Cobra Kai: del relato juvenil de Karate Kid al acierto de una narración moralmente compleja
Por Santiago Asorey
Cobra Kai, la serie de ficción recientemente reestrenada en Netflix, retoma el universo de la saga mítica juvenil Karate Kid (había sido estrenada en 2018 en la plataforma YouTube Red y ahora llegó a Netlfix). Johny Lawrence, protagonizado por William Zabka, ya no es más el joven que fue derrotado por Daniel LaRusso (Ralph Macchio) hace 34 años en el torneo de Karate Sub-18 de All Valley de 1984. La premisa de la narración retoma aquel imaginario narrativo, pero desde una perspectiva distinta. Como lo indica el título de la serie, que lleva el nombre del Dojo refundado por Johnny Lawrence, la historia inicia realizando hincapié en la perspectiva de Johny, que en los 80s había sido discípulo del Dojo Cobra Kai, conducido por John Kreese (Martin Kove); juntos eran "los personajes malos” de Karate Kid.
El Lawrence de la actualidad es un personaje “carveniano”*, un hombre alcohólico que es resultado de aquella derrota histórica y otros demonios personales de su pasado familiar. Un ex niño rico con un pasado duro y un destino trunco. Su función en el relato rompe con la idea del "personaje malo y el personaje bueno” y lo mismo sucede con el personaje de Daniel LaRusso. La serie retoma imágenes rescatadas de las películas originales, pero ahora contadas desde la perspectiva del sufrimiento de Johhny frente a su disputa con LaRusso en los 80s. El recurso de los recuerdos que traen imágenes de las películas originales de Karate Kid va más allá de la carga nostálgica. Funcionan con una lograda fluidez orgánica entre la saga original y los personajes en el presente, siendo uno de los aciertos de la serie.
La resignificación del legado del Kobra Kai
Johhny comienza la serie en soledad, siendo despedido de su trabajo de electricista, en el medio de una crisis personal y laboral. Vive en un departamento lleno de latas de cerveza. Esa inversión del punto de vista de la historia original es la piedra fundamental de la serie. La empatía que se construye sobre ese personaje atormentado es otro acierto. Vemos que Johnny enseña una filosofía deportiva y ética de la cual duda, y lo pone en conflicto con él mismo. También sufre los resultados de haber abandonado a su hijo que hoy es adolescente. Lawrence conserva valores reaccionarios de la filosofía Cobra Kai que le legó su polémico sensei Kreese, pero lo hace con conflicto y problematizando su propia filosofía. Se encuentra en búsqueda de la resignificación doctrinaria del Cobra Kai, intentando filtrar con mucha dificultad aspectos negativos y positivos que va comprendiendo a medida que avanza la narración. Una doctrina dura en un personaje de alma blanda que muestra que hay ternura detrás de la dureza. De esta manera, hay un logrado desfajase entre la ideología de Johhny y su alma, en conflicto con su pasado y su manera de haber sido formado. Algo que llega a comprender el mismo Daniel LaRusso, que un momento le pide al hijo de Johny que comprenda que "su padre no es un monstruo, sino que tuvo el maestro equivocado”.
Se da una paradoja con la filosofía Cobra Kai con sus principios “golpear primero” y “no tener piedad” (lemas que son difíciles de ser leídos en la actualidad afuera de la polémica). Se ofrecen como una herramienta emancipatoria para los personajes de los chicos que sufren bullying y marginación social en la escuela. La doctrina que enseña Johhny los fortalece y construye un mayor umbral y resistencia al dolor, además de acrecentar su autoestima.
El peligro de dormir en los laureles
Por otro lado, la historia de Daniel LaRusso expresa la la cara del aparente éxito. Daniel sí ganó aquella batalla final contra Johhny y fue campeón. Con el paso del tiempo se convirtió en un exitoso empresario, creando una firma dedicada a la venta de automóviles que tiene su rostro como principal imagen. Pero el confort también es un problema para Daniel, que intenta recordar las verdades enseñadas por su fallecido sensei, Nariyoshi Miyagi (Pat Morita), cuando era él un joven adolescente de un barrio obrero. Se casó, tuvo una hija y un hijo. Pero detrás de esa nueva imagen burguesa del éxito de Daniel, hay perdida y ausencia de equilibro, enseñados por su fallecido sensei. Las grietas en Daniel también construyen empatía por parte del espectador. De esta manera, la serie trasciende la lógica binaria de buenos y malos, y desarrolla personajes moralmente complejos, en contextos disimiles, que aun guardan su antítesis y sus momentos de identificación, también en la rivalidad (hay una escena notable de los dos personajes protagonistas en un bar conversando y compartiendo el despecho por un misma ex pareja).
Los aciertos de una perspectiva más madura
El relato no es perfecto, existen baches por momentos, además de lógicas forzadas o inducidas por la estructura de la narración. Los personajes jóvenes, discípulos de Cobra Kai y el Miyagi Dojo, que incluyen al hijo de Johny y a la hija de Daniel, traen la estructura de Romeo y Julieta a la serie. Algo que no es necesariamente malo, pero por momentos gana demasiado volumen lo genérico, frente a cierta perspectiva realista más compleja. Aun con defectos, el relato funciona muy bien. Recupera la nostalgia por aquella vieja historia juvenil, pero lo hace con una perspectiva madura donde no abundan las simplificaciones morales para juzgar a los personajes. Esos conflictos internos que llevan los personajes de Dani y Johhny los vuelven queribles y le dan a la saga un brillo emocionalmente distintivo. Recordemos que Johny y Dani viven en un mundo diferente al de los 80s, por lo cual hay conflicto con el nuevo contexto multicultural con perspectiva de género. A Johnny sus alumnos le señalan lo problemático de sus comentarios machistas, mientras que a Dani lo acusan de racista por apropiarse de los bienes culturales de Asia en un comercial, siendo un norteamericano blanco. Hay humor allí en la humanidad frágil de esos personajes que surge para suplantar el tono épico y solemne de las películas originales (ver entonces la nueva reversión de la escena de la lesión en la final). Todas estas nuevas perspectivas para encarar la narración, que apuntan a objetivos narrativos más ambiciosos que las películas originales, son, sin dudas, un hallazgo, y dan a la saga un nuevo lugar.
*Hago alusión a los personajes del cuentista norteamericano Raymond Carver, uno de los mejores cuentistas del siglo XX, también conocido como el Anton Chevoj de los suburbios norteamericanos.