La esquina del barrio
Por Mariano Molina
Un rincón de la ciudad de Buenos Aires. Tierra de trabajadoras y trabajadores. Una esquina. Un club de barrio, como tantos otros, pero diferente. La romántica idea que alguna vez se expresó en “Luna de Avellaneda” de la mano de un pseudo intelectual macrista, aquí no es ficción. Con todas las contradicciones que lleva la vida, en este lugar hay un club y hay niños y niñas (y no tanto) que acceden a decenas de actividades deportivas y culturales. Todas gratuitas.
No importa la fecha. Puede ser agosto, septiembre, octubre… Desde hace diecisiete años se festeja el día del niño y la niña y está todo dicho.
Un rato antes del mediodía ya empezó a funcionar una suerte de parque de diversiones que se montó en la calle. Para poder participar las niñas y niños deben acreditar una pulsera de color que los identifica por edad, pero que además habilita a ser parte del sorteo y reparto de regalos cuando finalice la jornada.
Mientras se forman colas para acceder a los juegos, las banderas verdes y negras cruzan las calles, mezcladas con muchas otras de colores. Hay quién busca selfies con el payaso conductor del evento, mientras las figuras de Mafalda y Miguelito se mezclan con alguien vestido de Mickey o un animador en zancos. Desde el escenario se puede escuchar cumbia, rock, los locales Andando Descalzo, Miss Bolivia, Carlos Vives y hasta la versión bossa de la marcha peronista. En un camión brillan las bicicletas y juguetes que serán parte del esperado cierre.
Un niño se pierde y llora desconsolado. Desde el escenario se apaga por un instante la música. Se convoca a la familia y el asunto se resuelve rápidamente. Por el micrófono se deja en claro que “acá no se pierde nadie, acá estamos todos. El único que no puede encontrarse con su familia se llama Santiago Maldonado y lo estamos buscando”.
Algunos rostros que habitan la jornada llevan la impronta de nuestras provincias, los países limítrofes y -también- ciertos prejuicios. En otros ámbitos serían observados con detalle. Aquí no hay posibilidad de eso.
Pasado el mediodía siguen llegando familias. La música de los almuerzos de la señora, en versión cumbia, organiza la comida. Las niñas y niños arman grandes rondas sentados en el piso. Un enorme equipo de parrilleros, mozos y ayudantes comienza la tarea. Hasta hace poco también eran niños y ahora habitan el barrio con hijos, hijas, nietos o nietas. Son los mismos que cada fin de semana sufren o se alegran en el estadio que está a sus espaldas. La jornada se toma una pausa. Todos y todas almuerzan. Luego seguirán las actividades hasta la hora de la merienda. Para el cierre, este año, habrá cumbia.
Hay más de cien personas responsables. Se identifican claramente con una remera que lleva el logo de la jornada y en la espalda dice “ORGANIZACIÓN”. Aunque si se lee en detalle, con letras más pequeñas se forma la frase “La ORGANIZACIÓN vence al tiempo”.
El núcleo militante que recuperó el club, en plena crisis social e institucional del país, no oculta la identidad. Se la reivindica desde siempre. Viene desde muy lejos. Y esto no significa cerrar puertas. A nadie se le pide identificación ideológica ni nada similar. Lo que es para todas y todos se ejerce con una radicalidad difícil de comprender para cierto dogmatismo.
En los tiempos de políticas públicas inclusivas había mucho para compartir. Ahora cuesta un poco más conseguir las cosas. Igualmente, al finalizar la jornada, ninguna niña o niño, de los más de mil quinientos que participaron, se va con las manos vacías. Los diversos barrios dentro del barrio esperan. La vida seguirá rodando.
Las coordenadas son el triángulo que forman las calles Carhué, Laferrere y Cárdenas. Un enorme monumento de Perón saluda y bendice la jornada. El barrio es Mataderos. El Club se llama Cárdenas. Es en este rincón de la ciudad que, año tras año, los únicos privilegiados son los niños y niñas. La experiencia se vive sin metáforas ni eufemismos. Sólo tienen que acercarse, porque difícilmente la cuenten desde las corporaciones de medios y los modos hegemónicos de la comunicación. Acá no hay caridad, no hay lástima ni beneficencia. En esa esquina del barrio hay una comunidad que se organiza para ejercer derechos. Y lo hace con una fortaleza y convicción que se encuentra en pocos lugares de una ciudad que -mientras tanto- decide seguir mirando a otro lado...