Analizando la pre-Cruella
Por Melany Grunewald
Disney— y la industria cinematográfica animada en general— hace años que atraviesan la dinámica justificativa de la maldad del villano. Recurso que pasó de innovador a aburrido, pero que bien aprovechado puede complejizar y complementar psicológicamente cualquier personaje. Pero ¿qué sucede cuando la villana, antes de serlo, tuvo su propia villana?
Cómo cada vez que Disney apuesta por un live action, hay muchas aristas para el debate: si, es un recurso válido, si, es disfrutable ver la misma historia contada de otra manera, si realmente la tecnología puede todo, por qué cambian a los personajes, etc. Me interesa encontrar un por qué de los cambios que vuelven un ícono a un personaje animado (o como en este caso, animado y actuado, porque la versión de los 90 con Glenn Close como Cruella De Vil tiene un gran peso en el colectivo imaginario), y cuál es el interés de revivir a, tal vez, la villana más malvada de todo Disney (quiere despellejar cachorritos para hacerse un tapado, no puede haber alguien más mala que ella).
Para comenzar, algo que difiere mucho de la Cruella original es la misión: no es una obsesiva con las pieles, ni alguien que odie a los perros. No meterse en ese terreno es riesgoso, la versión del personaje se convierte en un nuevo personaje. La película no muestra esta obsesión por las pieles en su origen, sino el amor por la moda y el diseño. Ni siquiera el odio hacia la raza dálmata. En esta ocasión, vemos a una Cruella punk en los 70, en sus inicios como diseñadora de modas. Un trabajo que se le asignó al personaje en 1996, que no se nombra en la animada de 1961, y cuyo gran propósito es desterrar a la Baronesa de su imperio en la industria de la moda.
La Cruella de Emma Stone tiene sentido desde un plano estético en la movida punk inglesa por el cuero y la piel, que son materiales con un sentido metonímico fisiológicamente. Pero el movimiento punk no condice con el deseo de pertenecer a un sistema. Cruella no quiere corromper el sistema, sólo vencer a la Baronesa. Si ordenamos las películas cronológicamente, por lógica, esto sucede antes de que se convierta en la dueña de una empresa de diseño de modas (1996), por lo tanto, Cruella es completamente capitalista. Por ende, no es punk. Sólo se expresa de manera corrupta.
Por supuesto que hay diferencias psicológicas en la construcción de Stella antes de ser Cruella. Lo que empieza siendo un pseudónimo artístico, termina siendo la configuración de una personalidad psycho, y eso sí es interesante. Como objeto de mando, totalmente fálico y sustituyendo la emblemática boquilla con cigarro de los años 20, aparece un bastón. Esto se debe a que las escenas de consumo de tabaco en las películas implican un cambio en su clasificación desde 2016. Por ende, quedan prohibidas en las que son para todo público.
El problema con las live action es que lo que intentan que sea un guiño, termina siendo forzado: nadie se hubiera ofendido si Anita y Roger no aparecían en esta película, aunque en 1961 se da a entender que Anita y Cruella eran amigas por ser “co-discípulas”. Otra vez, estos no son los mismos que conocimos y no nos referimos a que en esta ocasión sean personas de color— debate viejo, que no afecta en la esencia— sino a lo que hace a cada personaje ser quien es. Tampoco vemos en ellos el amor desenfrenado por los dálmatas que los va a llevar a, más adelante, quedarse con quince cachorritos biológicos de la pareja y 84 más que vinieron de la nada. Es simplemente la puerta a Cruella 2.
Por otro lado, siempre se entendió que Cruella era mayor en edad que Anita. Acá las vemos a la par. Podríamos tomarlo como un acto gerontofóbico, de repulsión a la vejez, pero esta característica era muy propia de los villanos y villanas antiguos de Disney. El villano es físicamente una minoría: viejo, feo, excéntrico, rasgos andróginos, muy flacos o muy gordos. Cruella de 1961 no escapaba de eso y, para toda la industria cinematográfica en 1996, Glenn Close con 50 años era vieja. Por eso puede sonar gerontofóbico que no llamen a una actriz de esas edades para esta versión pero, si lo miramos desde la composición del personaje, resulta lo contrario, al querer reparar lo que hace a una villana físicamente como tal.
Sin pieles, ni cigarrillo, ni deseos de matar dálmatas, pero con juventud. ¿Qué hace a esta Cruella, “Cruella”? En la opinión de quien escribe, lo enredada. La obsesión no puede comenzar frente a un espejo, como sucede en tantos films. Romantizar la locura, simplificándola a esa escena, es un error que por suerte no se ha cometido, aunque a muchos les hubiera conmovido. Por lo tanto, es imaginable que todavía Cruella no haya experimentado en esta parte lo que desencadene esa obsesión. Esto también abre la puerta a una secuela, que ya se está craneando. Pero la locura, el ocasional desinterés por quien tiene al lado, como sus secuaces Gaspar y Horacio, que tendría que llegar a un punto lejano del trato familiar, sí da a pensar que, en algún momento, Mr. Hyde se quedará para siempre frente al Dr. Jekyll.
Si evitamos este análisis semiótico y contextual, es una película sumamente disfrutable. Es entretenida, novedosa a nivel musical, ya que se desentiende de material original para incorporar temas ajenos de casi veinte bandas diferentes, y visualmente es una belleza. Pero la secuela será analizada con lupa, como de costumbre. Tal vez esa sea la idea de la industria animada hoy en día: tenernos en la conversación constante.