Aún estoy aquí: no olvidar la dictadura brasileña
Noviembre de 2024 no fue un mes cualquiera para Brasil. Por un lado, Jair Bolsonaro fue denunciado por un complot golpista para sostenerse en el poder, tras perder las elecciones de 2022. Por otro, estrenó Aún estoy aquí, drama biográfico dirigido por Walter Salles que retoma una de las tantas historias de la dictadura brasileña, defendida por Bolsonaro. Si bien sectores de extrema derecha impulsaron un boicot, se convirtió en la cinta más taquillera desde la pandemia y, con sus tres nominaciones, es una de las revelaciones de los Premios Oscar: Mejor película, Mejor película internacional y Mejor actriz principal. No sólo eso, se consagró como Mejor película internacional y obtuvo la primera estatuilla en la historia brasileña.
Aún estoy aquí, guionada de Murilo Hauser y Heitor Lorega, está basada en las memorias recopiladas en el libro "Ainda estou aqui" de Marcelo Rubens Paiva, hijo del diputado Rubens Paiva, secuestrado por la dictadura militar en 1971 -que ocupó el poder de 1964 a 1985-. La película está ambientada en el auge de ese proceso. De la paz al caos, el choque entre lo cotidiano y lo abominable va a ser una constante. A lo largo de poco más de dos horas nos lleva a explorar la convulsión de una nación entera a través de la intimidad y la lucha de una familia, mayormente de una mujer, por dignidad, memoria, verdad y justicia.
Salles es conocido por su sensibilidad a la hora de retratar dinámicas familiares inmersas en la historia política de un país, como dejó en claro en Estación Central de Brasil y Diarios de motocicleta. Rubens (Selton Mello) acaba de regresar tras seis años de exilio -por haber sido parte del gobierno derrocado-. Vive en Río de Janeiro y, junto a Eunice (Fernanda Torres) tiene cuatro hijas y un hijo. Todo parece en calma pero, primero, Vera (Valentina Herszage, es demorada tras ir al cine y, luego, Rubens es llamado para un interrogatorio y no vuelve más. En secreto, el ex diputado sigue trabajando para apoyar a otros exiliados.
Desde ese momento, Aún estoy aquí se convierte en la historia de una mujer enfrentando al aparato represivo. Eunice es el corazón de la trama. Las afirmaciones sobre una supuesta fuga de Rubens son, obviamente, falsas y la narración se extenderá a lo largo de diferentes décadas -70, 1996 y 2014- para evidenciar las consecuencias de la dictadura sobre las generaciones posteriores, lo que añade capas y una resonancia mayor. Esa estructura, que alterna entre presente y pasado como contraste, remite a Roma, de Alfonso Cuarón.
El director usa el material -fotografías y filmaciones- de los propios protagonistas reales no sólo para capturar la estética de aquellos años sino para construir una atmósfera envolvente que oscila entre la felicidad y la tensión y entre la empatía y la impotencia, subrayando la omnipresencia de la violencia. En ese sentido, a muchos de nosotros, los argentinos, nos resonará La historia oficial, y de hecho podría seguir el mismo -o incluso mejor- camino en término de premios. La banda sonora, que en varias escenas dialoga directamente con los discursos, refuerza el tono y transporta al contexto marcado por la censura y la resistencia.
La película se toma su tiempo para desarrollar, consiguiendo una conexión profunda con los personajes. Quizás por demás, cuando el peso ya está establecido claramente, pero su mayor fortaleza sigue siendo la carga simbólica. Si bien varios aportan a la construcción del reparto -incluso más de una persona por papel-, la actuación de Torres destaca por su potencia. Sin sentimentalismos fáciles, llantos excesivos o gestos melodramáticos, alcanza con simples miradas y silencios. A su vez, la inclusión de Fernanda Montenegro, actriz de la mencionada Estación Central, madre real de Torres y reconocida en Brasil, le agrega una mayor dimensión existencialista.
Queda claro que la obra captó la atención mundial, al igual que sucedió en su momento con Ciudad de Dios o Tropa de élite. No es únicamente un testimonio familiar sino también una reflexión sobre el papel del cine en ese tipo de contextos. Si nuestra identidad está moldeada por experiencias y recuerdos se entiende el papel de determinados estrenos, tales como Argentina 1985, entre otros, más allá de posteriores resultados electorales. Negar las torturas, asesinatos y desapariciones tiene su efecto duradero en la sociedad.
En Brasil, que a diferencia de nuestro país no juzgó oficialmente a los responsables -sino que negoció una amnistía-, el impacto es mayor. Aún estoy aquí, que no se presenta como portadora de este tipo de debates que genera, termina siendo un relato conmovedor. Además, se convierte en un pedido y una advertencia: que nadie pueda olvidar.