio. Todo el año pasado tuvimos audiencia toda la semana. Este año arrancamos con audiencias semanales hasta que llegó la pandemia. Algunos de los testigos fueron a declarar, otros desde las provincias lo hicieron por video conferencia. Estamos en la última etapa de los últimos testigos, ya sean nuestros -pueden ser especialistas de inteligencia en archivos o especialista en desclasificado de archivos de los Estados Unidos. Nosotros durante ocho años estuvimos estudiando toda la documentación que nos venía llegando sobre contraofensiva, desde lo desclasificado de archivos de inteligencia de los Estados Unidos hasta archivos propios de la Argentina, que había que descifrarlos.

Quedan cuatro testigos en total, luego el alegato de la fiscal y de nuestros abogados, Pablo Llonto, por ejemplo. Después los alegatos de la Secretaría de los Derechos Humanos de la Nación y los DDHH de Provincia. Después de todo eso viene la sentencia. Se estima que la sentencia podría llegar en febrero o marzo del año que viene (2021). 

Algunas cosas para destacar del juicio. Se logró poner a nuestros familiares/compañeros desaparecidos de la contraofensiva en el lugar de la historia que se merecen. En tanto fueron militantes en busca de la liberación nacional. Esto para nosotros es muy importante. Y sacar el demonio de lo que siempre se pensó de la contraofensiva.


Un nieto recuperado es un sueño de la revolución

Molfino cuenta que sobre el asesinato de su hermana Marcela, le llegaron dos versiones. Una que había muerto en combate. Otra, muchos años después, en el 2010, y a través de una compañera que sobrevivió a Campo de Mayo, que sostenía que su hermana fue llevada herida y que la sobrevivieron hasta que Marcela dio a luz a su hijo. ¿Qué pasó? En el 2007 se acerca un pibe a Abuelas de Plaza de Mayo que tenía dudas sobre su identidad. Tenía un indicio casi irrefutable: vivía con una persona que había pertenecido el Batallón 601. Dejó una muestra de sangre, pero no había con quien cotejarla hasta que en el 2010 aparece una sobreviviente de Campo de Mayo y cuenta que Marcela Molfino estaba embarazada cuando la secuestraron. Las Abuelas llaman a los hermanos Molfino, quienes dejaron sangre para su análisis y el resultado fue la recuperación de identidad de Guillermo Amarilla Molfino, hijo de Marcela Molfino y Guillermo Amarilla. Una sensación inmensamente emotiva me dice Gustavo recordando ese día.

Después de una hora y media de charla telefónica las preguntas se mezclan con las afirmaciones. La voz de Molfino se expande cuando habla sobre idealismo y revolución, antes y ahora.
En mi mezcla de adolescente e idealista —aunque creo que a todos nos atravesó el idealismo, de lo contrario los compañeros no hubiesen hecho lo que hicieron—, el idealismo estaba trazado por la mitad por una dictadura militar feroz. Y uno sabía que se enfrentaba a eso. Un poco la experiencia de Nicaragua fue para mí vivir ese ideal. Los primeros años de la revolución nicaragüense era eso. La revolución cubana también estaba en nuestra cabeza y la vida del Che me marcó mucho. En otra entrevista cuento que mi hermana, Liliana, cuando yo tenía ocho años, en Resistencia, a la luz de una vela, me venía a leer la vida del Che. Para mí era el ideal de persona y de hombre revolucionario. Eso queda y está en uno. Después a mí me atravesó lo que le sucedió a mitad de mi familia. La vieja, mi hermana, mi cuñado y ni hablar de todos los compañeros que conocí y que ya no están. No es que conocí pocos, conocí muchos de los compañeros de la contraofensiva y hoy no están. Pero también hay otras alegrías como la aparición de mi sobrino, o que cada tanto te encontrás con algún compañero que ni sabías que estaba vivo y de golpe te llega algún mensaje. Eso es encontrarte con parte de tu historia, con parte de tu familia. 

Quiero un mejor país; hoy la cosa para por otro lado. Pero lo que sí pido es que los juicios de lesa humanidad sean más rápidos, que los genocidas no se mueran y vayan en cana, que vayan presos y que no sean domiciliarias. Pasa por ahí hoy, por juicio y castigo. Que se reconozca la militancia, en la larga lucha por la liberación nacional, de todos los compañeros montoneros caídos en busca de una patria libre, justa y soberana.

(Foto tomada por Gaspar Galazzi)