La Casa de las Flores: un culebrón 3.0
Por Valentina Manfredi
La casa de las flores, en su temporada 3, llega para darnos un poco de risas y aire fresco en esta época de encierro involuntario. Esta serie de Manolo Caro tiene todo lo que rodea a una telenovela, sólo que dura 33 episodios. Corta para considerarla una, pero con muchas referencias con las que tranquilamente podríamos decir que lo es.
Sin duda, viene a marcar una vuelta de tuerca en las historias tragicómicas producidas en Latinoamérica. Me animaría llamarle un Culebrón 3.0; no 2.0 porque para las algunas mujeres +50, en general, Netflix todavía es un mundo desconocido, y siempre supimos que ellas son las grandes y mejores consumidoras de este género.
La casa de las flores tiene una estética única: los colores exagerados, los fondos coloridos y chillones, las locaciones que no pasaban desapercibidas, los vestuarios con una producción pretenciosa que terminan logrando su cometido. Muchos la encajan dentro del estilo Kitsch.
Una banda sonora que termina recordándonos cuantos temas conocemos, aunque siempre reproducimos la misma playlist un poco presumida. Todes terminamos cantando junto a Ximena Sariñana y Paz Vega Son cosas del amor y con ganas de buscar algunas canciones más que nos haga karaokear un buen rato. Juan Gabriel, Yuri, Amanda Miguel, Paulina Rubio, Julieta Venegas, son algunas de las siempre nombradas por un personaje, de una manera tan singular —y necesaria— en esta trama. Digo necesaria porque encontrar personajes que no sean heterosexuales y cis-género en una producción tan vista es muy, pero muy difícil.
Queda claro que no es una telenovela, pero nos marca a donde debería haber llegado el concepto de cómo sería una buena telenovela en el 2020. De todas maneras, no es ninguna sorpresa: el productor, Manolo Caro, reconoce haber sido un auténtico enamorado de este formato.
En esa vuelta de tuerca hay algo que es para destacar: la trama tan inclusiva que nos propone. Hablamos de homosexualidad, transexualidad, interrupción del embarazo, infidelidad, poliamor, prostitución, drogas, cultura drag queen y sectas. Es una combinación de clichés que los han llevado a otro nivel y los han planteado de una manera tan natural que para quienes que vemos esta serie —con los procesos ya deconstruidos—, observamos cómo han escenificado todos los tabúes de las sociedades más conservadoras —sobre todo la mexicana—, y nos muestran un camino mucho más libre, de una manera audaz. Es casi difícil imaginar esa historia contada dentro de la televisión abierta.
Cuando se estrenó la segunda temporada empezaron a salir baches en el desarrollo de esta historia, en primer lugar porque Verónica Castro había decidido salirse de la historia. Eso, para les grandes consumidores de telenovelas es una aberración. No tiene sentido que la estrella principal se vaya porque se muere la novela. Fue extraño no verla después de que les millennials supieran quién es la diva mexicana. Sin embargo, la última aparición de Verónica Castro en la televisión haciendo ficción fue en 2009; en unos cuantos años podremos ver si hablaremos de Cecilia Suarez como una diva de su tamaño.
Para no desaprovechar el impecable hilo que dejó Virginia de la Mora, usaron uno de los recursos por excelencia de las telenovelas: los flashback. Entonces, nos traen un poco de esta historia tan versátil y educativa en versión de los 80’s; algo que nos gustaría ver más seguido en las producciones.
Mientras tanto Paulina de la Mora, un mujerón que no entiendes mucho al principio —incluso reniegas de ella—, y después sólo puedes reproducir su voz en tu mente: to-da pau-sa-da. Quizá, al principio, es un motivo de discordia, y es un personaje que no deja matices —la quieres o la odias— pero, sin dudarlo, tu mente no puede borrarla así como así. No sólo cautivó al público, sino a los directivos de Netflix, que terminaron por ponerle el nombre a una de sus oficinas en México.
Mientras que Paulina es casada por Miguel Bosé con una mujer trans, que era su ex marido José María (ahora María José). Su hermano Julián nos muestra una concepción de familia no tradicional, donde su hermana Elena está involucrada. Elen, que ha des-romantizado las relaciones heterosexuales desde el capítulo uno. Un Ernesto que podría haber sido el villano de la primera temporada, porque es el que lleva la infidelidad a la historia, pero que termina mostrando hasta dónde podría llegar el compromiso de una amistad. Delia, una ejemplar empleada del servicio doméstico que termina siendo su propia jefa. Y el último bocado que nos dejó la tercera temporada: Victoria, una abuela villana, ácida y descarada como nos tienen acostumbradas en estas historias.
La familia De la Mora es una familia matriarca, llena de secretos y avaricia, con un peculiar concepto del sueño familiar. Esconde una crítica al sistema y no tiene problema con ello. “¿Te apellidas Bolsonaro o qué?”, pregunta Paulina en un momento.
La casa de las flores es una buena experiencia, de consumo rápido, que en gran parte está sostenido por los y las actrices que cuentan una historia creíble, con mucha extravagancia, pero suficientemente real.
Aceptar el gusto por esta historia es también salir, un poco, del closet de los consumos.