Crímenes del futuro: Cronenberg vuelve a sus temas clásicos
Por Daniel Mundo
“Tenemos que empezar a alimentarnos
de nuestros propios residuos industriales”
¿Qué sucede cuando un artista, un director de cine del que sos fan incondicional, saca una obra de esa temática traumática que lo había convertido en clásico, pero que luego, por cansancio, para experimentar otras cosas, para divertirse o por lo que sea, abandonó, y que ahora, luego de muchos años, retoma, elevando incluso la apuesta? Bueno, el espectador desinteresado entra en éxtasis y vuelve a creer en los milagros. Es lo que me sucedió con la última película de David Cronenberg, Crímenes del Futuro, que repite el título de una de sus primeros films del año 1970.
Ambas películas son muy diferentes y sin embargo están relacionadas. Aquélla, la del 70, trataba de una deriva perversa que tomaba la ciencia médica, la dermatología y la venereología en particular: las mujeres habían desaparecido y la especie humana muta para encontrar nuevas formas de reproducción. En la del 2022, la deriva perversa la toma el arte, un arte de vanguardia que todavía no existe— o que los habitantes del Tercer Mundo no conocemos—. Es un arte que por cierto está muy cerca de la ciencia, solo que ya no modela el cuerpo como una obra a la que se le van agregando órganos tecnonaturales— como viene haciendo, por ejemplo, Orlan, desde mediados de los ochenta—, sino que ahora el arte empalma con la misma biología, y empiezan a inventarse o crearse órganos que no tienen ninguna función— esta misma idea aparecía en la película de 1970—, o que no se sabe qué función tienen. En el medio, una empresa de tecnología biomédica que monopoliza la producción de aparatos quirúrgicos no puede permitir que se desarrollen libremente los órganos, ni que se produzcan auténticos sistemas de órganos que impliquen una evolución real y material de la naturaleza humana, una evolución que habilite que los seres humanos puedan alimentarse con los propios desechos industriales que produce nuestra civilización, como un balde de plástico, por ejemplo. El organismo, la corporalidad, muta más de prisa que nuestra mente, que parece atada básicamente a problemas de patentes, mientras el cuerpo toma un camino evolutivo propio. Órganos, sensaciones, afectos, placeres extraños y para algunos repugnantes.
Como vemos, Cronenberg volvió a su temática clásica, la plasticidad del cuerpo humano, cuya deriva no puede ser controlada. Al fin y al cabo, ¿quién sabe lo que puede un cuerpo, no? Lo que me interesa principalmente es el punto de vista que suele elegir Cronenberg para narrar, una posición teórica de francotirador bastante solitaria: una vez más, no es la del grito de alarma por la decadencia de la vida humana cuando se entrecruza con la evolución tecnológica, sino cierta imparcialidad; es más: una postura que acepta la metamorfosis del cuerpo hacia horizontes imprevisibles como una posibilidad real de nuestra biología. Obvio, la sensación es de terror. La alucinación es física. Lo patológico es lo normal. Como ya nos ha acostumbrado el gran Cronenberg, que considera que los virus tienen tanto derecho a la vida como aquellos cuerpos a los que afectan, en esta nueva película las intervenciones quirúrgicas para extraer los nuevos órganos se producen como en un set artístico, una performance en la que se llega a colegir esta tesis: abrir el cuerpo con un bisturí mecánico, eso ya es un acto sexual, la forma evolucionada de practicar el sexo. Un queer extremo, diría.
Una película excelente que se estrenará en la Sala Leopoldo Lugones esta semana y que se verá en MUBI a fin de mes. Actúa su actor fetiche, Viggo Mortensen, junto con otros actores y actrices que suelen verse en los films de este director canadiense que sigue sorprendiendo y fascinando… y también escandalizando.