Cráneo febril: cuando hablar sin divagar es lo único que puede mantenerte con vida
¿Qué pasaría si la próxima pandemia se transmitiera a través del habla, si la forma de contagio se produjera al escuchar “divagar” a otra persona y nos enfermara cuando nos lanza una serie de frases que carecen de sentido, dejándonos afuera de toda realidad y cordura, poniendo en jaque eso que pensamos nos distingue como seres humanos? Ese es el marco distópico que envuelve a Cráneo Febril -Sicak Kafa en Turquía, su país de origen-, tira estrenada en diciembre de 2022 a través de Netflix.
Nadie sabe cómo comenzó. Primero fueron pocos casos. Luego, gracias a la conectividad del mundo actual, decenas y centenas para llegar ocho años después -el momento en el que se inicia la serie- a una Estambul casi irreconocible, compartimentada en sectores como la forma práctica hallada para evitar contagios masivos. Todo bajo la estricta vigilancia de SMK, una institución antipandemia que tomó el gobierno prometiendo alcanzar una cura no hallada hasta el momento y que se sostiene en el poder a base de acciones totalitarias. Como si fueran barbijos, el uso de auriculares circumaurales es obligatorio. Es lo más efectivo para evitar enfermarse y, al igual que con el COVID, en algunas situaciones no alcanza. El no escuchar al otro se convierte en un método preventivo.
Entre lo que queda de esa bella ciudad crecida a los pies de un Cuerno de Oro, Murat Siyavus (Osman Sonant), quien supo ser neurolingüista antes de la pandemia -lo que ahora parece ser una burla del destino-, intenta mantener oculto su secreto al que considera una condena y para muchos significaría una esperanza: parece mantenerse inmune al quedar expuesto a los “divagadores” o “farfulladores”. Ya sea al escuchar las divagaciones grabadas o estar ante la diatriba de un contagiado sin contar con sus auriculares, Murat siente que le sube la fiebre sólo en su cabeza, no en el cuerpo, y eso le evita convertirse en un enfermo de SEDA. El precio: sufrir algunos efectos secundarios, como tener sinestesia, alucinaciones y ataques de epilepsia.
Un hecho fortuito, al que se ve empujado por la empatía que todavía existe en él, hace que su situación salga a la luz y empiece a ser rastreado por Anton Tarakci, jefe de operaciones de la IA (especie de inteligencia policial), quien tratará dar con su paradero no sólo por cuestiones laborales sino personales que oculta. Ante la búsqueda implacable de Anton, Murat ve cómo cae en peligro el refugio construido en la casa de su madre Emel (Tilbe Saran) y pretenderá escapar hacia delante para encontrar al científico Ozgur Caglar (Ozgur Emre Yildirim), a quién creía muerto, único que podría ayudarlo con el “don” que lleva en su cabeza. En el camino, recibe el apoyo de Sulé (Hazal Subasi), una joven que llama su atención por estar sentada leyendo en una parada de autobús como esperando un colectivo que jamás llegará, quien resultará ser una integrante de +1, lo que sería la resistencia a la tiranía de SMK.
Si bien la tira se arriesga en caer en lugares comunes del género, como idealizar a los jóvenes y su sentido de rebeldía, u oscurecer aún más la maldad y la desidia de quienes tienen el poder, siendo Fazil Eryılmaz (Kubilay Tuncer) uno de sus máximos exponentes, logra escapar de esa trampa con giros constantes en la trama. La misma va cobrando mayor velocidad y nos va atrapando cada vez más a medida que avanzan los ocho capítulos que componen esta primera temporada.
Cráneo febril tiene 2 grandes puntos a favor. El primero es que la situación se transforma en algo totalmente creíble luego de que hayamos experimentado la pandemia del COVID. Sus efectos están todavía muy frescos y la producción nos lo recuerda en no pocas ocasiones. Varias de las preguntas que generó son retratadas de forma excelente en el guión, ya sea directa o indirectamente. ¿La vida se detiene para siempre o cómo continua? Los contagiados ¿pierden su humanidad? Y los familiares ¿deben resignarse y ya? El poder ¿quiere encontrar una cura o su promesa es sólo una maniobra de control? La forma en que separa a los contagiados de sus familiares ¿es la única? Preguntas que, de algún modo, fueron resueltas como se pudo y contrarreloj, mientras que en otros todavía nos dejan más dudas que certezas.
El segundo punto son los diálogos y ciertas situaciones en las que los mismos se enmarcan, momentos de alto vuelo que nos van dejando pequeñas joyas sostenidas por sólidas actuaciones. Como ejemplo, este intercambio al comienzo del capítulo inaugural:
Emel: -Escucha, hijo. Hay una plaga, ¿si? Permanente o no. Sé que pasaste momentos difíciles. Sufriste mucho, pero ya es suficiente. Déjate llevar, olvida las consecuencias. Vive un poco, porque no vives.
Murat: -Sí que vivo.
Emel: -¿A esto llamas vivir? Entonces, estas cebollas están vivas. Sólo respiras.
Lo cierto es que lo que sostiene la vida, buscado o no, en este mundo distópico es aquello que se pierde cuando resultan ser contagiados de SEDA: el raciocinio y el amor que se pone en las palabras. Lo que está en juego es lo que se hace con ella. Algunos pondrán su fe y la defenderán con el cuerpo: el paso de la dicción a la acción y la forma concreta en que se hace es lo que permite tener una esperanza. Otros la utilizarán para engañar y dominar. Algo que puede suceder y de hecho sucede sin necesidad de una enfermedad, pero que la serie lleva al límite expresivo y metafórico.
“Poesía, perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras”, escribió Roque Dalton en mitad de siglo XX, época de fuertes tiranías y revoluciones ascendentes. Y no son versos traídos de los pelos porque, inclusive, las frases que repiten los “farfulladores” o “divagadores” suelen estar llenas de poesía, aunque ese significante llegue vacío; lo contrario que puede sucedernos con este arte que suele llenarlo y ser diferente para muchos. Cualquier similitud con los medios de comunicación, es pura coincidencia. Y también con algún tipo de poesía, no vamos a ser condescendientes ni protegernos de ciertos riesgos. Y, por supuesto, también entra a tallar el silencio, su expresividad que ocupa su rol dentro de la historia.
Cráneo febril, serie turca basada en una novela de Afsin Kum, está dirigida por Mert Baykal, junto a Umur Turagay, que tiene al primero como guionista con Zafer Külünk y cuenta con fotografía de Yon Thomas. Luego de una primera temporada que sirvió de encuadre y nos ha dejado expectantes, con ganas de más a medida que avanzaba, lo tiene todo para convertirse en una serie de culto. Logra darle un giro interesante a un terreno muy trillado. El tiempo nos dirá si lo logró o sólo se quedó en el intento. Lo cierto es que vale la pena adentrarse en esta distopía no tan imposible de suceder.