Todd Phillips y la muerte del símbolo en Joker: Folie à Deux
La nota contiene spoilers de Joker: Folie à Deux
En 2019 se estrenaba en cines Joker, una película dirigida por Todd Phillips y protagonizada por Joaquin Phoenix. Allí, se presentaba a Arthur Fleck, un hombre con un mal trabajo y una enfermedad mental, sobreviviendo a duras penas en una ciudad difícil y con un entorno violento. Arthur era maltratado por sus compañeros de trabajo, por transeúntes de la ciudad, todo su entorno estaba signado por la violencia. Para “sobrellevar” ese contexto contaba con la terapia y medicamentos que recibía por parte de la ciudad —hablamos de una persona de ingresos muy ajustados que no podía pagar un tratamiento para su enfermedad de forma privada— y una ilusión: ser comediante.
Esta primera película tomaba un concepto central del Joker que ya había aparecido en la interpretación de Heath Ledger: Sólo hace falta un mal día para convertirse en un villano. Y así transcurre esta primera película, con un contexto que sigue empujando a Arthur al límite hasta que termina asesinando a media docena de personas. Disfrazado de payaso para un número de comedia que hacía y con un discurso que podría asemejarse al de la “casta” que suena mucho por estos días, Arthur asesina en TV abierta al conductor de un talk show y termina encerrado en Arkham —no sin antes provocar una revuelta de marginados en la ciudad que lo toman de referente—.
Joker 2: Folie à Deux retoma la historia dos años después de la primera y responde, de alguna manera, las interrogantes que dejaba su final. Joker (2019) fue muy bien recibida por la crítica y el público pero, sobre todas las cosas, generó —como en la película— la identificación de un grupo de marginados del sistema que veían en el personaje de Phoenix un referente. Esa idea de un hombre que se rebela contra el sistema e inspira a otros a hacerlo fue la lectura hegemónica del film. Sin embargo, parece que nunca fue esa la visión de Phillips y lo deja claro en esta segunda entrega. Si la primera película era una representación de la idea de un líder revolucionario, la segunda película es la realidad cruda que irrumpe para matar la fantasía. Arthur no es un líder ni un símbolo, no quiere serlo, no le interesa y, más importante aún, en el camino descubre que tampoco tiene el estómago para serlo —y está muy bien que así sea, es lo normal—.
Derrocar un sistema requiere de un carácter particular, capaz de la confrontación y de afrontar las consecuencias de la misma y Arthur es sencillamente un hombre enfermo que fue empujado al límite y cometió crímenes, pero que en última instancia no disfruta la violencia, ya sea que la imparta él u otros. Si el primer film habla de lo que es capaz de hacer una persona que es acorralada, Folie à Deux retrata el hombre detrás del símbolo, nos muestra el detrás de escena del héroe de los marginados para que veamos que, en realidad, está tan asustado y desesperado por cariño como ellos. Detrás de cada discurso de odio, cada persona enojada y violenta, muchas veces sólo se esconde eso.
Folie à Deux es una vuelta a foja cero para Arthur, en su encierro, retoma su medicación, adquiere una rutina y parece haber abandonado su ímpetu revolucionario —si es que alguna vez lo tuvo—. Afuera de Arkham, por otro lado, el mundo cambió. El comediante asesino que la sociedad conoció como Joker inspiró a un conjunto creciente de marginados que se agolpan afuera de los tribunales donde transcurre el juicio contra Arthur disfrazados como payasos. El Joker se volvió un símbolo, una esperanza para un grupo de personas que sienten que todo lo demás les ha fallado, pero es también un producto de consumo, con una película contando su historia y una cobertura mediática que parece no haberse detenido durante esos dos años que pasaron.
Esa tensión entre el adentro y el afuera recorre toda la película. Por un lado, la abogada de Arthur busca venderlo como una víctima, una persona con una enfermedad mental que vivió toda su vida en un contexto de abuso y violencia pero que necesita un tratamiento, no ir a la cárcel. El Joker, en esta estrategia, es un alter ego que Arthur habría creado para lidiar con lo que le pasaba, desligándolo de la responsabilidad por los asesinatos. Por otro lado, afuera, los marginados necesitan que el Joker exista, que sea todas esas cosas que ellos están proyectando en él. Esta lectura está representada por Lee (Lady Gaga), una mujer internada en un pabellón de mínima seguridad en Arkham que admira al Joker y busca que Arthur lo abrace en lugar de aceptar el papel de víctima que quiere imprimirle su abogada.
Lo que podemos percibir en esta primera parte es que no pareciera que Arthur esté particularmente orgulloso de lo que hizo, si cree que se lo merecían o lo se buscaron, pero no hay una reivindicación de su accionar, del Joker. Su forma de actuar y moverse en la primera parte del film tampoco recuerda al Joker del final de la primera película sino más bien a sí mismo, a Arthur. Sin embargo, Lee es la primera persona en su vida que lo ve, que le demuestra cariño, respeto, admiración, amor. Cualquier persona con las carencias que atravesó Arthur estaría dispuesta a todo por sostener este recién descubierto cariño y Arthur sabe que Lee admira al Joker, no a él, por lo que es momento de volver a ponerse el manto del payaso. Es importante, de todas maneras, no perder de vista que Arthur es una persona enferma, que a partir de su encuentro con Lee deja su medicación y que eso tiñe todas sus decisiones, como pasó en la anterior película.
De ahí en más, Arthur despide a su abogada y decide representarse a sí mismo disfrazado del Joker. Empieza el show: la actitud prepotente, los chistes, sobrar a fiscales y testigos, todo para encarnar al símbolo que Lee espera que sea, del que está enamorada. Sin embargo, las acciones tienen consecuencias. En su juicio televisado, el Joker crítica a los guardias de Arkham y cuando vuelve al hospital es golpeado —presuntamente violado— y encerrado en una celda mientras escucha como los mismos guardias matan a uno de sus compañeros por defenderlo. Como decíamos antes, Arthur no parecía tener ningún interés en hacer la revolución, pero despertó en mucha gente de la ciudad ese fuego, esas ganas de poner el cuerpo y cambiar las cosas. Fue ese fuego que inspiró lo que terminó con su compañero muerto y fue lo que quebró al Joker definitivamente.
Arthur no quiere que muera nadie más por su personaje, no quiere que lo golpeen, no quiere que se prenda fuego la ciudad. Es por esto que, al día siguiente, decide desescalar el conflicto y aparece en la corte con el maquillaje ya prácticamente inexistente para confesar que no existe el Joker y que él cometió todos los crímenes. En un movimiento, Arthur pierde cualquier chance de ser libre, pero también pierde el respeto de los marginados que lo idolatraban y el amor de Lee. Su confesión es aún más valiente por lo que pierde con ella, quizá la última chance de que alguien lo quiera. Decepcionados, sus seguidores abandonan la sala y, en un diálogo posterior, Lee lo abandona a él. Arthur había matado al Joker y con él, la fantasía de su romance —expresado en las piezas musicales de ambos—.
Lo que no podía matar, sin embargo, era la anomia que había despertado con sus crímenes. La gente disfrazada de payaso afuera de los tribunales había perdido a su referente pero había conseguido el valor de salir a la calle a intentar cambiar las cosas, que Arthur ya no creyera en eso —o que nunca lo haya creído— no hacía que ellos dejen de creer, la confesión de Arthur no desactiva la bomba que había detonado su aparición. Sin ir más lejos, su debilidad genera un vacío rápidamente otro pasa a ocupar.
Todd Phillips dirá después lo que viendo ambas películas juntas es evidente, esta historia nunca se trató del Joker, al menos no del personaje que conocemos, sino de una persona que tuvo un mal día y podría haberse convertido en el Joker, que quizá lo fue por un momento, pero que en el fondo nunca dejó de ser un hombre común que no le interesa la vida de violencia y confrontación que demanda ese lugar. Él quería lo que todos queremos, perseguir sus sueños, un trabajo, una casa y alguien que lo ame. En una de sus últimas escenas, Arthur se detiene a escuchar un chiste de otro recluso e incluso se ríe, un gesto que nadie había tenido con él.
Al final, no estamos ante un héroe ni un villano, un mártir o un símbolo, esto siempre se trató de Arthur y, lamentablemente, a nadie le interesa Arthur. Por eso lo abandonan sus seguidores en la película, pero también en la vida real.