After Life: más allá de las imposiciones de superación individual
Por Martín Massad
Con las teorías acerca de cómo debes superarte día a día que nos quieren imponer una nueva forma y estilo nos queda la pregunta y la necesidad de poder transitar la vida sin tener que pasar rápido a otra escena. Lo cuestionable de las implicancias que proyectan— por nombrar a algunos— los coachs ontológicos es que se dictan en la superficialidad. “Debes decirte a ti mismo, no importa lo difícil que sea, voy a conseguirlo”, “lo que resistes persiste, lo que aceptas, se transforma”. Si el paso de un estado anímico a otro “mejor” fuera de la simpleza que prometen los gurúes de las nuevas olas, el sufrimiento es el fracaso. ¿Quién no ha fracasado más de una vez? ¿por qué evitar sufrir y no, en cambio, aprender a vivir con el dolor, tal vez para siempre? La cultura, hoy día, nos impone ser felices, alcanzar los objetivos, “sentir” que la vida es linda siempre y que si te lo propones podrás superarte en todo momento. Tus sentimientos son efímeros, la vida es un continuo paso de uno a otro sin cuestionarse nada. “Just do it”.
Ricky Gervais, creador y protagonista de After Life, nos propone una vida, su vida, la de Tony, girando en las antípodas de cualquier solución rápida para su pesar. La muerte de su esposa lo ha dejado sumido en una depresión de la que él es consciente. No hay motivo alguno que lo lleve a estar mejor; lo mejor ya le pasó junto a su esposa Lisa (Kerry Godliman), lo peor le está pasando y no se le va a pasar. La muerte de Lisa lo desamparó. Ahora, sumido en una fuerte depresión, huye de cualquier intento de olvido. Prefiere que los recuerdos de Lisa, de ellos, perduren, así no sea más que a través de los videos que mira en su notebook. Tony va a volver siempre a mirar a Lisa, a escucharla, porque la extraña y porque le es ajena cualquier solución rápida, un pase de un estado a otro casi imposible cuando la pérdida es tan grande. Notable actuación de Gervais que transmite esa postura, su cara, su mueca, que no llega a ser una sonrisa.
Así es la vida de Tony, así es su pesadumbre, su sin sentido. El amor de y hacia su perra, Brandy, es el amor de y hacia Lisa, su vínculo con ella, que ya no está, o sí que está, y va a seguir estando hasta la escena final de la tercera temporada. Nada se resolvió, no hubo un futuro promisorio, ni una superación porque Tony nunca pensó en superar nada. Lo sostuvieron los recuerdos, lo dejaron en un pasado continuo hasta que todo fue. Primero su perra, después él. Quedaron las marcas de una vida sin un después. La vida de Tony fue con Lisa, lo demás fue un mero andar para tratar de encontrar algo.
En ese paseo sin solución, Tony remata distintos tipos de humores. Van desde los más ácidos, que dispensa a sus compañeros de trabajo, hasta los más tristes, que se escriben en los diálogos que sostiene con su amiga Anne (Penelope Wilton) en el banco del cementerio. Todo parece concluir en cada frase que Tony saca mientras no deja de frecuentar la tumba de su esposa. El brillo es tenue en su cara. No promete, cumple con su estado de ánimo, lo deja surgir, no tiene nada para vivir. Carcajadas esporádicas junto a sus compañeros de vida, increíbles personajes que logran cada tanto sacarlo de ese estado melancólico en el que decidió permanecer. Esas carcajadas son lo único que no se terminaron de ir con su mujer.
En el desenlace de la serie Tony se afirma en su proceder colectivo. La felicidad de los que lo han ayudado— esa banda de perdedores que lo acompaña en cada capítulo— le permite irse. Pareciera saber que en ese momento su entorno es feliz y eso lo deja salir de la escena, primero sin Lisa, después sin Brandy y por fin él, acudiendo a aquel llamado para entrar al mar. Será el cielo, será el agua, será la nada, pero será con Lisa.