Killers of the flower moon: deshumanización y avaricia en el lejano oeste
Killers of the flower moon -Los asesinos de la luna de las flores en español- es la última película de Martin Scorsese y está basada en el libro homónimo de David Grann, quién participó en la escritura del guión. Ambientada en la Oklahoma de 1920, narra el descubrimiento de petróleo en las tierras de la tribu Osage, lo que los hace increíblemente ricos, pero también el blanco de todo tipo de crímenes.
Los primeros minutos del film sirven para mostrarnos la transformación de la tribu, pasando de su estilo de vida austero en las afueras de la ciudad a burgueses acaudalados. Los mayores advierten al resto de lo inevitable: están viviendo una transición en la cuál su cultura y sus costumbres desaparecerán mientras los más jóvenes adoptan las formas de los blancos. La película evoca constantemente esta frontera entre “las formas ancestrales” y “las formas modernas” que van adoptando los enriquecidos por el petróleo. Al mismo tiempo, de forma inteligente, muestra que toda la plata del mundo no borra el racismo ni compra el respeto.
Toda la ciudad quiere un pedazo de los Osage, todos buscan trabajar para ellos o casarse con sus mujeres para ascender socialmente, pero no dejan de verlos como salvajes e inferiores de los que tratan de aprovecharse. Este contexto podría darnos una historia “naif” sobre estafas que se aprovechan del desconocimiento de los Osage, sin embargo, elige enmarcarla en lo que fue, una historia brutal sobre la ambición y lo que pasa cuando no consideramos al otro nuestro igual.
La historia efectivamente empieza con la llegada de Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) al pueblo, luego de haber estado en la guerra. Lo recibe su tío, William Hale (Robert De Niro), un acaudalado terrateniente de la zona al que apodan “el Rey”. La dinámica de la relación que se presenta en sus primeras interacciones será clave para el resto del film. Ernest es sometido en poco tiempo por su tío, a quién le tiene mucho respeto, pero también le debe el techo sobre su cabeza. Hale empieza a manejar su vida diciéndole qué hacer a cada paso, incluso es él quién le recomienda aprender sobre los Osage y casarse con una mujer de la tribu por su dinero, a lo que Ernest accede, como accederá a todos los pedidos de su tío.
Scorsese se toma demasiado tiempo para establecer las bases del mundo en el que vamos a estar viviendo por las próximas tres horas y media que dura la película. Pero, una vez hecho esto, va introduciendo el centro del conflicto: los Osage están muriendo en circunstancias sospechosas en la ciudad y a nadie parece importarle. Un diálogo lo ilustra a la perfección: "Tendrás más suerte tratando de condenar a alguien por pegarle a un perro que por matar a un indio".
La deshumanización y la crueldad están presentes en todo momento pero sin necesidad de escenas brutales o violencia gráfica constante, sino que se muestra en el trato cotidiano y en las conversaciones que tienen entre ellos los blancos. El ejemplo más claro es la relación de los blancos con las mujeres Osage, vistas sólo como un trofeo al que acceder para cobrar la herencia. La impunidad es tal que un personaje se va casando a lo largo del film con distintas mujeres de la misma familia.
A medida que la trama avanza, las muertes de los miembros de la tribu comienzan a escalar no sólo en cantidad, sino también en severidad. Cada vez parecen menos un accidente y más un asesinato, pero la respuesta de la ley nunca llega. La película no es sólo un retrato de la violencia que se ejerció contra los Osage en aquellos años, sino también cómo ese maltrato, esos crímenes y ese odio estaban avalados por inacción del gobierno. La corrupción y el llano desinterés de la justicia por lo que pasa en un pueblo alejado de la capital grafica la cara más cruda de una realidad que no se ha modificado tanto. Ante esto, la película también da cuenta escuetamente del origen del FBI como una fuerza de investigación que más tarde se convertiría en un emblema de los Estados Unidos.
Killers of the flower moon es la tercer película más nominada en esta edición de los Oscar -con diez-, entre las que se destacan Mejor Dirección, Mejor Película, Mejor Actriz Principal y Mejor Actor de Reparto. El trabajo de De Niro como “el Rey” es de lo mejor de la cinta y un vehículo perfecto para encarnar al “monstruo” del que quiere hablar el film. A su vez, cabe mencionar el radioteatro mediante el cual se da a conocer el destino de los personajes y concluye la historia, otra pieza excelentemente realizada -y colocada- que da cuenta de la época en la que transcurre la acción, cuestión que Scorsese trabaja muy bien, logrando una inmersión total en el estado de Oklahoma de 1920.
El final, que en un principio podría parecer redentor, en realidad muestra que un gobierno siempre puede, y debe, tomar acción ante los reclamos de su pueblo y de la importancia de la “voluntad política”. Sin embargo, lejos de ser feliz, nos habla de cómo es demasiado tarde para cambiar ciertas cuestiones y que la historia no la escriben las víctimas. A fin de cuentas, nadie recuerda lo que pasó en Oklahoma en los años 20 y, por el contrario, grupos como el Klan sólo incrementaron su influencia en Estados Unidos en los años siguientes.