Priscilla: entre el amor y la inocencia
Un nuevo término circula en redes sociales: ser coquette. Esta tendencia surge como una estética, caracterizada por lo naif, un excesivo uso de los colores pasteles, sobre todo el rosado, y se abraza a la nostalgia de la vestimenta de quienes fueron niñas entre los años 90 y el 2000. Este estilo resalta lo aniñado e ingenuo, que lejos está de tener por figura a la mujer adulta e independiente. Muy por el contrario, se percibe inocente de la pubertad y la juventud femenina.
En este marco de exaltación por el sentimentalismo y delicadeza, Sofía Coppola llegó a los cines con el estreno de su nueva película. Desde su debut con Las Vírgenes Suicidas, la directora, fiel al estilo rococó y a la narración de historia de mujeres, en donde la sexualidad, el amor y muchas veces también la tragedia se mezclan, reaparece con su décima obra: Priscilla. Basada en el libro “Elvis and me”, cuenta la historia de Priscilla Presley, quien además de ser protagonista de la historia, colaboró como productora ejecutiva.
Situada en los 60, Priscilla (Cailee Spaeny) es una joven tímida y solitaria. Con apenas 15 años, acaba de mudarse por el trabajo de su padre a Alemania, donde conoce a uno de los hombres más populares de la escena musical, Elvis Presley (Jacob Elordi). La joven se encuentra deslumbrada por ídolo, quien comienza una relación amorosa con la menor. La misma se ve afectada por la oposición de sus padres y la diferencia de edad, tal es así que ella finaliza su etapa escolar siendo concubina de Elvis. Lo que en una primera etapa parece ser un sueño hecho realidad poco a poco se convierte en una tragedia, mientras, a medida que se desarrolla la trama, acompañamos su crecimiento. Su adolescencia se encuentra truncada y ensombrecida, gravitando en torno al cantante en un vínculo sumamente posesivo y hasta violento.
El film aborda el glamour y las excentricidades de la pareja, pero además invita a reflexionar sobre la pérdida de la adolescencia y la hipersexualización de las juventudes femeninas. El personaje de Priscilla está a merced de un Elvis adulto, quien constantemente la ve como un sujeto suplementario de sus deseos, en quién puede depositar sus éxitos y frustraciones y a quien puede moldear a su gusto, sobre todo, por la diferencia de poder entre ambos. A su corta edad, Priscilla es manipulada a diario y se encuentra atrapada en un mundo que no le pertenece, al que tiene que adaptarse hasta aprehender las formas y comportamientos de un universo que no está conformado por sus pares, sino por mayores.
A medida que transcurre la historia, la violencia que es aplicada sobre ella se transforma. En un principio, aparece como rasgo apenas perceptible. “Cabello negro y más maquillaje en los ojos” reza el pedido de Elvis a Priscilla en el trailer. Estas actitudes se despliegan in crescendo para luego convertirse en violencia psicológica y más tarde física e incluso sexual. La historia no es ingenua, Coppola no intenta idealizar el vínculo entre ambos, sino que enfatiza la desigualdad de condiciones y la subrogación de la mujer por parte del hombre. De hecho, logra demostrarlo hasta en la disposición de espacios físicos que ocupa cada uno. Spaeny apenas llega a la mitad del torso de su coprotagonista.
La película nos adentra en una historia que invita a repensar los vínculos románticos y la hipersexualización de la adolescencia. A pesar de cierta tendencia que romantiza a niñas-adultas o adultas-niñas, Priscilla aborda la desigualdad de condiciones y el ejercicio de la violencia masculina sobre quien aún es menor de edad. Lejos de ser una aventura romántica divertida, y fuera del juicio exclusivamente moral, logra exponer y demostrar las consecuencias de relaciones abusivas.