Hoy se arregla el mundo: papá se hace, no se nace
Por Sofia Manin
El 16 de marzo finalmente llegó a la plataforma de Netflix Hoy se arregla el mundo. Se trata de lo último de Ariel Winograd, conocido por obras como Mamá se fue de viaje, Sin hijos y El robo del siglo, que estaba pensada para estrenarse en 2020 pero fue retrasada por la pandemia. El film narra un camino de encuentros y desencuentros entre un padre y su hijo. Una película familiar, muy característica del estilo del director que suele navegar el terreno desde un lente cómico y caótico sin dejar de emocionar. Acompañado de un elenco de renombre, locaciones muy variadas y el buen trabajo de Mariano Vera como guionista, logra conformar una comedia que funciona en varios niveles.
David Samarás (Leonardo Sbaraglia), alias “El Griego”, es el productor de un programa de televisión venido a menos. “Hoy se arregla el mundo”, que le da el nombre a la película, es un talk show en el que gente común resuelve conflictos de familia, pareja, amistad, trabajo, incluso conflictos de padres e hijos. En tiempos de redes sociales e internet, donde la “caja boba” queda ya obsoleta, obtiene cada vez menos rating y eso a David lo preocupa y lo ocupa. Sin embargo, el núcleo principal de la trama gira en torno a la incógnita de su paternidad, que vale aclarar que es nula. Hace tiempo ha decidido dejar ese aspecto de su vida a un costado, la crianza del niño jamás pareció importarle. La incógnita se revela cuando su ex mujer y madre de su único hijo, Silvina Lasarte (Natalia Oreiro), menciona que Benito (Benjamín Otero) podría no ser hijo de él. Acto seguido, Silvina muere y El Griego junto a Benito se embarcan juntos en una travesía para dar con su verdadero padre.
A lo largo del desarrollo aparecen, a modo de relámpago, personajes secundarios interpretados por actores de renombre en la industria nacional, como Soledad Silveyra, Diego Peretti, Gerardo Romano y Martin Piroyansky. Estas escenas, cargadas de comedia, hacen de la película un asunto ligero de procesar. Incluso el juego que se logra haciendo uso del daltonismo de Benito funciona muy bien en el armado visual final y deja en claro que a Félix Mont, director de fotografía, siempre hay que tenerlo en tu equipo.
Los tiempos de este género no son sencillos, pero Winograd los entiende muy bien. Las escenas emotivas aparecen en el momento justo en que uno como espectador necesita sentir cierta conexión con la obra. Al igual que la relación padre e hijo de El Griego y Benito, la emotividad va creciendo a medida que transcurren las dos horas del film. Llega de a poco, a medida que se van conociendo y transitando experiencias juntos.
Otro factor destacable por su funcionamiento son las actuaciones. Por un lado, Sbaraglia, en un papel más descontracturado de lo habitual, demuestra que con una buena dirección puede— y debería— llevar a cabo más trabajos de este estilo. Por otro, Otero, revelación que encarna a un Benito huérfano y prácticamente solo en el mundo agobiante y desolador de los adultos. Ambos tienen una química impresionante en pantalla, que logra emocionar hasta las lágrimas hacia el final.
La familia no es cosa sencilla. Como bien le dice El Griego a Benito, cuando le explica cómo funciona su programa de televisión: “No pasa por si es verdad o es mentira, pasa porque te la creas”. Y ser familia, específicamente ser papá, es un poco eso. No pasa por el resultado de un ADN.