La herida: un amor que no ha sanado siempre vuelve
La semana pasada se estrenó La herida, dirigida y guionada por Diego Gottheil— y también producida, junto a Claudia Matallana— en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI). La película, a medida que pasan los minutos, se vuelve cada vez más profunda y conmovedora, al lograr capturar la atmósfera de una etapa tan turbulenta como llena de incertidumbre para un sector de las juventudes como fue la dictadura militar.
El director, que previamente había llevado a cabo una serie de cortometrajes, cuenta, en diálogo con AGENCIA PACO URONDO, que el proyecto surgió “a partir de vivencias amorosas”, a las cuales definió como “universales y de toda época”. Esa premisa se anexa a la “idea romántica de que el amor apasionado a veces puede hacer creer, ilusoriamente, que puede construirse un futuro sobre la base del puro deseo amatorio”, agrega.
Un día como cualquier otro Raúl (Carlos Santamaría), de 62 años, recibe un llamado que le informa que Marcela, su gran amor de la adolescencia, se suicidó. La conmoción lo lleva a volver en el tiempo— en sus memorias de Buenos Aires de 1980— para recorrer, más allá de su deseo, las huellas en el presente de aquella relación, con sus sentimientos como correlatos, que parecía haber quedado enterrado cuarenta años atrás. De esa manera, lo que parecía ser un relato individual, se convierte en una historia doble.
Por un lado, Raúl (Junior Pisanu), de familia acomodada de clase media, al que conocemos a partir de sus gestos y sus posters, que se enoja al cuestionar aquello que sostiene al gobierno de facto. Por otro, Marcela (Macarena Suárez), silenciosa y secreta, pero libre. En esa unión, en parte provocada por otros vínculos distantes y discontinuos, aparece el clima de época. No como temática concreta, sino como otra de las aristas para comprender a la pareja protagonista y cómo la permeaba. De alguna manera, un recorrido que tiene más de revisión que de nostalgia, para dar lugar a la reflexión de la audiencia y, en ese sentido, “interpela no sólo a quienes fueron jóvenes en ese entonces sino también a los de hoy”, a modo de alerta, frente “al peligro de perder la libertad a manos de dispositivos mucho más complejos, imperceptibles e inconscientes”, según desglosa Diego.
Gottheil nos comparte su propia experiencia, ya que él también vivió su juventud durante la última dictadura. Como un rompecabezas, la ambientación, la fotografía y la música nos demuestran, una vez más, que el todo es más que las partes. Además, la interpretación del elenco agrega una profunda capa emocional compleja. La herida es, definitivamente, una narración en la que las ansías de amor y libertad son más fuertes que los miedos que infundía aquella realidad opresiva.
La trama, filmada en distintas locaciones de la Ciudad de Buenos Aires y de algunos destinos turísticos costeros, se despliega con seguridad a partir de la siguiente premisa: el tiempo pasa y muchas cosas pueden cambiar, pero cuando el amor deja una herida, en algún momento, vuelve y es imposible ignorarla. Para Raúl, esa nostalgia parece nunca haber sanado, pero, por esa misma razón, esta es también una historia de resiliencia. En la actualidad, el protagonista puede desandar ese recorrido y explorar sus recuerdos. Esa continuidad lograda brinda una armonía mayor al relato. La tríada narración, dirección y actuación convierte a La herida en una verdadera obra cinematográfica.
Gottheil cree que “el arte siempre se rebela” y que “la cultura se robustece”, a pesar de los obstáculos de diversa índole y de la intención destructora del poder. A su vez, sostiene como clave, frente al avance de la inteligencia artificial, la capacidad artística de “pensar y sentir” y el proceso que va “desde el pasado hacia el futuro”. Por último, cabe mencionar que su próximo proyecto en puerta es Obsesión, una “comedia erótica y apasionada”, en la que tres hombres muy diferentes estarán unidos por la fijación sobre una misma mujer.