La industria argentina no es un sueño eterno
Por Jorge Giordano
"Perdimos, no pudimos hacer la revolución. Pero tuvimos, tenemos, tendremos razón en intentarlo. Y ganaremos cada vez que algún joven lea estas líneas y sepa que no todo se compra ni se vende y sienta ganas de querer cambiar el mundo."
Envar El Kadri, militante del peronismo. Fundador de las Fuerzas Armadas Peronistas.
Las palabras de El Kadri suenan a la vez cerca y lejos de los que se sienten interpelados por el kirchnerismo. Una fuerza política poderosa que pone en el centro de la escena a una juventud que supone garantía de transformación, como El Kadri, pero que a diferencia de él no habla de revolución.
De lo que se trata en estos años (y podría atribuírsele también a la historia del peronismo) es de llevar a cabo un proceso de industrialización con inclusión social. Sobre el primer pilar existe la necesidad de poner la lupa: la famosa industrialización nacional.
Los economistas heterodoxos marcan desde hace años el problema de la restricción externa, que existe debido a una estructura productiva desequilibrada que siempre termina necesitando más dólares de los que genera. La restricción externa no es nueva, sino que marca la historia argentina desde hace más de cincuenta años.
Argentina no fabrica celulares, trenes, aviones, autos ni computadoras: en el mejor de los casos sólo algunos de sus componentes son de origen nacional. Esas industrias producen algún nivel de empleo, pero sus ganancias se van para sus países de origen. No se traducirán nunca en rutas, escuelas ni hospitales argentinos.
La mayoría de los países centrales se industrializó en el siglo XIX y principios del siglo XX. Existen experiencias de países con industrialización tardía, como el caso de Corea del Sur, en el que un Estado fuertemente interventor (apoyado por los Estados Unidos) ayudó a conformar un sector de empresas a la vanguardia tecnológica, dando como resultado multinacionales como Samsung o LG.
El economista Aldo Ferrer plantea que si esos empresarios coreanos se radicaran en nuestro país, tendrían el mismo comportamiento que los empresarios argentinos. Es decir, tomarían sus ganancias y, en lugar de reinvertirlas para aumentar su producción, las fugarían a cuentas en el exterior. Según Ferrer, el Estado es el que debe generar las condiciones para que las empresas nacionales alcancen la velocidad del desarrollo en la "frontera de conocimiento", es decir, en la vanguardia mundial.
La mayoría de los economistas ortodoxos plantean que hoy en día ya no es posible fabricar absolutamente todo en el país y ser competitivos a nivel internacional. El Estado debe hacer foco en ciertas actividades en las que ya existen condiciones ventajosas para el desarrollo. Generalmente se reseñan los sectores del software, la biotecnología, el área nuclear y satelital y varias industrias relacionadas al agro.
Este proceso de industrialización nacional es el que necesita el país para crear las millones de fuentes de trabajo digno que esperan los excluidos y precarizados de la Argentina. De los productos de esa industrialización salen también los dólares que permiten financiar las políticas sociales, educativas y sanitarias del Estado y levantar las trabas a las importaciones, que causan un alto costo político en las capas medias de la sociedad y también económico en algunos sectores productivos.
¿Cuánto se industrializó?
Es en este marco que hay que preguntarse qué pasa con la industrialización. Hace cuatro años se presentó el Plan Estratégico Industrial 2020, que marca una serie de metas escalonadas para la producción nacional. Existe una clara reminiscencia con los Planes Quinquenales del peronismo, pero a diferencia de aquellos, rara vez se nombra al PEI 2020 desde la comunicación oficial. ¿Es este el plan que nos va a llevar al desarrollo industrial?
Sería saludable conocer qué piensan hacer con este tema los candidatos del Frente para la Victoria. Daniel Scioli habla de poner al país en la agenda del desarrollo: es bueno saber si estará basado en financiación internacional y extractivismo, o habrá políticas concretas para la nacionalización del sector industrial. Agustín Rossi planteó que nuestro país "tiene proyectos industriales que traicionan nuestra economía, como la hidrocarburífica, la ferroviaria, ya que lo que compramos afuera debemos hacerlo acá, en nuestro país". Florencio Randazzo sostiene un proceso de reactivación ferroviaria que incorpora algún grado de desarrollo industrial argentino, ¿seguirá o ampliará esa línea?
El Estado argentino que debe implementar estas políticas no es el mismo de hace doce años, sino que se hizo de resortes necesarios para la industrialización. Hoy en día posee un Ministerio de Ciencia y Tecnología, el control de un recurso clave para la industria como el petróleo, a través de YPF, y desde hace días también el manejo de los ferrocarriles, necesarios para disminuir los costos de transporte de mercancías.
Hace unas semanas trascendió la posibilidad de reactivación de un Banco de Desarrollo Nacional, clave para esta tarea, pero por ahora es sólo un rumor. Teniendo esto en cuenta, es poco probable que hasta octubre se instrumente alguna novedad con respecto a un impulso importante para la industria nacional.
La responsabilidad queda entonces en manos de los continuadores del proyecto nacional. Es hora de discutir cuándo, cómo y quiénes van a llevar adelante la industrialización nacional que provea de trabajo formal e infraestructura a los millones de argentinos que aún lo esperan. Si la revolución es una utopía o un sueño eterno, este es un objetivo difícil pero alcanzable. De otra manera, parafraseando a El Kadri, vamos a seguir durante años repitiendo "perdimos, no pudimos hacer la industrialización...".