The Bridgerton: los problemas que trae el desconocimiento sexual
Por Marina Jiménez Conde
Hace casi un mes, Netflix selló oficialmente el arribo de la guionista y productora Shonda Rhimes, la reconocida creadora de Grey's Anatomy, con el estreno de The Bridgerton, que rápidamente se convirtió en un éxito y no ha salido del top de lo más visto en la plataforma. La historia está basada en el libro de la escritora Julia Quinn, El duque y yo, primero de una saga de ocho novelas, y retrata el rol de la mujer en la sociedad europea de 1800, a partir de la relación de la protagonista, Daphne Bridgerton, con el duque de Hastings, Simon Basset.
The Bridgerton tendría poco que ofrecer en relación a otras tantas historias de amor, ya sea de época o contemporáneas, donde dos que no se llevan muy bien terminan pasando tiempo juntos y se dan cuenta de que hay chispazos. En este caso, interviene un acuerdo entre ambos para que el duque corteje a Daphne hasta que ella consiga un candidato para casarse. De esta manera, él se saca a todas las madres casamenteras de encima y sigue permaneciendo soltero, mientras ella se revaloriza en el mercado del matrimonio, obteniendo mejores competidores.
Con ese formato, a priori, se parece a cualquier otra ficción donde el amor romántico prevalece. Pero hay varias cuestiones que hacen que The Bridgerton sorprenda con algunas variantes. Entre ellas, que el duque pertenezca a una aristocracia negra en una Inglaterra del siglo XIX, lo que ha despertado debates en torno a la veracidad histórica y la inclusión.
Por otro lado, si por ejemplo se compara al personaje de Daphne con el de Elizabeth Bennet —la heroína que no se quería casar en Orgullo y prejuicio, novela de Jane Austen—, pero que termina enamorada del señor Darcy, acá la protagonista tiene en claro que el valor que tiene como mujer depende del estatus social de la persona que termine siendo su marido. Por lo tanto, como le dice a Basset, ella no tiene el privilegio de desistir del matrimonio porque, además, sabe que en eso se juega el bienestar de toda su familia.
Y si bien Daphne no renuncia a casarse con alguien a quien realmente ame, todo el tiempo es muy consciente de que fue criada para ese momento y de la función social que cumple. Aunque en oportunidades reniega de eso, nunca es tanto como para llegar a rebelarse. Eso la coloca en un lugar menos heroico, pero sí más realista y menos ingenuo, tratando de sacar provecho de lo que sabe que tiene a favor.
Lo que más resalta en The Bridgerton no son los chismes que publica Lady Whistledown sobre la aristocracia, a lo Gossip Girl, o las escenas de sexo que la acercan a Cincuenta sombras de Grey, sino que muestra y, principalmente, pone como problema central el desconocimiento sobre el sexo que las mujeres tenían. En un momento, una de las hermanas de Daphne y una amiga se enteran de que una chica quedó embarazada sin estar casada y no entienden cómo pudo pasar. La escena oscila entre la ternura, por las explicaciones que intentan darse, y la pena, por los miedos que empiezan a tener pensando que ellas podrían embarazarse también.
En otro pasaje de la serie, Daphne le pregunta a su madre qué es lo que tiene que hacer en la noche de bodas. Esta solo llega a decirle que en el momento va a saber qué hacer, recordándole a dos perros que tenían en la casa, que sin que nadie les explicara tuvieron cría. Así se da cuenta de que lo que pasa en el lecho nupcial tiene que ver con el embarazo. De esa manera va atando cabos, a veces sacando buenas deducciones, y otras no tanto. Finalmente, se va a sentir una “tonta” por darse cuenta de algunas cosas demasiado tarde.
Ese es el fuerte de la serie: mostrar cómo las mujeres son excluidas del mundo de lo sexual para tenerlas enfocadas en hallar marido. Ese desconocimiento producido, adrede, habla del miedo hacia el goce y el placer de las mujeres. En paralelo, los hombres sí tienen información sobre estas cuestiones mucho antes y el aval para tener experiencias sexuales previo al matrimonio. Después, en cuanto a la relación de la pareja principal, lo cierto es que roza lo tóxico varias veces y, para precisar un poco más, en ciertas acciones, incluso, hasta lo violento.
No es tanto lo que se puede reflexionar a partir de pensar cómo el acceso a cierta información básica hubiera sido significativa para las decisiones que toma algún que otro personaje, sino más bien pensar cómo, inclusive hoy en día, aunque se sepan más cosas y reine la era de la información, se sigue sin hablar sobre sexo. En especial, antes del inicio de las relaciones sexuales, que es cuando más dudas y miedos se generan.
Cabe preguntarse cuántas mujeres llegan a su primera relación sexual sin saber muy bien qué hacer o sin tener una charla previa con su padre —los que casi ni se nombran en estos asuntos— o madre. También, cuánto se conoce sobre el propio cuerpo y cuánto de ese conocimiento es indispensable para el disfrute pleno de la sexualidad. La agenda que se viene es por los derechos sexuales y reproductivos, que implican muchas de estas cuestiones, para que nadie se termine sintiendo como una joven “tonta” de 1813.