Billions: la cara más obscena del capitalismo
Por Agustín Mina
Estrenada en 2016, Billions, serie original de Showtime y distribuida por Netflix en la región, sigue la cruzada del fiscal de Nueva York Chuck Rhoades (Paul Giamatti), que se encarga de delitos de índole financiera. Su principal adversario será Bobby “Axe” Axelrod (Damien Lewis), multimillonario dueño de un fondo de inversión, sospechado de incurrir en prácticas ilegales como la utilización de información privilegiada para operar en la bolsa, entre otros delitos. Si bien en principio el planteo puede sonar a una batalla entre el bien y el mal, entre la justicia y los criminales, la serie se encargará a lo largo de sus cinco temporadas— con la final a estrenarse en enero de 2022— de mostrarnos que, ya sea en la búsqueda del dinero o la de justicia, nada es blanco o negro.
La serie brilla en todos sus apartados, desde las actuaciones, como la del siempre brillante Paul Giamatti, hasta el guión, los diálogos y la construcción de personajes, que nos mantienen atornillados a la silla para saber qué harán a continuación, qué artimaña prepará Chuck para ver finalmente a Axe tras las rejas y cómo este último logrará escaparse. La música de rock acompaña muy bien la montaña rusa de emociones que es Billions, con su pelea de gigantes y sus momentos de tensión dramática. Las referencias a películas, historia, novelas y temáticas de la cultura estadounidense son también un buen toque de color.
Uno de los elementos más atractivos es sin duda la posibilidad que nos da de poder espiar cómo es la vida de estos multimillonarios, el día a día de quienes “trabajan” con la compra y venta de acciones, las cifras colosales de dinero que mueven sin pestañear, la tensión constante, las apuestas, los riesgos. A su vez, hace lo propio con los pasillos de la justicia y su entramado de conexiones e intereses en pugna como motor del sistema, favores, acuerdos y negociaciones. La adrenalina de Billions se aleja de producciones que han abordado tanto temas políticos como económicos desde una perspectiva mucho más solemne y aburrida, como Borgen, y se parece más a una versión ampliada de películas como El lobo de Wall Street.
Sin embargo, nada de esto funcionaría como lo hace sin los personajes que llevan adelante la acción. Axe está inspirado en el inversor estadounidense Steven Cohen, atrapado en un caso de uso de información privilegiada en 2012 pero nunca sentenciado, que fue llevado a juicio por el entonces fiscal federal de Manhattan Preet Bharara, quien influyó, en parte, en el personaje de Chuck Rhoades. Tan bien escritos como interpretados, cada uno juega su rol en esta partida de ajedrez y hasta a los más secundarios se les concede cierta complejidad, profundidad y un momento para brillar. Rhoades se parece más a Axe de lo que le gusta admitir, ambos con una gigantesca ambición y pocos escrúpulos que la detengan, siempre creen estar en lo cierto y estar haciendo lo correcto, lo que hace sus cruces mucho más interesantes. Pero no son los únicos, el personaje de Wendy (Maggie Siff) es sin dudas de los más interesantes. Esposa de Chuck pero amiga y empleada de Axe de toda la vida, es una psicóloga de alto vuelo cuya tarea es mantener a raya el ego, la estabilidad mental y el espíritu de los corredores de Axe Capital para que no se quiebren bajo presión y dejen de generar ganancias para la empresa. Wendy se encontrará en el medio de esta guerra y tratará de mantenerse al margen, en ocasiones oficiando de mediadora entre las partes. Como en toda guerra, cada bando tiene sus soldados, personajes de grises a oscuros tanto del mundo de la justicia como de las finanzas acompañarán a ambos protagonistas en su cruzada, por amistad e intereses propios. Párrafo aparte merece la inclusión de Taylor Mason (Asia Kate Dillon) a partir de la segunda temporada, el primer personaje no binario protagonista en la televisión estadounidense, pateando el tablero dentro y fuera de la ficción.
El mensaje que nos deja la serie ya es bien conocido y tiene que ver con los efectos secundarios del poder y el dinero, la impunidad y el sentimiento de superioridad que la acompañan, como si las leyes no aplicaran para esas personas, porque en definitiva no lo hacen. Son interesantes sus lecciones sobre derecho y finanzas, sin dudas, pero lo novedoso quizá radica en mostrar de forma palpable el alcance de gigantes como Jeff Bezzos o Marck Zuckerberg, que logran ponerse por encima de los Estados, para hacer y deshacer a su antojo. Axelrod es la representación de la fase más obscena del capitalismo, cuando se amasa tanto poder que ya nadie puede detenerlos. Por su parte, Chuck muestra los límites de la justicia, la burocracia y el sistema, a la vez que pone en evidencia las falencias del factor humano de la ecuación, fácilmente corruptible. Es un llamado de atención hacia la consolidación de estos pulpos que lo controlan todo tanto como hacia las falencias del sistema obsoleto y limitado que se supone que debe combatirlos.