Bob Dylan: la leyenda que siempre está naciendo

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Bob Dylan: la leyenda que siempre está naciendo

12 Febrero 2025

Hay un momento en la carrera de Bob Dylan que, cronológicamente, ganó espacio cinematográfico: el pasaje temporal que conecta sus comienzos en la música folk con “Highway 62 Revisited”. Sin ir más lejos, el documental No direction home, de Martin Scorsese, y la reciente Un completo desconocido evocan con precisión quirúrgica esa época, donde un Dylan -casi- condenado a tocar “Blowin in the Wind como un mantra” recrea uno de los himnos del folk pero con una melodía disruptiva para sus fieles. “Like a Rolling Stone” marca el fin de una era y el comienzo de otra, teatralizada por Timothée Chalamet -en los minutos finales del último largometraje de James Mangold- sobre el escenario del Newport Folk Festival de 1965.

Mangold logra retratar a Dylan y a su época: Johnnie Cash, Joan Báez, Pete Seeger, la crisis de los misiles en Cuba y el asesinato de Kennedy. Casi con tanta cintura como lo hizo en Walk the line, donde retrata a Cash. Con grandes actuaciones, como la de Chalamet, la de Monica Barbaro como Báez o la de Edward Norton interpretando a Seeger, la pieza cumple cabalmente con su cometido y le da lugar -con ritmo cinematográfico- a la amistad que unió a Dylan con Woody Guthrie, plasmada en la canción “Song to Woody”, y a la relación del músico con Suze Rotolo, aquella novia que ilustró la portada de The Freewheelin’ Bob Dylan.

Quizás el éxito que cosechó el Dylan de Mangold opere como excusa también para reivindicar a los muchos Dylan de Todd Haynes en Im not there, estrenado en 2007. Un año donde el cine y la música lograron una simbiosis envidiable de la mano del propio Haynes y de Anton Corbijn con Control, la biopic sobre Ian Curtis y la banda Joy Division.

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Cada una, a su manera, rinde culto a la experimentación del género, algo que tanto Dylan como Curtis materializaron en su sonido, composiciones y performances. Los límites de ambas películas, sobre todo la de Haynes, desafían el corset de las biopics y ponen en debate la fórmula. La temporalidad es provocativa y el relato caótico. Un caos que opera como proposición y no circunstancia, porque la narración que propone Haynes no sólo hace tangible la propia incógnita que encierra la figura de Dylan sobre él mismo sino también sobre nosotros.

¿Cómo narrar a Dylan? Una figura que sobrepasa los 240 caracteres para si quiera presentarse -músico, compositor, poeta, ganador del Premio Nobel de Literatura y un sinfín de etcéteras-. Un músico en constante movimiento, un personaje incómodo y apurado al que nunca terminamos de acostumbrarnos. Para eso, Haynes se permite una licencia, una prerrogativa que Dylan utilizó siempre a lo largo de su carrera: permitió que su visión lo ocupara todo. Lejos de ser un problema, la intención de Haynes es su rasgo distintivo. Alerta spoiler. No estamos ante una biopic convencional, sino ante la reinterpretación que Haynes decidió hacer sobre Dylan.

Seis actores distintos -Bale, Gere, Ledger, Blanchett, Whishaw, Franklin- interpretan de forma simultánea a uno de los músicos más importantes del pasado y presente. Encarnan una época, una búsqueda y una fracción. Fugitivo, poeta, forajido, estrella de rock, falso profeta, fraude y mártir. Todos son desdoblamientos de Dylan que albergan, a los ojos de Haynes, un ápice de su historia. 

Hay un trayecto correcto que honra a Dylan sin ser adulador en el proceso. Ahí, sin dudas, encontraríamos la obra de Scorsese y Mangold. No obstante, después, hay un estado, una intención de desafiar el propio espíritu de Dylan, y esa es la obra de Haynes. Conjurar la esencia del hombre que -siempre- parece estar muriendo y, en realidad, apenas ha nacido.

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