Propulsora Siderúrgica, Techint, la adquisición de SOMISA y los impactos sobre la clase trabajadora

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Propulsora Siderúrgica, Techint, la adquisición de SOMISA y los impactos sobre la clase trabajadora

23 Noviembre 2012

 

Por María Alejandra Esponda l La empresa Propulsora Siderúrgica –actualmente Siderar Planta Ensenada- está radicada al sur de lo que se conoce como cordón industrial bonaerense. En esa localidad se radicaron grandes industrias como YPF, Astilleros Río Santiago, IPAKO y Petroquímica Mosconi, que más allá del empleo industrial que generaron en sí mismas, favorecieron el establecimiento de empresas de menor tamaño y una serie de actividades económicas asociadas a la presencia y al consumo de familias trabajadoras. En este sentido, la vida de la ciudad estuvo marcada históricamente por la importancia del trabajo industrial.

Propulsora Siderúrgica -propiedad del Grupo Techint- cumple un rol importante en la localidad. Desde 1969, se dedica a una de las últimas etapas del proceso siderúrgico: el laminado en frío. A partir de ese año, comenzó a competir con SOMISA en la fabricación de productos planos.
El proyecto de Propulsora, en un principio y como parte del Plan Nacional Siderúrgico, era llegar a la creación de una planta siderúrgica integrada. A pesar de que ese proyecto nunca se concretó, Propulsora logró asegurarse el mercado de los laminados en frío al frenar, por un lado, la adquisición por parte de SOMISA de un nuevo laminador, y por otro, los proyectos de expansión de Acindar.

La dictadura militar benefició al menos en dos grandes aspectos a las empresas del Grupo Techint. En el aspecto económico, a partir de facilidades crediticias, exenciones impositivas y tarifarias, protección por medio del control sobre las importaciones y hasta la absorción de deudas privadas en el año 1982. En el aspecto político, fue muy importante la represión del movimiento sindical existente.
La presencia militar en el planta de Propulsora, desde el primer día de trabajo después del golpe no sólo marcó el inicio de las desapariciones –muchas de ellas de delegados de fábrica-, encarcelamientos y exilio de compañeros, sino también el comienzo de una nueva etapa en la vida cotidiana de la fábrica, donde se anularon algunas de las reivindicaciones sindicales previas y se pretendió el quiebre violento de los lazos sociales y políticos.
Para muchos trabajadores, la fábrica dejó de ser sólo el lugar de trabajo, y comenzó a ser el lugar de la represión: los empresarios habían entregado a las autoridades militares las fichas de los trabajadores y ya estaban escritas las listas negras, que según la opinión de muchos habían sido elaboradas no sólo a partir de la red de inteligencia empresarial que incluía a agentes de la policía de la provincia, sino también con la ayuda de la burocracia sindical, que se oponía al cuerpo de delegados formado por múltiples agrupaciones de izquierda. En esos años también se prohibió la palabra, que había tenido una importancia fundamental: formando políticamente a centenares de militantes, dignificando a las clases populares, devolviéndoles la posibilidad de ser sujetos de su propia historia, protagonizando las asambleas a las cuales acudían centenares de trabajadores y trabajadoras que en ellas tomaban firmes sus decisiones.

Con este legado económico y político, en la década del 90, Propulsora formó parte mayoritaria del consorcio que compró SOMISA integrándose verticalmente con ella. La nueva estructura empresarial privada a nivel nacional, concentró todas las etapas del proceso siderúrgico –reducción, aceración y laminación- en empresas de dos grupos económicos: Acindar y Techint. Asimismo, con la integración vertical de SOMISA  y Propulsora Siderúrgica, la nueva estructura empresarial, monopolizó el proceso de laminación en frío. Finalmente, en 1993, varias empresas (SOMISA, Propulsora Siderúrgica, Bernal, Sidercolor y Sidercrom) se fusionaron bajo el nombre de Siderar.
En la década del noventa, la siderurgia siguió siendo uno de los sectores más dinámicos de la industria. En la redefinición de estrategias de funcionamiento, dos aspectos fueron fundamentales: la incorporación de tecnología y la reorganización del trabajo al interior de las fábricas. Ambas estrategias culminaron en un aumento de la producción, una disminución de la dotación de personal y un fuerte incremento de la productividad del trabajo.

A pesar del legado de temor y miedo a la organización colectiva que había dejado la dictadura, los trabajadores se reorganizaron tempranamente en democracia, formando un cuerpo de delegados, que en oposición a la conducción oficial del gremio, pelearon en varias oportunidades la conducción de la seccional y resistieron las propuestas de reestructuración integral de la planta a principios de los 90. Entre los años 1988 y 1993, hubo una gran conflictividad obrera, que a su vez era una expresión más de lo que estaba ocurriendo localmente. Los dos “Ensenadazos”, movilizaciones populares de trabajadores y trabajadoras de varias fábricas de la región, dieron cuenta de la resistencia a las privatizaciones, la flexibilización laboral y la reestructuración productiva. Sin embargo, finalmente durante los tres primeros años de la década se fueron llevando a cabo muchos de los proyectos de privatización y reconversión, que por otro lado habían sido avalados mediante diversos mecanismos legales.

En Propulsora Siderúrgica, la reestructuración implicaba nuevas modalidades de trabajo para los obreros de las líneas productivas- con enriquecimiento de tareas, movilidad entre puestos de trabajo, aceptación y capacitación para la informatización del proceso-; y el retiro voluntario para muchos obreros de los sectores de servicios, tales como taller mecánico, eléctrico, embalaje. En estos últimos casos, el retiro estaba unido a la posibilidad de formar empresas de trabajadores para seguir brindando servicios, como tercerizados para Propulsora. Esta nueva modalidad transformó la relación laboral en una relación comercial. Pasaron de ser compañeros a ser “socios”, de ser obreros a ser “empresarios”, y de ser asalariados a ser “proveedores”. No sólo empeoraron sus condiciones salariales, de trabajo y salud, sino que de los aproximadamente diez emprendimientos formados, sólo uno de esos emprendimientos pudo sostenerse en pie hasta la actualidad, aunque con importantes dificultades económico-financieras. A esto se suma que formalmente dejaron de pertenecer a la clase trabajadora, de ser objeto de representación del sindicato y comenzaron a ser objeto de controles y vigilancia estatal.

Actualmente, Siderar forma parte del complejo siderúrgico que el grupo denominó como Terniun en el 2005, formado por empresas insertas en diversos países del mundo. En este proceso de expansión empresarial tendiente a la concentración y centralización del capital, la compra de SOMISA por parte del Grupo Techint, a través de una de sus empresas, Propulsora Siderúrgica,  fue un hito fundamental, que no sólo modificó la estructura empresarial del sector, sino que implicó importantes transformaciones en las relaciones entre capital y trabajo, donde se combinaron una estructura empresarial cada vez más concentrada y centralizada, con una clase trabajadora cada vez más fragmentada a partir de lo que consideramos dos grandes procesos de disciplinamiento en la década del 70 y en la década del 90.

Son muchos los desafíos que enfrentan los trabajadores y trabajadoras en la actualidad si procuran revertir los legados e impactos de las transformaciones que desde 1976, complejizaron la estructura industrial y heterogeneizaron las condiciones de la clase trabajadora, no sólo en perjuicio de sus condiciones laborales sino también en perjuicio de sus posibilidades de organización colectiva.


María Alejandra Esponda es Antropóloga- Docente e investigadora UNaM/Conicet -Área de Economía y Tecnología de Flacso y Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ)