Azor: el secretismo bancario durante la dictadura
Por Diego Moneta
Si la lucha por Memoria, Verdad y Justicia tras la última dictadura cívico-militar todavía tiene varias deudas pendientes, su representación en el cine también sigue con varios ángulos y temáticas por explorar. La pata empresarial quizás sea la más evidente. En algún punto, es lo que recoge Azor, ópera prima de Andreas Fontana, estrenada en el Festival Internacional de Cine de Berlín y presentada en nuestro país el año pasado en el de Mar del Plata, entre tantos que la coproducción suizo-argentina lleva recorriendo. Agencia Paco Urondo dialogó con el director y guionista— junto a Mariano Llinás— sobre el nuevo proyecto.
Fontana nació en Ginebra, Suiza. Vivió en el país para trabajar en una tesis comparada sobre Nuevo Cine Argentino, aunque sus vueltas luego fueron recurrentes. El imaginario en materia cultural lo atrae, afirma. “La película fue como cruzar ambas experiencias de vida”, cuenta el ginebrino, que ya cosechó premios por Cotonov vanished, Pedro M, 1981 y el documental Nothingwood. La idea de este film nace de su interés por trabajar con la “superficie de los intercambios”, lo que un banquero puede o no decir y cómo consigue sacar provecho de sus clientes. “Hay una cuestión de apariencia y secreto y es un profesional, tanto en el sentido legal como en la habilidad”, completa Fontana.
Ubicada en el contexto dictatorial, Azor sigue el viaje de presentación y descubrimiento de Yvan De Wiel (Fabrizio Rongione), un banquero privado suizo que llega a la Ciudad de Buenos Aires con su esposa Inés (Stéphanie Cléau) para cubrir a su socio René Keys (Alain Gegenschatz), quien ha desaparecido en medio de rumores. El objetivo es cuidar los negocios y conseguir dinero de cualquier figura de poder, ya sea económica, política, militar o clerical. Desde el inicio, se deja en claro que la narración recuperará de manera constante su principal enigma y que tendrá que ver con las apariencias en el espacio público y con una cultura— la de la banca privada— con dialecto propio, códigos y valores compartidos.
Durante más de dos años estuvo entrando en bancos privados y entrevistando a diversos académicos y periodistas, así como sosteniendo relaciones para adentrarse en esas esferas de la sociedad porteña. Ese proceso de investigación sirvió, parcialmente, como casting, con actores no profesionales de los ámbitos que recorre la obra. El director desliza que Azor no se inscribe conscientemente en el repertorio de nuestro cine nacional, pero que hay una película que sí lo marcó por el rigor en la imagen mostrada de la última dictadura: Garage Olimpo, de Marco Bechis, que relata lo ocurrido en distintos centros clandestinos.
A medida que avanza, entre reuniones en salones, quintas y restaurantes lujosos, De Wiel irá conociendo relaciones previas de su socio— intentando averiguar qué le pasó, aunque no cueste imaginarlo— mientras trata de arreglar sus contactos con las más altas esferas. Las versiones serán contradictorias. La verdad y la mentira estarán estrechamente ligadas. En ese contexto de desconfianza, y acertadamente dividido en cinco capítulos, se desarrolla un thriller político meticuloso, texturizado y a fuego lento, cuya centralidad nunca deja de ser la ausencia de uno de sus personajes. Para Fontana, “un banquero suizo, de traje y corbata, es un burócrata”, pero “uno que viaja es un agente”. Es más, uno que viaja y se une a una dictadura “es un agente encubierto partícipe de una colonización despiadada, cuyos privilegios de clase le permiten no ver la sangre derramada a su alrededor", sentencia.
Hay dos elementos a destacar. Primero, el vínculo de la pareja. Para un mundo cuya representación ha sido masculinizada, en Azor las mujeres hacen progresar la trama. Más allá de primeros planos, importa cómo se teje detrás. Yvan e Inés son un único cerebro y cuerpo. Es ella quien explica el título del film que, entre otros tantos significados, refiere en el dialecto bancario a estar callado y ser prudente. Luego, el tándem banquero-detective, que asume el protagonista, se traduce en una precisa descripción del reparto— que incluye a Pablo Torre Nilson, hijo del director—, y ambiente, con un gran trabajo documental. No hay necesidad de exteriores cuando todo se desenvuelve en burbujas privadas.
El trasfondo histórico está construido a partir de diálogos y escenas que van desde lo más concreto a las abstracciones, alejadas de un activismo historiográfico, lo que le otorga frescura. Sin referencias expresas, la atmósfera dibuja el terror sembrado a partir de la fotografía oscura y la música disonante. Los planos se vuelven fijos, diplomáticos y protocolares, la imagen cuidada. Está atravesada por una ominosa ambigüedad, donde cada palabra puede ser una amenaza o trampa. Una liturgia de la puesta en escena similar a Rojo, que recupera la etapa previa. Todos parecen haber resuelto el enigma excepto Yvan, quien conoce sobre su antecesor más por el juicio de terceros que por él mismo.
De Wiel reconoce la tilinguería de la aristocracia porteña respecto a Europa— de hecho, y más allá del suizo, la película está en francés y castellano—, cuyos modos se tiñen de siniestro. El clima perturbador da la sensación de que, a cada escena, el relato se va ensombreciendo y vamos descendiendo por los círculos del infierno. No sólo por las actividades nocturnas, sino por lo que empieza a sentir dentro suyo nuestro protagonista mientras se resiste. Una frustración irá en aumento: los suizos son parte de ese juego económico y el banquero extranjero es una especie de conquistador— esa es la apuesta de Fontana—. Al ser consciente, y a pesar de sus métodos diferentes, decide entregar su alma a Lázaro, lo que funciona como sinécdoque del conjunto histórico social de aquel entonces.
El director advierte que hoy el secreto bancario es distinto, dado el aumento de la presencia de abogados, pero que “más allá no se modificó” y la “entidad bancaria es el corazón del mal”. “Hay dispositivos para no comunicar a su propio país la cantidad de dinero que se posee”, señala, y agrega que “no es propio de Suiza sino que en Inglaterra y Estados Unidos los conocen muy bien y mejor”. Por otro lado, siguiendo la discreción estratégica como temática, ya trabaja en su siguiente proyecto, también con Llinás: una ficción de época sobre diplomáticos, que se filmaría en Suiza.
Entre la intriga, el pasado, el presente, y la experimentación, Azor se propone desentrañar parte de ese negocio de las altas esferas, tan decadentes como peligrosas. Fontana filma desde la quietud un genocidio encubierto que se volvía ruidoso por el silencio que dejaba cada desaparecido, a quienes todavía seguimos buscando. Una promesa de nuestro cine, llevada a cabo por un realizador extranjero, sí, pero con una innegable impronta local.