Puerta 7: los cabos sueltos de una serie que no representa la cultura del aguante
Por Diego Moneta
El 21 de febrero desembarcó en Netflix la nueva producción de Polka, Puerta 7. Busca meterse en el mundo de las barras bravas argentinas. Fue creada por Martín Zimmerman y la dirección está a cargo de Israel Adrián Caetano. El primero es conocido en la plataforma por su trabajo como productor y guionista de Ozark y como co-guionista de Narcos. Caetano, por su parte, se destaca recientemente por ser el creador, junto a Sebastián Ortega, de El Marginal y, también, de Apache.
El guión de la serie estuvo a cargo del mismo Zimmerman y de Patricio Vega. Parte de la narración está basada en la experiencia de Florencia Arietto como jefa de seguridad del Club Atlético Independiente e intenta mostrar qué sucede cuando una mujer se sumerge en el fútbol con “la intención de combatir a las barras”. Arietto estuvo entre 2011 y 2013 en el club, pasó a las filas del Frente Renovador y luego fue asesora del ministerio a cargo de Patricia Bullrich. Aclaró por redes sociales que había participado del guion y que existen detalles autobiográficos.
De esta manera, Puerta 7 relata cómo Diana (Dolores Fonzi) intenta eliminar la corrupción de Ferroviarios F.C. para redimir el nombre de su familia y, además, aborda la infiltración de “Marito” (Ignacio Quesada) en la barra, con la intención de salvar a su familia de la pobreza, así como otras aristas que surgen durante la narración.
La temporada comienza con el intento de asesinato contra Héctor "Lomito" Baldini (Carlos Belloso), líder de la barra brava del club, en pleno partido y en su propio sector de la tribuna. Fabián (Esteban Lamothe), su mano derecha, se ocupará de averiguar quién fue y por qué motivo. Debido al hecho, Diana es convocada por el presidente para ser jefa de seguridad, por lo que va a dedicarle menos tiempo a una ONG en la que ayuda a pibes y pibas del barrio.
La serie tiene su mérito, sus aciertos y sus errores. No es una temática muy representada en la industria del entretenimiento. El sello del creador y el director se reconocen rápidamente si tenemos en cuenta otras de sus producciones. En principio, es una apuesta audaz. Puede salir bien, mal o quedarse en el camino.
Por el lado positivo, el entramado sociocultural que implica una barra brava dentro de un barrio está bien representado. Se muestran los negocios que manejan y la conexión-influencia permanente con el club. El líder de la barra es manager de uno de los jugadores, visita cuando quiere al plantel y es una figura dentro de la comunidad educativa del colegio de su hija.
A nivel dirigencia, el presidente de Ferroviarios (Antonio Grimau) es quien busca confrontar a la barra y para eso convoca a Diana; decisión que no le cae bien al tesorero (Juan Gil Navarro), personaje central en las conexiones con barras, e incluso con narcotraficantes. Por momentos, la serie representa la rivalidad barras-narcos como un enfrentamiento en el que los primeros son los buenos por no querer que la droga entre al barrio.
Una falla de la producción es no representar con más claridad lo que el sociólogo Pablo Alabarces define como la “cultura del aguante”. En el fútbol, la “cultura de la violencia” se reproduce y aumenta en función del prestigio y respeto que ganan sus participantes a través de acciones justamente violentas. Ciertos funcionarios, políticos o sindicalistas que condenan a “los violentos” son los mismos que luego los contratan para tareas de seguridad. El apoyo silencioso convierte al fenómeno en un círculo virtuoso, sumándose al respaldo contextual que le dan los llamados “hinchas genuinos” y otros actores sociales. Una moral legítima dentro del fútbol.
La “cultura del aguante” no es específica de los sectores populares, y surge al convertirse en “oportunidad” ante un Estado debilitado que no llega a todos los sectores. Las hinchadas legitiman sus propios valores, estimando el coraje en enfrentamientos físicos, y la convierten en una forma de interactuar socialmente.
Cuando ocurre algún hecho que involucra barras bravas, el periodismo deportivo las cataloga como “violentos” o “falsos hinchas”. Por el contrario, son hinchas avalados por esa “cultura del aguante”, ni más ni menos. La serie podría haber ahondado más en la representación de personajes como “Lomito” o Fabián en este aspecto y en cómo el resto de la hinchada también los avala.
Atado a lo anterior, cuando se los presenta de esa manera, lo que se hace es excluir culpables. La principal falla de la serie es la (no) representación del Estado. Apenas se insinúa que “Lomito” conoce a todos los policías del barrio o el papel de la justicia en las causas que rodean a los barras. Nunca se menciona, por ejemplo, que si la barra maneja el negocio de los puestos de comida en un espacio público es responsabilidad estatal. Así como tampoco están representadas las conexiones políticas con sus partícipes en los distintos niveles.
También, con la excusa de no querer caer en estereotipos, se excluye la relación de las barras bravas con el área sindical. Llama la atención, teniendo en cuenta la historia de Arietto en Independiente y su arremetida contra Hugo Moyano. La serie apela tímidamente a nombrar al club de la serie de una manera muy similar a Camioneros, sin profundizar en la relación entre la barra brava y el sindicalismo.
Todavía no se sabe si habrá segunda temporada de Puerta 7, donde las fallas mencionadas podrían ser reformuladas. Para ello, deberían enfocarse aún más en la experiencia de Arietto. Después de renunciar por discrepancias con el presidente de Independiente, Arietto, de paso previo por el kirchnerismo, reapareció en la escena política bajo el ala de Sergio Massa y llegó al gobierno de Cambiemos a partir de la Coalición Cívica. Podría ser un nuevo puntapié para aprovechar, entre otros cabos sueltos que dejó la primera temporada.