Infancia y peronismo: Ningún niño será ilegítimo
El peronismo transformó radicalmente las estructuras de la sociedad argentina, de una vez y para siempre. Hay una memoria histórica, una memoria política y una sentimental que une el peronismo a las clases populares. Hay una vida antes y después del peronismo en este país.
La ampliación de derechos y de ciudadanía que instituyeron los gobiernos peronistas también es una historia en clave de género. Ciertamente, algunos hechos cobraron mayor visibilidad por su propia densidad política como el sufragio femenino, por ejemplo. Sin embargo, se debe destacar que esta inmensa transformación en las condiciones de vida fue posible mediante una arquitectura de normas, leyes y políticas, que reconfiguraron el tejido social.
En este sentido, la superación del estigma y de la discriminación oficial por ser “hijo ilegítimo” es otro hecho de Justicia Social promovido por el peronismo. La sanción de la ley 14.367 sentó las bases para que se concretara la igualación ante la ley de todas y todos los hijos nacidos en este país, dentro o fuera del matrimonio.
Se trata de una página más en la historia de los Derechos de las niñas y niños, pero también de las mujeres y la igualdad de género ¿Por qué?
Pues, tal como lo señalan las investigaciones académicas que estudian la época, el problema de los nacimientos “ilegítimos” ya era una preocupación en los años previos al peronismo. La investigadora Isabella Cosse afirma lo siguiente: “en 1939 uno de cada tres niños nacidos en la Argentina era ilegítimo, fecha en que la proporción alcanzó su punto más elevado desde principios de siglo. Un llamado de alerta se publicó en las páginas de La Nación”.
La investigadora analiza las estudios que abordaron los nacimientos ilegítimos donde se destacan las posturas de Alejandro Bunge y Gino Germani. Concepciones en las que no nos detendremos pero es necesario saber que se trata de líneas argumentativas que dieron cuenta de la problemática marcando la diferencia existente entre los sectores urbanos y rurales, medios y populares, pero no contemplaron el nacimiento de los hijos ilegítimos como un problema provocado por la desigualdad social. Hizo falta la llegada del peronismo para que tal cosa sucediera.
“Ella es bastarda”, escribió José Pablo Feinmann sobre Eva Perón, “su padre, que se llama Juan como su único hermano, es una presencia fugaz que sólo pareciera tener el destino de embarazar a su madre. Son cinco los hijos que le entrega, que le abandona. Se muere en medio de su familia legal y Eva siente el rechazo de los legítimos cuando su madre los lleva al entierro. Ahí, más que nunca, o quizá por vez definitiva, sabe que la bastardía es su destino. No tiene linaje. No tiene nada detrás. Ningún derecho la respalda. Deberá hacerse a sí misma, inventarse como el bastardo sartreano”.
El estigma de los hijos ilegítimos inundaba las familias, las infancias, las relaciones, las personas de las clases populares. Evita misma lo era, lo había sufrido, quizás por eso mismo supo que sólo desde la acción política concreta esa realidad se podía transformar.
Como se sabe desde la Fundación Eva Perón se realizaron obras para la infancia, la ancianidad y las mujeres. Se crearon Hogares de Tránsito para las madres solas con hijos; Hogares Escuela, trenes sanitarios para atender a niñas y niños de las provincias más pobres y se pensó en la profesionalización de las jóvenes de los sectores populares creando la Escuela de Enfermería.
Y como hecho político fundamental se conformó el Partido Peronista Femenino que posibilitó las primeras presencias femeninas en el Congreso de la Nación. Diputadas y senadoras surgidas de todos los lugares de la patria ocuparon bancas y comenzaron a votar leyes históricas como la Ley 14.367 de equiparación de hijos legítimos e ilegítimos.
Los discursos de algunas de ella han sido recuperados en una investigación que analiza la sanción de la Ley realizada por Paula Valle de Bethencourt.
Por ejemplo, la senadora Susana Correche que expresaba lo siguiente: “La legislación vigente apoya a las familias pudientes, y el hombre, protegido injustamente por las disposiciones que prohíben la investigación de la paternidad, tiene un hijo con una mujer, indefensa o no, culpable o no, y luego la abandona a su suerte. […] Es esta una ley eminentemente moral. Los padres, sabiendo que los hijos pueden promover una investigación de la paternidad, los reconocerán por amor, por cariño y – ¿por qué no decirlo? – por temor a la ley”.
Cabe decir, que contra la sanción de la ley se expresaron tanto el partido radical, como conservadores y la Iglesia. Cada sector con distintas argumentaciones. Los primeros, se manifestaban en contra aludiendo una cuestión de formas y modos en su tratamiento, consideraron que una ley tan importante no podía ser sancionada en modo veloz, sino que requería más tiempo de análisis y discusión. Intentaban demorar su sanción, dado que la misma se estaba discutiendo los últimos días del período ordinario de 1954.
En cambio, el conservadurismo aludía directamente que se trataba de un ataque a la familia nuclear, cristiana, etc. La relación del peronismo con la Iglesia hasta el momento había sido ambivalente. Sin embargo, como lo demuestra la historia, ya para esos años comienza a configurarse una separación. La Iglesia consideró a la ley una invasión en las cuestiones privadas de las familias y la Corporación de Abogados Católicos comunicó su desacuerdo al presidente Perón, con la intención de que no la promulgara.
En estas arenas debieron argumentar y moverse las y los legisladores peronistas dejando en claro que también respetaban la familia y la moral y los principios cristianos pero que se trataba de atender de modo urgente un problema de injusticia. En este sentido, Bethencourt rescata las palabras del diputado Osella que afirmaba que la ley debía salir de modo urgente en beneficio de los niños abandonados y menospreciados pues con la sanción de la ley se conseguiría hacer a los niños más felices y “los únicos privilegiados de la patria”.
Como dice Bethencourt el peronismo buscaba el equilibrio entre la protección de la familia, consagrada en la Constitución del ’49 y desde el dogma católico; pero también perseguía la protección de los más débiles y fue hacia allí donde más inclinaron la defensa de la sanción de la ley.
Y así será que en estas palabras de la diputada Macri se expresa con vigor los principios de la doctrina justicialista: “ Yo he visto muchas veces […] el doloroso espectáculo de niños pospuestos, suprimidos de determinados círculos, por la sola razón de ser considerados, desde el punto de vista jurídico, como hijos ilegítimos, ya que desde el punto de vista natural los hijos, cualesquiera sean las formas legales de su nacimiento, son siempre hijos […] serán hijos todos, los unos y los otros, como todos somos seres humanos, los buenos y los malos, los inteligentes y los defectuosos”.
Finalmente, la Ley 14.367 de equiparación de hijos fue promulgada el 11 de octubre de 1954. Quedaba establecida la supresión de la discriminación oficial entre hijos legítimos e ilegítimos (naturales, adulterinos, incestuosos) y le otorgaba a los hijos extramatrimoniales el derecho a demandar paternidad, herencia, etc. Sin embargo, por las características de la época y las discusiones con los sectores conservadores la equiparación no fue total, sino parcial. En principio, se suprimió la denominación de “ilegítimos” pero se transformó la distinción a “hijos matrimoniales y extramatrimoniales”, y por ejemplo los hijos nacidos fuera del matrimonio sólo tenían derecho a reclamar la mitad de la herencia que les correspondía a un hijo nacido dentro del matrimonio, entre otras cuestiones.
Sin embargo, de este modo quedaron sentadas las bases que permitieron erradicar el estigma de “hijo ilegítimo” para que el cambio cultural se siguiera produciendo y décadas más tarde se consiguiera la igualdad total de las y los hijos ante la ley.