No nos va a salvar Elon Musk
Por Rodrigo Lugones
En el año 2000 en un apartado de su súper best-seller: No Logo, Naomi Klein se preguntaba, irónicamente, si el bueno de Bill Gates (y con él los millonarios del nuevo milenio que escupió de sus garajes Silicon Valley) iban a salvar el destino de la humanidad.
Lo que seguía, era una explicación pormenorizada de cómo el sueño digital norteamericano era la instrumentación de un plan masivo de contratación fraudulenta, tercerización, y legislaciones laborales de alta flexibilidad para las corporaciones. En suma: la idea de que los nuevos ricos tech iban a salvar al mundo era propaganda capitalista de la más mentirosa.
En su ¿novela? de ciencia ficción “Expreso Nova”, William Burroughs denuncia la “Conspiración Nova”, encarnada en una conjura de grandes monopolios, corporaciones, gobiernos de la tierra y millonarios, que han secado el planeta tierra. Este está a punto de estallar por los aires como una supernova, para convertirse en una leyenda de la galaxia. Una fabulosa explosión estelar, pergeñada por quienes dirigen el avance de la técnica y la ciencia: donde sólo los privilegiados dueños del mundo emigrarán a Marte, y comenzarán el denominado “Imperialismo Espacial” (cualquier semejanza con los planes de SpaceX, la empresa de Elon Musk, no es coincidencia).
La novela inspiró a un joven Ricardo Cohen, más conocido como Rocambole, quien escribió una canción titulada, justamente, “Imperialismo Espacial”. Basándose en algunas líneas del comisionado de las alcantarillas, autor del Almuerzo Desnudo. La canción era interpretada tanto por La Cofradía de la Flor Solar, como por Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, dos de las más icónicas bandas de La Plata.
Tal como lo señalan José Cornejo y Leandro Andrini en un reciente artículo publicado en Télam, el problema en el que nos sumerge Elon Musk es absolutamente contemporáneo: la pretendida salvación del capitalismo a través de la “vía tecno-espacial”.
Musk expresa la llegada acabada del post-fordismo. El capitalismo de plataformas, tanto como la etapa del capitalismo biocognitivo, del que gusta hablar, acertadamente, cierto pensamiento post-deleuzeano. Se trata de los últimos 40 años de desarrollo económico, social, cultural y político del sistema-mundo actualmente vigente. La fase neo-liberal y biotecnológica, de un capitalismo financiarizado, dominado por la técnica y la ciencia. Un capitalismo de lo post-humano, donde la ciencia ficción es puro realismo aterrador.
El resultado no necesario, pero sí real del proceso que va desde Bretton Woods, la crisis económica del 75, la caída del Muro de Berlín, la crisis de las punto com en 2000, y la caída de Lehman Brothers, hasta la actual crisis del Covid-19. Una sumatoria de espirales descendentes de degradación y degeneración donde la producción de la desigualdad crece al ritmo inversamente proporcional en que crece el sistema financiero. Donde la exclusión de la producción y el trabajo genera nuevos sujetos sociales expulsados de toda dignidad. Donde el desarrollo de software y plataformas comunes, no sirven al bien común, sino que son puestas al servicio de la creación de un precariado (un proletariado mundial arrebatado de legislaciones laborales básicas), entre otras cyber-aberraciones.
Así vemos expresada, en su forma más bestial y acabada, aquella vieja ley del desarrollo desigual y combinado; sorprendentes tecnologías que nos pueden llevar a un salto civilizatorio sin precedentes conviven con la exclusión más radical, la africanización y la desimbolización subjetiva a la que empuja éste capitalismo que agrede la salud mental para sostener su entrópica condición actual.
En palabras de Andrea Fumagalli: “La creación de valor se basa principalmente en el proceso de expropiación del general intellect para fines de acumulación privada”. Es decir que la inteligencia colectiva, es apropiada y usada para la acumulación privada de un pequeño porcentaje de la población.
Sin embargo la contradicción político económica contemporánea parece ser “Estado Regulador” Vs. “Estado Neo-Liberal”. Por tanto, capitalismo financiero o capitalismo productivo. Esa contradicción es algo falsa, y sólo aplica en términos políticos parciales en cuanto a administraciones de Estado más o menos progresistas, más o menos neo-liberales. Lo cual nos tiene que importar, desde luego, ya que no todo es lo mismo.
El problema de ésta parcial falsa contradicción es que no deja de olvidar que tanto un tipo de modelo capitalista, como el otro, están íntimamente relacionados. Y, lo que es peor, que la actual fase de desarrollo del capitalismo no sólo nos lleva al proceso anteriormente descripto, sino que, para sostenerse, políticamente metamorfosea en variantes neo-fascistas que están al acecho y recorren el mundo (Stephen Kevin Bannon es uno de sus principales operadores).
El referente del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, Eduardo Murúa, suele hablar de “socialismo degradado” cuando tiene que describir, a grandes rasgos, el momento actual del capitalismo global. Lo que quiere decir es que no hay nada más socializado que el sistema financiero internacional. Para asistir a su explicación con un ejemplo siempre argumenta que Blackrock (el mayor fondo buitre del planeta) es el presunto poseedor de una suma de dinero que equivale a los PBI de Alemania y Francia juntos: “Quisiera ver si pueden ir a retirar por ventanilla esos dos PBI juntos. Lo que tienen, en realidad, son papeles que dicen que tienen esa suma”, plantea.
Un fondo común, recordemos, se compone de la contribución de muchos aportantes (países en éste caso), que constituyen esa comunidad. Esos “papeles” son vales de deudas que compran a bajo costo para luego cobrarlas varias veces por encima de su precio. Ésta es, ni más ni menos, la ficción financiera de la degradación de lo común.
El problema, otra vez, es que la toma de ganancia no está socializada, sino que la apropiación es realizada por un pequeño sector social mundial mega-poderoso.
A los efectos de que ésta apropiación sobre lo común se consume, no sólo se construye una telaraña jurídica, sino también una retórica propagandística de lo común, donde los grandes avances tecnológicos posibles por la “gran generosidad humanista” de nuestros nuevos ricos de Sillicon Valley serían logros que todos y todas podremos disfrutar.
Un ejemplo sencillo para ilustrar este mecanismo es la idea de las “plataformas comunitarias”, donde, a priori, todos podríamos disfrutar de beneficios que nos brinda la tecnología: acortar tiempo, obtener productos a bajo costo sin movernos de nuestras casas, evitar la “compleja” inter relación humana, etc. Cuando uno corre todo el romanticismo construido por el relato de las nuevas tecnologías, encuentra formas hiper-tecnologizadas de relaciones de trabajo pre-capitalistas. En Argentina, por supuesto, formas de contratación laboral pre-peronistas.
Unos años atrás, en la academia se produjo una discusión sobre el proceso de robotización o automatización. Muchos papers decían que no había tal "robotización en marcha", sino que nos encontrábamos frente a la "uberización de la economía".
Uber, en teoría, demostraba que el capitalismo no iba a reemplazar humanos con robots, sino que iba a precarizarlos con sofisticadas tecnologías del yo (el anteriormente denominado capitalismo de plataformas).
El tiempo solo demostró que la “uberización” es la primera fase de un mundo para pocos y pocas, donde la exclusión a manos de la tecnología (que debería ser de uso y goce colectivo para garantizar mejores condiciones de vida comunes) comienza a volverse el paradigma que rige la “nueva normalidad global”.
En algunos estados de Estados Unidos, Uber utiliza unidades no tripuladas. Situación que enfrentó a la marca con complicaciones judiciales por accidentes letales. La compañía Tesla, del epítome del capitalismo contemporáneo, Elon Musk, diseña autos no tripulados. Es decir, autos que se manejan por sí mismos.
Otro gigante contemporáneo como Amazon realiza traslados desde su centro logístico con drones desde hace años.
Lo que entendemos, entonces, es que la "uberización" es el programa de transición a la automatización anunciada por Marx en 1857. Como vemos, estamos en las puertas de un salto civilizatorio sin precedentes. La contradicción real, pasa a ser entonces:
O avanzamos hacia un distópico mundo de expulsión social masiva, atroz y post-democrático. O logramos que la humanidad toda pueda gozar de todas las fiestas del mañana que nos prometen las tecnologías que, como especie, hemos desarrollado, gracias al trabajo colectivo (tanto intelectual como manual), para vivir en un mundo donde la desigualdad sea un mal sueño del pasado, ideado por minorías que viven a costa de mayorías.
Frente a esta situación, se yerguen algunas preguntas:
¿Cuál es el mundo del futuro al que nos invitan a participar los titanes tech? Al parecer Google, Amazon, Elon Musk y otros tantos tienen ya garantizadas todas sus fiestas del mañana.
¿Serán así las “ensoñaciones de un mundo conectado” que describió Herzog en su genial documental de 2016?
¿La máquina de qué Dios nos tiene preparado el zeitgeist de ésta época? Las respuestas no parecen ser muy diferentes a las que nos devolvió Naomi, cuando el milenio estaba naciendo.
Nos arriesgamos a proponer algunas ideas:
El programa de los gobiernos populares tiene que contener la regulación de estas actividades. Y la promoción de software libre, donde las plataformas comunes sean realmente comunes. Y el movimiento obrero organizado tiene que jugar un rol central para pelear por la reducción de la jornada laboral (un acuerdo consuetudinario global que ya cuenta con 100 años). El desarrollo tecnológico contribuye a ésta tarea, a pesar de lo que el consenso propagandístico neo-liberal intente plantear.