Borgen: una serie a medida de la política nórdica
Por Diego Moneta
Borgen es una serie danesa creada por el productor Adam Price —junto a otros dos escritores—, que emitió sus tres temporadas, de diez capítulos cada una, a través de la cadena pública DR entre 2010 y 2013. La producción estaba terminada y gran parte de la crítica la aclamaba como la versión nórdica de El ala oeste, de Aaron Sorkin. Sin embargo, no tuvo difusión en América Latina y prácticamente las agendas nunca se cruzan.
Su ocaso fue causado, en gran parte, por la aparición —en paralelo a su tercera entrega— de House of cards, la gran carta inicial de Netflix, que inauguraría un interés superlativo por cuestiones del mundo de la política. De todas formas, Borgen fue adquiriendo notoriedad en Europa y la plataforma de streaming decidió incorporarla a su catálogo a comienzos de 2020. Así, llegaría a ser vista por el expresidente Mauricio Macri —asiduo espectador de la plataforma—, que incluso la catalogó como su serie preferida y se animó a hacer comparaciones: "Me gusta la rosca con sentido, como en Borgen", afirmó en una entrevista. La tira revivía de sus cenizas y, asociándose con DR, Netflix estrenaría una cuarta y última temporada —de sólo ocho episodios— durante febrero y marzo del presente año, tras retrasos por la pandemia.
“Borgen” es el término coloquial con el que se conoce al Palacio de Christiansborg, sede de los tres poderes estatales y de la oficina del Primer Ministro en Dinamarca. La serie narra el mundo de la política danesa —con nombres ficticios— a través de la historia de Birgitte Nyborg (Sidse Babett Knudsen), que se convierte en la primera mujer en ser elegida primera ministra, y debe lidiar con diversos conflictos parlamentarios, al encabezar un gobierno de coalición, pero también familiares y periodísticos. Las figuras femeninas son un aspecto central, con roles decididamente protagonistas, que se debaten cuestiones morales. La historia de Nyborg, ya sea con su pareja Phillip Christensen (Mikael Birkkjær), con su mentor Niels Erik Lund (Morten Kirkskov) o con su jefe de prensa Kasper Juul (Pilou Asbæk), funciona como hilo conductor para recorrer diversas tramas.
Un primer acierto que podemos marcar de la última temporada es el buen manejo del salto temporal, a diez años de su primera emisión. El orden geopolítico no es el mismo. Nyborg es ahora canciller de un gobierno en minoría y los acontecimientos que influyen en todas las aristas de la narración son la salida de la pandemia y la reciente invasión de Rusia a Ucrania. El espectro político se ha polarizado y el manejo de medios y redes sociales ha cambiado. Nos encontramos con una protagonista que, cerrando su arco, se ha vuelto más inescrupulosa. Es un escenario mucho más pesimista que el de la triada inicial.
Borgen logra que el empoderamiento femenino no resulte forzado o infundado, es cierto —desde otra óptica, puede asemejarse a Veep—, pero es probable que las historias escandalosas y las disputas políticas, a pesar de ciertos tópicos universales e interesantes de recuperar, se infieran un tanto ingenuas para la audiencia latinoamericana. En general carecen de novedad o mayor atractivo que los planteamientos usuales en el género, enmarcados para colmo en los buenos y estereotipados modales de los países nórdicos.
El otro punto fuerte de Borgen es su nivel de actuación, destacando en especial al reparto femenino. La periodista Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sørensen) es el complemento justo para la pata periodística de la serie. Junto a Nyborg, son los dos senderos que, más temprano que tarde —y otras veces viceversa—, representan de manera efectiva la fusión de la vida privada con la vida pública, obligando a despojarse de equilibrios y de principios, lo que, por otro lado, son los momentos en que mayor verosimilitud e interés alcanza la tira.
Por último, en relación a marcas características de las producciones nórdicas, el clima tampoco se deja de lado. Aunque el aura agradable y de defensa de la democracia se sostiene mayormente, el peso del frío y lo urbano aporta identidad, junto a cierta estética misteriosa. Al mismo tiempo, la influencia de Todos los hombres del presidente es muy evidente, ya desde el guion, en el tándem política-corrupción-periodismo.
Es probable que el éxito tardío de Borgen se deba a su “modelo político” de exportación, con gobiernos de coaliciones que combinan izquierdas y derechas y donde prima la inclusión y la construcción de consensos. De todas formas, la cuarta temporada deja en claro el rol que ocupa la polarización y lo frágil de esa estabilidad. Sin embargo, cuando se trata de este tipo de series, para sentenciar hay que parafrasear a la exministra de Seguridad Sabina Frederic: son más tranquilas, pero más aburridas. En nuestro país ya esperamos la producción sobre la vida y presidencia del último caudillo riojano.