Finalmente, Elon Musk se hizo cargo de Twitter: ¿Y ahora, qué?
En la última semana, una nueva tendencia sacude internet. Los gráficos no mienten: según Google Trends, la herramienta de monitoreo de tendencias de Google, las búsquedas de “alternativas a Twitter” están en su pico histórico mundial.
El rápido ascenso de las búsquedas coincide con la toma de posesión de la red por parte de Elon Musk, el hombre más rico del mundo. ¿Pero por qué el cambio de dueño de una de las redes sociales más grandes del mundo puede generar este éxodo masivo?
Retrocedamos unos meses, al pico que se ve en el centro del gráfico. Eso fue en mayo, cuando se anunció originalmente el trato. Musk venía comprando acciones de Twitter desde enero. Para abril, ya era dueño de casi el 10% del paquete accionario de la empresa. Si bien las compras fueron privadas, Elon venía pidiendo públicamente cambios en la política de moderación de Twitter. Musk se define como un “absolutista del libre discurso”, poniendo como único límite a la discusión pública aquello que está penado por la ley (por ejemplo, una amenaza de muerte). En ese momento primero se anunció que Musk entraría al directorio de la empresa, para luego decidir lo contrario.
En respuesta, el 14 de abril Musk realizó una oferta para comprar la totalidad de las acciones de la empresa a USD 54.20 cada una, un total de 44.000 millones de dólares. Si, un número casi equivalente a la deuda argentina con el FMI. Y si, el hombre más rico del mundo aprovechó su oferta multimillonaria para hacer un chiste pueril sobre cannabis.
La oferta fue aceptada por el directorio, pero el consenso duró poco. En mayo Musk dijo que la compra estaba “pausada”, aduciendo que el valor real de la compañía era menor debido a la enorme presencia de bots y cuentas falsas. La disputa derivó en una demanda judicial por la que el directorio de Twitter exigía que Musk honrase su oferta. Tras meses de incertidumbre, Musk finalmente accedió al final del plazo legal y acabó comprando la empresa por el precio acordado.
El 28 de octubre pasado Elon Musk tomó posesión de su juguete nuevo. Lo primero que hizo fue despedir al CEO Parag Agrawal, y a buena parte del directorio. Otros integrantes del mismo renunciaron por voluntad propia. El nuevo dueño celebró la compra con un tuit: “La comedia ahora es legal en Twitter”.
El resultado fue un diluvio de agresiones y epítetos racistas, en concordancia con el “absolutismo de libertad de expresión” propugnado por el dueño de la red.
Comedia
Pasado el frenesí inicial, Elon se abocó a la gestión de su juguete nuevo. El problema es que para hacer frente a la compra debió acudir a financiación externa, porque ni el hombre más rico del mundo tiene 44 mil millones en dinero líquido. Entre los financistas se encuentra el príncipe saudí Alwaleed bin Talal. Curiosa elección para un “absolutista de la libre expresión”, teniendo en cuenta que otro integrante de la casa real, el heredero Mohammed bin Salman, ordenó el asesinato del periodista Jamal Khashoggi por sus críticas a la realeza saudí. Y más allá de los problemas éticos, hay un problema financiero: Twitter enfrenta vencimientos de más de mil millones de dólares al año para pagar esa deuda.
Eso no sería un enorme problema si Twitter fuera una empresa regularmente superavitaria. Sin embargo, pese a haber sido fundada en 2006, la plataforma de microblogging registró su primer ejercicio positivo en 2018. Pero después de un par de años de bonanza, el sitio volvió a registrar pérdidas el año pasado, con un resultado negativo de más de 220 millones de dólares.
El primer impulso de Musk para aumentar ingresos fue implementar un nuevo sistema para verificaciones de usuarios. Hasta ahora, la verificación de identidad para empresas, celebridades y periodistas es gratuita: el beneficio es principalmente para la confianza de los lectores. A partir de ahora, sería necesario pagar una suscripción premium. El anuncio despertó la ira de distintos personajes públicos, entre ellos el escritor Stephen King que anunció su salida del sitio en caso de que el plan se implemente.
Es que a diferencia de plataformas como YouTube o Tiktok, Twitter no le paga a sus creadores más exitosos. Personajes como Stephen King (o el propio Musk!) no son meros usuarios: son el atractivo de la red. Exigirles que paguen por “el privilegio” de la verificación es un contrasentido. Más aún teniendo en cuenta que según los planes revelados, la nueva verificación… no verifica la identidad. Los ocho dólares habilitan a usar el tilde junto al nombre de usuario, pero de ninguna manera garantizan que quien escribe es quien dice ser.
Mientras se desarrollaba este drama, comenzaron los recortes de personal. Aparentemente la mitad de la nómina de la empresa fue despedida sin aviso previo. Esto incluye no sólo personal técnico, sino equipos enteros de Ética, Transparencia, Accesibilidad, Derechos Humanos y Moderación. O sea: todes quienes hacen que la red no sea una letrina invivible peor de lo que ya es.
También el área comercial se vio afectada, llevando a que el propio Musk tenga que hacerse cargo de una videoconferencia con los responsables de las agencias publicitarias más grandes del mundo.
Aparentemente el resultado de esa reunión fue tan malo que hubo campañas canceladas durante la misma. El resultado es el esperable: ninguna empresa quiere que su marca quede pegada a un sitio que comienza a ser un hervidero de discursos de odio sin regulación. La respuesta de Musk fue poco menos que delirante: acusó a los anunciantes (o sea, a las multinacionales más grandes del mundo) de estar controladas por activistas de izquierda que quieren verlo fracasar. Cuando representantes de la industria le contestaron públicamente, la respuesta de Musk fue… ¡bloquearlos!
Pocos días después de la compra, recibí mi primer mensaje de un conocido pasándome datos de contacto para ubicarlo por si el sitio llegara a desaparecer. Pronto se volvieron normales. En pocos días el clima general pasó de ser que Twitter se encaminaba a ser un lugar más desagradable, a la posibilidad de que sencillamente deje de existir por motivos técnicos o económicos. ¿Cómo saber si alguno de esos miles de empleados despedidos tiene información crucial para el funcionamiento del sitio? Con la desprolijidad que caracterizó a todo este manejo es altamente probable que haya problemas que solo se vean a la distancia.
Mastodon
El principal beneficiario de la huída general de Twitter fue Mastodon. La red libre superó por primera vez los seis millones de cuentas, y comenzó a sumar usuarios de alto perfil de Twitter. A diez días de la compra, la huída no solo no da señales de parar: se está acelerando. Muchos de los servidores cierran sus puertas a nuevos usuarios por no tener capacidad disponible. Otros experimentan problemas técnicos por exceso de demanda, mientras sus administradores corren a aumentar la capacidad.
Pero no todos los usuarios huyen a otros servicios. Durante el último fin de semana se vivió una divertidísima rebelión de parte de las cuentas verificadas de habla inglesa: aprovechando el fin de la verificación manual, decenas de cuentas cambiaron su nombre por “Elon Musk” para parodiar al nuevo CEO, con mensajes como “nunca supe el verdadero nombre de Grimes” u “oh dios oh dios que estoy haciendo esto fue un enorme error”.
La respuesta no tardó en llegar, cuando el propio Elon Musk, apenas una semana después de anunciar que “la comedia era legal en Twitter”, instauró una regla bloqueando a cualquier cuenta que usara el nombre de otra persona sin llevar el rótulo “parodia”. Porque en Twitter la comedia es legal, pero no a expensas del jefe máximo.
Desearía poder terminar acá, pero lo cierto es que a cada rato aparece una nueva noticia más ridícula que la anterior. Las noticias que llegan desde las oficinas de Twitter van desde una ruptura de la cadena de mandos en la que nadie sabe quién es su jefe directo (por la cantidad de despidos) a la sugerencia de que la red pase a ser un servicio pago para todos, algo que sin dudas sería el fin de esa red como servicio masivo. Otros relatan que los empleados despedidos están recibiendo mensajes llamándolos a trabajar de nuevo porque resulta que eran indispensables. El dueño de la empresa amenaza a ex-anunciantes con represalias por abandonar el servicio. Ya no es sólo Twitter el riesgo: las otras empresas de Musk, como Tesla o SpaceX, caen en la bolsa por el comportamiento errático de su CEO.
Cabe preguntarse: ¿Por qué un empresario superexitoso elige comprar una red históricamente deficitaria y convertir su gestión en un problema imposible de resolver? Es imposible ensayar una respuesta sin hacer psicoanálisis amateur. ¿Convicción ideológica? ¿Crisis de mitad de la vida? ¿Rebeldía post-divorcio? ¿Angustia por ser rechazado por su hija trans? Sería muy irresponsable diagnosticar a la distancia.
Lo que sí queda claro es que en una cosa Musk tiene razón: los espacios de debate público, cada vez más corridos hacia el mundo digital, son un bien común valioso y merecen ser defendidos. El problema es que deben ser defendidos precisamente de gente como él, que los trata como un juguete que eventualmente terminará descartando. Y mientras nos sentamos con pochoclo a ver el apocalipsis de un espacio virtual, tal vez sería bueno pensar en cómo construimos alternativas públicas, resilientes y populares.